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Angel pinto 1
Fotografía: Africa Mayi Reyes (CC BY-ND 2.0)

OVIEDO 2 – 1 CÁDIZ

La afición al deporte es una trivialidad rellena de pasiones y de rivalidades no menos triviales o impostadas (pero ojo, lo de la manzana de Eva también era una trivialidad y ya ven cómo terminó la cosa: con Adán fichando en la fábrica a las siete de la mañana).

Una de esas rivalidades de nuevo cuño, inexplicables y enmarañadas, es la que enfrenta al Oviedo y al Cádiz en los últimos tiempos. Un play off por aquí, unas declaraciones por acá, unos aficionados sin entrada un poco más allá y… ¡voilà!, enemigos eternos. 

En esta pareja mal avenida los gaditanos están desempeñando el papel menos airoso y así, en los enfrentamientos con los carbayones, salen (salimos) a sofoco por partido. Para no romper la tradición, el equipo de Cervera ha cosechado una nueva derrota en el encuentro disputado esta tarde en el Carlos Tartiere.

Saltaban al campo dos onces confeccionados con retales. Los locales intentaban tapar la ausencia de importantes titulares lesionados, como Berjón o Mossa. Los visitantes se lamían las heridas de la cruenta batalla con el Mallorca la semana anterior. Carmona y el recién fichado Machís cubrían las bajas de los sancionados Correa y Jairo y ambos desempeñarían papeles cruciales en el choque, aunque de signo bien distinto. 

En los primeros compases Darwin Machís confirmó la fama que le precedía: una internada por la izquierda (tras robo y carrera de cincuenta metros) terminó en un testarazo de Vallejo que pudo ser gol o no, según el lugar de nacimiento del observador (más que gol fantasma, yo diría que fue un gol de Schrödinger). No parecía mal plantado el Cádiz que, sin embargo, fue víctima de su particular maldición asturiana en el minuto 13 (para más inri): a la salida de un córner, Cifuentes solo pudo despejar el remate de Alanís. Carlos Hernández se adelantó a Sergio Sánchez para anotar el primer gol.

Pese al palo en el lomo, no se descompusieron los amarillos. Con intensidad y confianza, apoyados en un espectacular Machís, consiguieron acercarse varias veces con peligro al área de Champagne. Por fin, en el minuto 41, una triangulación meritoria entre Vallejo y Lekic fue culminada con calidad y templanza por el venezolano. 

Parecía un gol psicológico. 

Parecía el gol que nos proporcionaría la tranquilidad. 

Parecía, pero no fue. 

En el minuto siguiente, Carmona se hizo un verdadero lío ante Bárcenas que, haciendo honor a su apellido, le robó el balón. El disparo del panameño fue, de nuevo, repelido blandamente por Cifuentes. En la ruleta que todo rechace así constituye, el premio fue a parar a los pies de Diego, que no tuvo más que empujar el balón a puerta vacía. 

Y es que la actuación de la zaga del Cádiz, al completo, ha sido impropia de un aspirante al ascenso: inseguro Cifuentes, nefasto Carmona, dubitativo Sánchez, blando Keco, despistado Brian. Que una línea tan solvente haya cuajado un partido tan pésimo solo puede achacarse a lo sobrenatural… 

De modo que al final, el verdadero gol psicológico lo materializó el Oviedo y no el Cádiz, que se retiró al descanso con una herida anímica de consideración. 

En la reanudación, Machís volvió a demostrar que su nivel está muy por encima de la media: su disparo lejano fue rechazado por Champagne con dificultades. 

Sin embargo, esta ocasión temprana fue el canto del cisne amarillo. Pese a que Cervera introdujo varios cambios ofensivos (Álex, Querol, Aketxe) el equipo pareció emocionalmente desconectado y apenas si dio señales de vida en la segunda mitad. 

El Oviedo, en cambio, apoyado en la buena actuación de Tejera y, sobre todo, Carlos Martínez, conservó el esférico sin demasiadas complicaciones y el encuentro se fue diluyendo entre la satisfacción del público local y la decepción del puñado de animosos aficionados amarillos que se encontraban en las gradas del Tartiere. 

El choque deja sensaciones agridulces: por un lado, parece indiscutible que Machís está llamado a convertirse en la vedette del equipo, aumentando en varios grados nuestro poder atacante. Por otro, la fragilidad de la zaga exige un análisis calmado: si queremos crecer desde la defensa, no podemos repetir esperpentos como el de hoy. 

Y es que, a menudo, las maldiciones no son más que una suma de fallos propios y aciertos ajenos. Crucemos los dedos para que la cosa mejore. 

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