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Llevo desde los quince años saliendo en carnaval y hace cinco febreros me di cuenta de que el carnaval que más me representaba era aquel con rima, con octosílabos, con cartelón y vara, con ironía y en soledad.

Mi romancero es aquello en lo que pienso cada mañana del año, esperando 365 días para dar a luz uno nuevo. Meses trabajando un personaje, un texto, una interpretación y un disfraz para poder ser feliz a máxima potencia durante una semana al año. Aunque después se alarga un poco más… No importa el tiempo, lo importante es lo que deja en mí y en la gente que me rodea. Mi romancero me da energías durante un año entero, me da tanta autoestima que me veo imparable e invencible, me da muchísima felicidad y un sinfín de cosas más. Pero este año es diferente.

Palabra de cartelon
Fotografía: El Tercer Puente

El Carnaval de Cádiz podrá reinventarse y se podrá hacer de mil maneras creativas con esto de la pandemia, menuito es el gaditano para eso, pero el romancero y el carnaval callejero, no. Hace falta ese calor y cariño de la gente, es lo que lo hace tan especial. Las esquinas oscuras con la gente pegada a ti, la complicidad de la gracia y la ironía, la participación de las palabras rimadas, las miradas burlonas y las sonrisas en la cara…

Es necesario estar atento en cada rima, cada juego de palabra, cada crítica y eso solo lo puede dar la calle. No es oro todo lo que reluce, el carnaval de Cádiz en la calle puede parecer muy fácil y sencillo, aunque a veces no tanto para una romancera como yo.

El romancero es difícil, el ruido puede ser nuestro mayor enemigo, la gente sin ganas de escuchar y las percusiones marcando cualquier compás. El romancero, al ser una modalidad que no participa en el concurso oficial de agrupaciones carnavalescas, hay mucha gente que lo desconoce y por su desconocimiento es más difícil encontrar un sitio donde poder interpretar nuestro repertorio. A ciertas horas tenemos que retirarnos, solo contamos con nuestra garganta y una vara de madera para dar golpes a nuestro sagrado cartelón. Las chirigotas y comparsas se amontonan con un exceso de ruido y la gente solo tiene ganas de relacionarse, esas horas ya no son para nosotros, que vamos solos, como es mi caso, u otros compañeros que van en dúo.

Pero las cosas buenas siempre compensan ese lado más oscuro.

La hermandad entre los romanceros, el compañerismo entre nosotros, la gente a la que sí le gusta lo que haces y te busca, los ratitos con amigos y familiares, esa gente que solo ves de año en año, los ojos rojos de tanta foto, el disfraz que se va completando por cada día que pasa, la forma en que vas actuado mejora y cada vez estás más a gusto con tu trabajo, esas personas que descubren la modalidad por primera vez y les gusta, niños que te admiran, risas, aplausos, emoción… Este año habrá un carnaval diferente, online y a través de una pantalla, pero mi carnaval, que es este que te acabo de contar, no.

El carnaval sin calle no es carnaval, habrá que esperar un poquito más.

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