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J jarillo
Fotografía: Jesús Machuca

Debido a la plasticidad de mis pensamientos soy una persona llena de contradicciones. Si en el artículo del número pasado hablaba de la idiosincrasia protestante -e incoherente- del gaditano, ahora soy yo quien quiere protestar. Protestar porque me parece que se desvanece la esencia de -lo que yo considero- nuestro carnaval. Protestar por la pérdida de la identidad crítica del COAC. En tiempos donde el hediondo olor de la censura invade las calles y los pestilentes aromas de la podredumbre bañan las instituciones, se hace más necesario alzar los puños y levantar la voz.

El carnaval, como fenómeno sociocultural, siempre ha sido un altavoz para el grito del pueblo. Las coplas interpretadas en las tablas del Falla representan a la masa social o, al menos, deberían hacerlo. Este año, si consideramos que esto se sigue cumpliendo, el reflejo que nos llega es el de una sociedad conformista y cobarde. Una sociedad volcada en homenajear tiempos pretéritos pero poco preocupada en analizar el presente. Exceptuando autores que siempre presentan letras con carácter crítico y reivindicativo, el concurso ha sido un desfile de piropos, dedicatorias e incluso, en algunos casos, mediocres insultos a la clase política. A eso han quedado relegadas la mayoría de intervenciones de las agrupaciones para comentar la actualidad política del país. Puigdemont es un cabrón, Rajoy es tonto, Junqueras es bizco o Inés Arrimadas está para arrimarse han sido algunas de las ‘excelentes’ proclamas cantadas en el concurso este año.

Si en esto se está convirtiendo nuestro carnaval, mal camino hemos tomado. Ese uso de la ironía, el sarcasmo y la inteligencia que incomodaba con verdades y se reía de uno mismo era el baluarte de nuestra fiesta más grande. Ahora parece que se esté oxidando, que se esté quebrando. Los autores ya no se amparan bajo su sombra para atentar contra el ladrón, el mentiroso o el tirano.

Solamente cabe concluir que si lo cantado sobre las tablas del Falla representa al pueblo, éste parece hallarse en estado vegetativo. Parece cansado, apático. Usa el carnaval como evasión de los problemas diarios -algo repetido por algunas agrupaciones durante el certamen- y se refugia en esta fiesta para olvidar los males del año. Este público no pide ni pan, con el circo tiene bastante. Y en el concurso puede haber más o menos carnaval, pero circo hay muchísimo.

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