Fotografía: Jesús Massó
Las delegaciones municipales de Participación Ciudadana cumplieron cierto papel en los inicios de la democratización local. Pero, observadas en perspectiva y salvadas algunas excepciones, no han representado sino una escenificación marginal en unas corporaciones locales de muy pobre calidad democrática. Arrinconadas en la agenda local, con competencias y recursos muy limitados, han atendido en el mejor de los casos algunos asuntos de segundo orden, “de manera participativa”, mientras las decisiones urbanas importantes discurrían por espacios poco transparentes, en negociaciones de jefaturas políticas y grupos económicos que observan la ciudad como oportunidad de negocio.
Y es que las administraciones locales no están políticamente concebidas ni burocráticamente estructuradas para la participación democrática. Antes al contrario, en no pocos casos, se han revelado como fenomenales maquinarias opacas aunque demasiado permeables a la corrupción empresarial y partidista y al clientelismo y el caciquismo político.
Conviene también tener presente que una cosa es la participación de la ciudadanía y otra, bien distinta, son las estrategias partidistas e institucionales de participación ciudadana. Y que una cosa es abrir la política local a la ciudadanía y otra, también muy distinta, hacerlo a las personas y grupos e idearios próximos al partido gobernante de turno. De Perogrullo. Nuestras ciudades son mejunjes de gentes y colectivos muy diversos; con preocupaciones, inquietudes, vivencias, creencias, aspiraciones y formas de estar dispares y, por lo común, igualmente legítimas. Poner una institución al alcance de los afines ha sido práctica habitual de las derechas. Y a menudo de las izquierdas. Eso no es contribuir a la construcción de ciudadanía democrática.
Una política local comprometida con la construcción de la democracia participativa debe aspirar a abrir a la ciudadanía –a la información y la deliberación, a la toma de decisiones y la cogestión y a la rendición de cuentas-, de una u otra forma, el conjunto de la política local. No es tarea fácil. Demanda firmes convicciones y voluntades políticas de las autoridades, unas estructuras y medios técnicos y profesionales suficientes y preparados, y una amplia y plural participación y proyección social. No reparar en ello ha dado como resultado un arco de experiencias más o menos fallidas, o de discutible impacto, que oscilan entre las buenas intenciones y muy variadas maneras de quedarse con la gente. Un arco, por lo general, con poca sociedad detrás.
A las dificultades reseñadas se unen otras tantas que guardan relación con las disponibilidades sociales para participar, para tomar partido, para dedicarle tiempo y esfuerzo. Las experiencias más avanzadas han demostrado la existencia de cualificadas minorías dispuestas a trabajar por democratizar la democracia, pero también han evidenciado las limitaciones para una participación sostenida entre sectores ciudadanos de cierta amplitud. La vida cotidiana impone restricciones, y también influyen los valores, las experiencias y trayectorias personales y colectivas. Participar figura entre las asignaturas pendientes de nuestros procesos de socialización.
Así las cosas, lo más sensato es pegar los pies al suelo, conocer e interpretar la realidad y actuar en consecuencia: de poco sirven elaborados recetarios de pretensión universal. Cierto es que las bibliografías y los conocimientos directos dan cuenta de una amplísima nómina de principios, metodologías, sistemas, procesos e instrumentos para la participación y para la construcción de la democracia participativa. Ahí están y su combinación, en todo o en parte y en según qué momentos, junto a otras herramientas que vayamos inventando, puede ser de utilidad. No es ese el principal problema.
La cuestión central reside en tener claro bajo qué supuestos y con quiénes se pretende construir la democracia participativa; sabiendo que no hay atajos, que no cabe esperar resultados espectaculares en un plazo de tiempo corto. Porque estimular y estructurar la participación ciudadana local es una carrera de fondo que exige, por encima de cualquier otra cosa, partir y actuar en base a las preocupaciones de la gente, con el protagonismo de la gente, aprendiendo con la gente y sin perder el compás de la gente.
Apoyar a los asociacionismos ciudadanos desde el escrupuloso respeto de su autonomía, hacer de la información –no es lo mismo información que propaganda- y de la transparencia práctica habitual, perseguir consensos con los actores sociales, impulsar proyectos para la pedagogía cívica democrática y articular espacios de debate público sobre los proyectos y actuaciones urbanas son tareas inaplazables y factibles para la nueva política local. Para el conjunto de la nueva política local. Con la gente: con las entidades, las organizaciones, los colectivos y las personas. Sin pausa. Y sin demasiadas prisas. Repetían en las plazas que “vamos despacio porque queremos llegar lejos”. Pues eso.
Así lo ve un servidor de ustedes.