La más elemental cuestión a partir de la que se origina y define una cosa es su nombre. Porque las cosas existen según se van nombrando. Ese es el poder de las palabras (o uno de sus poderes). Así que vamos a ver qué son “turistificación” y “gentrificación”.
En primer lugar tenemos que pensar que son términos muy jóvenes. El turismo surge en el siglo XIX y hasta mediados del XX no se empieza a hablar de esto del “boom turístico”. Y en cuanto a lo de la gentrificación, pues hasta hace poco también el mercado inmobiliario y sus alrededores (empresas privadas y entidades públicas y clientes o habitantes) no habían empezado a diseñar los centros de las ciudades y algunos barrios “con encanto” con el fin de desalojar a sus habitantes y alojar a otros . Son palabras casi recién nacidas y además son dos palabras (como todas en verdad) con una alta carga ideológica.
En ese sentido, hemos de saber que nuestra Real Academia de la Lengua Española, no recoge ninguno de los dos términos. O sea, que oficialmente esas palabras no existen, pero se van extendiendo, y en algunos años puede que entren en la lista de palabras consideradas por la RAE. Mientras tanto se siguen forjando y anclando en nuestros pensamientos y en nuestra sociedad. Son palabras que se usan mucho en prensa, en conversaciones y que nombran situaciones vinculadas a la economía y a la forma en la que está diseñado o se está diseñando nuestro entorno. Esto es importante en tanto el imaginario colectivo las está haciendo suyas. Y aunque la RAE aún no las haya aceptado, sí hay otros organismos que reconocen estas palabras. Así, hay muchos estudios de sociología que hablan sobre estos términos y sobre su desarrollo en nuestras sociedades. Y hay entidades como la Fundéu (Fundación del Español Urgente), creada por el Departamento de Español Urgente de la agencia EFE a medias con el BBVA, que sí que habla de estos dos términos. Por supuesto en prensa también ha extendido su uso en los últimos tiempos.
La palabra “turistificación” es un término bien formado (en las formas, según la Fundéu) pero que tiene una carga muy negativa. Es decir, cuando hablamos de turistificación, hablamos de la industria del turismo e intuimos los problemas y las dificultades que entraña esta especialización para la vida de los habitantes habituales. Tan negativa es (o parece) la palabra que hay algunos expertos que prefieren llamar a esa cosa “hiperespecialización turística”. Un palabro más largo, más raro y que parece menos malo porque es “híper”. De hecho ante esa demonización que nos sugiere la “turistificación”, ha surgido otra aplicable a esas personas que la nombran en vano. Y esa palabra, usada mucho en los medios de comunicación contra las reacciones de la ciudadanía ante la primera, es “turismofobia”. Es decir, que para los medios de comunicación, que son eso que se dedica a crear realidades políticas y sociales y que lo que menos hace es informar que es lo que debieran, la reacción al desenfreno del turismo es una cosa de odiadores a este tipo de industria. Se intenta evitar un uso peyorativo, usando una palabra que hace que el que rechace esas formas, parezca más malo aún que la mala práctica primera aunque esta esté descontrolada.
En cuanto a lo de la gentrificación, es curioso. Este término fue acuñado en 1963 por la socióloga marxista Ruth Glass y la asumimos del inglés. En este caso, se quería resaltar la dimensión de clase de este fenómeno a través de la palabra “gentry” (alta burguesía, pequeña aristocracia, familia bien o gente de bien), para aludir a la ocupación por parte de una clase pudiente e intelectual (hay sociólogos que hablan de “pequeña burguesía intelectual”) de un espacio antes habitado por el “pueblo” que siempre lo ocupó. Se desplaza a los habitantes originales de determinados barrios para que los ocupen otros de mayor poder adquisitivo y así se elitiza el derecho a la ciudad. En este caso, la apropiación del término por partes interesadas ha servido para que en algún artículo periodístico se hable de que la “gentrificación” ha “limpiado” y mejorado tal o cual barrio.
En definitiva, tenemos que aguantar turismo con alta dosis de precariedad porque es lo que nos alumbra y si hablas mal de él, tú eres aun peor.
En definitiva, en los centros de las ciudades, solo pueden vivir quienes puedan permitírselo y siempre que hagan de estos centros lugares bonitos, bien parecidos y que decorados impersonales.
En definitiva, el lenguaje (y el capitalismo) se va adaptando y nos va adaptando. Y 1984 y Orwell y la “neolengua” se hacen cada vez menos ficción, y nuestras vidas están determinadas por un tipo de economía que nos va usando a las personas y va forjando el pensamiento mediante determinadas palabras en función de su beneficio.