Por entre los vapores espesos del primer café leemos el titular: “El alcalde puede enfrentarse a una pena de prisión por el caso de Loreto”. Con el gesto desganado de quien se sabe frente a otra hilada de mentiras y medias verdades, nos animamos con el resto del cuerpo de la noticia. ¡Cuánta pedagogía! ¡Cuánta objetividad! ¡Cuánta explicación innecesaria, tan poco habitual si el protagonista fuese otra persona! Bla,bla,bla… “llevará al alcalde a declarar en calidad de investigado (lo que antes se llamaba imputado)” …bla,bla,bla… “En este caso, se entiende que la publicidad es indudable (sic), dada la repercusión que las declaraciones tuvieron en los medios de comunicación no sólo locales” …bla,bla,bla… “tendrá especial relevancia el testimonio que los tres den en los juzgados, cuando han sido citados a declarar como investigados” y comprobamos con una mezcla de hastío y desasosiego el estercolero en que los medios locales han hundido, no ya la dignidad de la profesión, sino directamente la ética más elemental.
Ahora que se cumple un año del cambio de gobierno y son tiempos de revisión y (auto)crítica, deberíamos seriamente hacer también balance del mugriento papel que ciertos periódicos están jugando en todo este complejo proceso. Desde el esperpento del cónsul alemán a la indignación por las banderitas. Desde la chaquetita del alcalde a los juicios sumarísimos sin presunción de inocencia. Y tantos espantos más. Repasen la hemeroteca y comprobarán el nivel de inmundicia. Tanto la rancia evangelización de la familia Joly como el amarillismo fecal de citizen Mallou (por no mencionar a los enloquecidos francotiradores de Vocento), todos han dado sobradas muestras durante estos últimos meses de la lamentable realidad del rol que estas logias de la información local están jugando, enfurecidos de impotencia y lanzando espumarajos de cólera, repartiendo sin rubor su tóxicas pastorales, torticeras y chulescas, con la impudicia y la crueldad de quien no cobra ya su habitual impuesto contra-revolucionario (el ya demasiado longevo pizzo gaditano) a un gobierno local que, ahora sí, se resiste a la extorsión. Y el mefítico resultado es este: noticias absurdas, malintencionadas, venenosas, que reverberan con ruidosa ramplonería en las columnas de sus opinadores de sacristía apolillada o en los blogs de sus saltimbanquis de controversia anganga.
Sentimos, por el contrario, una enorme solidaridad para con los trabajadores de esas empresas, a menudo excelentes periodistas, que saben perfectamente que escriben para su propio enemigo y que tienen que aceptar que su talento y su profesionalidad queden injustamente en entredicho en lugar de erosionar directamente la presunta honradez de su patronos.
En cierto modo, nos queda la esperanza de sentir que esta burda estrategia de la artería, la intoxicación y la malicia es en realidad mucho menos efectiva de lo que todos pensamos, y que esta exacerbada campaña de desgaste es, hoy por hoy, tan descarada que cada vez se la cree menos gente y, así, todo el mundo comienza a descubrir los soeces aspavientos del guiñol. El domingo, cuando sepamos el resultado de las elecciones en esta ciudad, quizás comprobemos con cierta alegría que sus malas artes y sus pringosas difamaciones tienen mucho menos efecto del que creemos. Y eso será el principio de su fin.
Algún día, las vecinas y vecinos de esta ciudad encontraremos la manera de lanzar un preciso torpedo a la línea de flotación de su agrietado prestigio, su cansino monopolio y sus sospechosas fortunas.
Imagen: @pedripol