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Ilustración: @pedripol

La muerte es una playa con cara de pena,
desnuda bajo el cielo bailando encendida.

Juan Carlos Aragón Becerra

Cuando llega, llega y es implacable su melena negra que asoma por todas las azoteas bailando la danza más macabra, la más verdadera, con los vientos enfurecidos que azotan y enmarañan las ropas tendías.  Cuando llega, viene desnuda, grande y poderosa y en sus manos trae una rosa y en los ojos mil orillas. Cuando llega, llega y la almendra de su cuerpo nos descompone, nos arrodilla, nos aquieta, nos libera, nos despierta, ¡qué sé yo! Ya caídos a sus pies, rendidos, redondos, suplicantes así como el perro agacha su cabeza y sin preguntas obedece a su ama, ella nos clava el puñal violeta de la verdad más verdadera en las rodillas y caemos rendidos a sus pies. Redondos. Suplicantes.

Es cierto que muchos hablaron ya de ella y muchos creen que la conocen y algunos parecen creer que ella nunca llegará. La fiera acecha con cautela, se esconde en la maraña de los callejones, sella bien sus pasos, conoce el sabor de la vida, huele la sangre y husmea cada latido y cada hora, cada aguja y cada herida, nos pisa los talones y nunca, nunca elige su presa, nunca le pone cara, nunca le pone nombre, nunca le pone años, nunca le pone sueños, nunca le pone precio. Ella no elige a su presa. Caza en los oscuro. No necesita trofeos. No necesita peces gordos. Ella caza la vida y la vida es tanta y tan pequeña a la vez y es tanta y tan vulnerable frente a su arco que si es ella de quien hablo, es porque es la única verdad absoluta que conozco.

La muerte, es una verdad que todos nos merecemos. Todos no, seguro que existen excepciones, habrá gente que no sea digna de su propia muerte pero en general me quiere parecer que la muerte dignifica al hombre más incluso que el trabajo, más incluso que el dinero, a veces más que la propia vida.  Y además de ser una Verdad, la muerte me parece justa.

Pero a pesar de que la muerte nos iguala, todas las muertes no llevan las mismas campanas aunque signifiquen lo mismo. Muerte. Pérdida. Fin. Cometa. Luz. Alas. Cada uno que comulgue con la muerte que quiera. A mí me sigue pareciendo que somos de piedra y me parece que nuestro mecanismo no está bien engrasado, me parece que nuestro espejo no funciona, me parece que estamos escacharrados y me parece que la familia de Rita o probablemente la vida de Fidel no merece que yo hoy escriba sobre su muerte porque hay otras muertes, muchas que se suceden silenciosas y tristes y valientes a su vez y tan cercanas que aún duelen al pasar por la plaza de las Tortugas. Se nos mueren en nuestras calles, en nuestro propio barrio, en nuestra ciudad, de frío, de hambre, de escarcha, de agua, se nos está muriendo la calle pero nos parece mejor campanear una muerte que no dignifica ni al trabajo, ni al hombre, ni a la mujer, ni al DINERO que representa.

Es por eso que paseando por la plaza de las Tortugas en estos días de intensa lluvia, pienso en una mojarrita de plata con su espalda de escamas de colores recogiendo los trozos de un náufrago que de tanto sobrevivir se merecía que una verdad lo abrazara.

Mientras un manto de ruiseñoras viudas nos hace iguales, la vida nos diferencia. Algo debemos estar haciendo mal, camaradas, pero tranquilos, no temáis que aún nos quedan muchas tumbas sobre las que bailar.

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