Quisieron sembrar la ignorancia en las entrañas del pueblo. Porque descubrieron que la palabra era más poderosa que las balas. Mientras las segundas atravesaban un cuerpo para vaciarlo de vida, las primeras traspasaban la mente llenándola de ideas. Y tuvieron miedo desde el primer momento de que el pueblo aprendiera a pensar libremente.
Prefirieron la sangre a la tinta, el adoctrinamiento disfrazado de culto, el circo desbancando a las letras, el analfabetismo de las velas. Los que se creyeron dueños del mundo a lo largo de los siglos reservaron el acceso a la educación a una clase privilegiada durante toda la historia. Era más fácil arrebatarles un derecho que una ideología.
Y ahora, después de mucho tiempo, cuando parecía que el pueblo había conquistado esa parcela del saber, pretenden arrebatársela de nuevo. Fue una larga lucha de clases la que permitió que el pueblo llano aprendiera a leer. Se creó una escuela pública y las mañanas se llenaron de letras y pan en las aulas, de rayos de sol bañando los pupitres. Lo más importante fue no ponerle precio.
Sin embargo ahora esa escuela pública se tambalea con la eliminación de líneas, los recortes en los presupuestos, la falta de personal especializado, las altas ratios en las clases. Un desmantelamiento de ese derecho que tanto costó conseguir. La historia es cíclica, dicen. Si bien el primer gobierno de la Segunda República intentó regar este país de colegios, lo cierto es que cuando llegó el Bienio Negro de la CEDA al poder formuló una contrarreforma educativa donde se produjo un descenso en el número de escuelas construidas, la prohibición de la conducción en los centros escolares y una intensa acción encaminada a conseguir la supresión en las escuelas normales. No sé si será casualidad que la llegada de las derechas a la Junta quieran provocar el mismo desnivel entre escuelas dando más dinero a centros privados y concertados mientras condenan a base de tijeretazo sin hilván a la pública. Tal vez no sea más que una forma de volver al inicio, de tener el control de nuevo. Tal vez tengan miedo de que los hijos del pueblo sepan pensar. Miedo de que lo hagan con un sistema equitativo y libre. Por eso quieren que sean empresas y la propia iglesia (como Dios manda) quienes decidan qué y cómo deben aprender los niños. Tantos siglos y el sistema sigue siendo el mismo palo en la rueda para no dejar avanzar a la sociedad.
Si Millán-Astray, “uno de los burros más notables y peligrosos de la historia de España” en palabras de Juan José Millás, declaró la muerte a la inteligencia, no cabe duda que el señor Javier Imbroda -junto a la corte trifachita- ha declarado la muerte a la inteligencia gratuita.