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Cádiz tiene futuro. Y eso que en los últimos años del gobierno teofilano llegué a temer que sí, que Cádiz tenía futuro, pero que ese futuro no era necesariamente humano…

Lo admito: veinte años de teofilismo anula cualquier capacidad racional y hace creer en ovejas eléctricas, pero no quiero recurrir al tópico de la “herencia recibida”, ese lugar común donde se reúnen la cobardía y la falta de ideas. Aunque sí debo recordar que la “herencia recibida”, ese mal retrospectivo, fue rehén en el Salón de Plenos municipal durante dos décadas. No era “herencia recibida”, sino que pertenecía ya a la categoría de memoria histórica.

Pero, insisto, Cádiz tiene futuro aunque este artículo lo inspire el cierre de un bar legendario: el “Río Saja”, esperemos que no de forma definitiva. Y es que el “Río Saja”, por su emplazamiento, siempre me pareció la bisagra entre dos formas de vida. Una venta de carretera para los del centro urbano y la primera señal de vida para los beduinos que se atrevían a cruzar su frontera occidental. Sandoval lo vio perfectamente en uno de sus sagaces montajes, situando ahí el “Check Point Charlie” gaditano, la divisoria entre el Este y el Oeste. Y fantaseamos juntos imaginando un intercambio de prisioneros entre los dos bandos -Puertatierra y Cascoantiguo-, en una brumosa noche de noviembre a través del paso de peatones de la Audiencia, con la inquietante luz de las farolas reflejadas en el pavimento mojado…

Una idea que me condujo a otra: la desintegración, tras ochenta años, de la U.R.S.S., cuyos escombros son ahora países que no son países, “no países” que aspiran a serlo, países que no están conformes con serlo, países que quieren parte de otros países y países que querrían volver a lo antiguo. Y todos con rencillas mutuas: Eslomonia contra Eslomenia, Moldonia contra Moldania, Azerbaiyán, Uzbekistán, tirititrán, tran tran. Una ensaladilla de votos eurovisivos con la mayonesa cortada.

¿Eso tiene que ver con Cádiz? Pues sí, tras la caída del rodillo teofilero, la gente está ahora en plena efervescencia, como en esos países, y los que antes eran simples mirones ajenos a la gestión municipal, se han dado cuenta que ya no son gente, sino que aspiran a ser ciudadanos, y pueden conocer la gestión de su ciudad y participar en ella. Han descubierto que lo importante de la democracia no consiste en ir a votar cada cuatro años, sino precisamente lo que ocurre durante esos cuatro años. Ahora parece que hay ilusión necesaria para el futuro.

Sin duda, es cierto que el derrumbe teofiliano ha dejado un Cádiz fragmentado y desorientado. También hay aquí una parte de la ciudad que no sabe que lo es, que ha ido llenando su amnesia ciudadana con la tele y el consumo; otra que, pobre, olvidada y marginada, no es considerada ciudad; otra a la que no le gusta la ciudad en la que vive, y también otro Cádiz entregado a la nostalgia que tironea para volver al antiguo régimen: el día que estoy escribiendo esto, tres procesiones se pasean por las calles del centro, Santa Joaquina de Vedruna, el Beato Diego y una cruz de mayo…

No importa, al igual que los despojos de la U.R.S.S. encajarán con el tiempo, confío en que también lo harán los fragmentos ciudadanos de Cádiz. Por delante tenemos el factor más importante: un futuro para hacer de ella -como mínimo- una ciudad solidaria que emane cultura y que huela a arte. Ese es el futuro donde vamos a vivir y, sin duda, depende de nosotros. De nadie más.

¿Imposible? Todo parece imposible hasta que deja de parecerlo.

Fotografía: José Montero

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