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Yolanda vallejo

Fotografía: Jesús Massó

La cultura es todo aquello que nos identifica como ciudadanos, la lengua que hablamos, los usos y costumbres que tenemos, las celebraciones, la música, las tradiciones, la pintura, los hechos extraordinarios de la vida cotidiana; todo lo que, en definitiva, constituye nuestra identidad como personas y como colectivos. Por eso la cultura se nos presenta como una oportunidad única para desarrollar el bien común, y para alejarnos de ese atajo tan hispánico del ¿y de lo mío qué? al que ya casi estábamos acostumbrados. Después de dos décadas de un paternalismo mal interpretado que nos había relegado al papel de simples y pasivos consumidores de las dosis –a veces dosis letales- de cultura que las administraciones consideraban que tenían que administrar, convertirnos en productores, en agentes culturales, en protagonistas, al fin, de nuestra propia cultura, implicaba un largo proceso de construcción, o mejor de reconstrucción de lo que habíamos sido hasta ahora.

Y porque en muchas ocasiones, una reforma o una rehabilitación no son suficientes, se hacía necesario edificar de nuevo, dejando -eso sí- los cimientos, pero revistiéndolos de materiales más sólidos, más consistentes. Un edificio construido entre todos, un ejercicio de corresponsabilidad entre la administración pública que ofrece mediación, estructuras, redistribución de recursos… y la ciudadanía que aporta su capacidad para imaginar, crear y cogestionar lo que es de todos. Porque solo entre todos, aunando voluntades y esfuerzos, se puede hacer que a través de la cultura, se pueda transformar el mundo que nos rodea.

En este sentido la administración pública tiene que dejar a un lado las actitudes paternalistas, autoritarias, la imagen excesivamente burocrática o elitista que a veces proyecta,  y tiene la obligación de ponerse al servicio de la ciudadanía, de los agentes culturales, creadores, mediadores, cooperativas y redes de producción con unas herramientas precisas que permitan la construcción de una cultura de todos y para todos, que preste una especial atención a la participación de los jóvenes como clase emergente, protagonistas del mañana –la formación de nuevos públicos es también obligación de todos- y a los mayores, portadores de la memoria cultural de nuestra ciudad.

Para construir se necesitan herramientas. Desde proyectos y planos hasta tornillos y tuercas. Herramientas para diseñar, gestionar y administrar el proceso de transformación cultural. Por eso se hacía tan necesario que el Ayuntamiento contase con esta herramienta, con un plan de cultura, con un guión para empezar a trabajar entre todos.

El pasado día 15, la Delegación Municipal de Cultura de nuestro Ayuntamiento presentaba  su Plan Director. Por primera vez Cádiz cuenta con una herramienta de este tipo, diseñada y fabricada con las ideas, las aportaciones y las opiniones de cuantos se han sentido protagonistas de esta historia. Más de doscientas personas participaron, hace un año, en el I encuentro Culturas Comunes donde se gestó el plan que ahora nace, y sobre el que, en los próximos años, todos tendremos que trabajar. Porque el Plan Director es el punto de partida…. Ahora toca empezar el viaje.

Y ojalá que los vientos sean favorables.

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