Quizá fue ver al Capi en la pantalla gigante del cine lo que disparó ese clic en la mente que ya marcó toda mi experiencia visual. “Palabra de Capitán” puede ser muchas cosas, gustará o no (depende de tus pasiones internas), pero lo que es innegable es que no te deja indiferente. Quizá por la sencilla razón de que, contra viento y marea (doy fe), Nacho Sacaluga y su equipo han puesto el corazón y las entrañas en ella.
Todo el despliegue multimedia que nos asalta –imágenes, música, palabras, silencios—está perfectamente orquestado para llegar al alma de los espectadores. Es sincero. Acertado, equivocado, sesgado, arriesgado… como todo lo humano, ¿no creen? A veces le pedimos a los demás algo que nosotros mismos no alcanzamos a distinguir ni siquiera en el horizonte. No es una historia, ¿saben? Es un sentimiento plasmado en imágenes, es la sensación de estar asistiendo a una ventana secreta en el corazón del Hombre. En ese sentido, podría decirse que es poesía visual: no busca contar un relato ya conocido, sino provocar una catarsis en los que contemplan el espectáculo. Lo que trato de decir (o defender) con esto es que cada persona va a tener una experiencia completamente distinta.
Y, dados los tiempos que corren, eso es muy de agradecer. La valentía y el riesgo en la expresión artística se halla bajo peligro de extinción por el miedo a la ofensa que ahora soportamos todos los creadores. Es lo que tiene vivir en un mundo de cristal.
El mayor defecto que tiene “Palabra de Capitán” es no hacer concesiones al canon de la sabiduría popular que encumbra mendigos y derroca reyes. La pantalla de un cine, ese acto de representación que supone toda producción audiovisual, no tiene que respetar necesariamente las filias y las fobias del aficionado carnavalero, ni interpretar la realidad a través de sus mismos códigos. No, eso no es así y raramente ocurre. Lo menciono por las críticas recibidas en torno a los que están y a los que no (falta gente y sobra gente, por supuesto, y ahí está la gracia del asunto), en quién está autorizado por el pueblo y la chusma para aparecer en una obra personal e intimista de una persona que no tiene por qué compartir la representación del mundo de una manera exacta a la nuestra. Si la obra de un artista es su legado, qué se podría decir del homenaje a un poeta poliédrico y multigeneracional…
Lo que sea, lo que haga falta, lo que uno quiera…
Porque la figura de Juan Carlos Aragón, alias el Capitán Veneno, no hay por dónde cogerla, y lo digo en el sentido estricto del término: tiene tantas raíces y ramificaciones, tantas aristas y curvas que valorar, que sería imposible ser objetivo partiendo sólo de una de ellas. Construir una obra en torno a su obra y a su vida es tarea hercúlea, de titanes, algo que requerirá largos años de estudio y reflexión.
Mientras tanto, disfrutenla sin ideas preconcebidas ni expectativas generadas por un deseo ansioso de llegar al paraíso cabalgando en sus palabras. El documental de Nacho Sacaluga es sincero y honesto: algo realmente extraño en estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir.