Fotografía: Jesús Massó
Carnaval de febrero, carnaval de verano, sólo hay dos carnavales, el de la tradición que la dictadura de Franco pretendió hurtar y enmascarar bajo el paripé de las Fiestas Típicas y el del corazón de cada cual que le empuje a vivirlo anárquicamente, en la fecha que más le plazca. El carnaval como fiesta parte del mundo clásico hasta que, para sobrevivir al fanatismo religioso, tuvo que cristianizarse y unir su destino al de la Cuaresma católica, un sincretismo que por otra parte –no hay mal que por bien no venga– nos ha dado grandes satisfacciones musicales, festivas o literarias, desde el Arcipreste de Hita a Valle Inclán.
Más allá de tales consideraciones, el carnaval supone también una clara actitud ante la vida y poca gente hay que haya asumido dicha vocación como quien adopta los hábitos de un sacerdocio. Entre ellos, está Manolo Santander, mucho más que el clarísimo mantenedor del compás viñero, un autor al que Cádiz le debe mayor reconocimiento que el que suele dispensarle: y no hablo tan sólo del sorprendente cajonazo de este año a «Una especie en extinción (los chirigoteros)».
Si Javier Osuna dejó rigurosamente claro que Cádiz es la ciudad de los dos cantes, Manolo Santander equivaldría, en el ámbito flamenco, a lo que fuera Santiago Donday en su vieja fragua marinera, donde acunó el compás jondo de su propia casta. Manolo sigue siendo la voz de su tribu y alguien tendría que decirlo en alto. Quizá resulte comprensible que en la necesaria actualización del género, en un momento dado, los gustos del respetable orillasen su estilo y su forma. Pero ya está bueno lo bueno. Su calidad y su chispa han sobrevivido a las modas, le pese a quien le pese. Y es que Santander imprime carácter: hereda una sabiduría popular pero, al unísono sabe preservar su mundo genuino, clásico y, al mismo tiempo, personal e intransferible.
No sólo cabe recordar que Cádiz no cambió de siglo con el Efecto 2000 sino con La Familia Pepperoni y su insobornable himno al submarino amarillo y ese Cádiz oé que quedó para siempre en el imaginario popular del cadismo y del gaditanismo, que no es lo mismo aunque sea igual. Mucho se ha bromeado con que Penhouse ha cerrado sus páginas ante la abrumadora competencia de Manolo Santander a la hora de meter una plusmarca de carajos en sus cuartetas. Pero poco se ha dicho de su oficio costumbrista, de su capacidad de encerrar a esta ciudad toda entre las cuatro paredes de sus cuplés o de sus pasodobles, en el ingenio del popurrí. Bien solo o en compañía de otros, como Antonio Martín o, como ya anuncia para el año próximo, José Manuel Sánchez Reyes.
Más allá del palmarés del concurso de agrupaciones, Manolo Santander disfruta desde hace mucho del favor de su gente, de la que sabe perfectamente que él no es carnaval de invierno o de verano, carnaval de entretiempo, sino de siempre. Sencillamente eterno como una obra maestra.