Fotografía: Jesús Massó
Decía Albert Camus que un país suele valer lo que vale su prensa. Por suerte para él, que tanto amaba España, no pudo ver la evolución de nuestros medios y talentos periodísticos. De la República de Pla, Ortega, Colombine, Camba, Gómez de la Serna y Chaves Nogales hemos pasado en menos de 100 años al reino de Inda, Marhuenda, Losantos, Buruaga, San Sebastián, Ferreras y Pastor. Como los dramas completos no existen, salvo en Grecia, quedan periódicos, firmas y rostros –incluso en televisión– que todavía son capaces de contar las cosas con claridad y valentía, y de tomar la distancia necesaria para que el poder, los diferentes poderes, no contaminen sus informaciones y análisis.
La degradación del periodismo ético en esta era de capitalismo sádico, impunidad de los corruptos y control tecnológico más que orwelliano no es un fenómeno únicamente español, desde luego. En Estados Unidos y Europa sobran los ejemplos de medios corrompidos, entregados a la generación de contenido inane y amarillo en todos los soportes, sumisos a los bancos y fondos buitre que han metido sus sucias manos en los consejos de administración, sometidos a la dictadura / mafia formada por las grandes empresas con las grandes agencias de publicidad.
El papel de estos medios privados y concertados –omitiremos hoy la situación de los públicos porque esa sí es una tragedia griega—consiste básicamente en defender el estatus quo, es decir el búnker; en España, para entendernos, los grandes medios de (ex)referencia, concentrados en los cuatro o cinco grupos del oligopolio –Prisa, Unidad Editorial, Planeta, Vocento, Joly…– están unánimemente dedicados a la tarea de bloquear cualquier atisbo de cambio político.
Para ser más concretos todavía, lo que estos medios han configurado desde el 15M en adelante es una nueva Prensa del Movimiento, el sindicato vertical de editores del Régimen del 78. Y su tarea principal estriba en construir el cordón sanitario llamado a frenar la llegada de Podemos y sus confluencias a las instituciones democráticas.
Da mucha pena decirlo, pero es lo que hay: los medios con los que nos educamos desde la Transición los que hoy somos mayores de 40 años han olvidado que el deber de la prensa es controlar al poder y pensar en el interés general, y se han convertido en escudo y metáfora de la podredumbre que inunda al sistema bipartidista imperfecto que nos gobierna desde la muerte de Franco.
Endeudados hasta las cejas y cada vez más alejados de la realidad, esos medios han otorgado el timón a los periodistas más mediocres y cobardes de las plantillas, después de desembarazarse de los más incómodos aplicando una reforma laboral bananera, y hoy aparentan mantener un poder que ya no tienen buscando pinchazos como sea, manipulando noticias y encuestas, emitiendo vídeos de gatitos y masacres, dictando titulares a los reporteros, intoxicando y asustando a las viejas con editoriales indignos de ese género, ocultando en sus portadas informaciones relevantes para defender a quienes les subvencionan, excluyendo del debate a las firmas más críticas con el sistema vigente, y dando voz y espacio a prosistas de sonajero y cascabel carentes de la más mínima conciencia ética y social.
Como no hay mal que cien años dure, y como por suerte existe Internet, la buena noticia es que todavía quedan, en El Tercer Puente y más allá, cientos de periodistas, sociólogas, filósofas, activistas, politólogas y escritoras dispuestas a resistir y a enfrentarse a este búnker de estirpe franquista, amasado durante décadas a base de publicidad institucional opaca, basada en criterios de amiguismo clientelar, y afinada en los últimos tiempos con un reparto del pastel publicitario diseñado con prácticas tan ejemplares como el hachazo a los amigos del IBEX, la venta masiva de contenido patrocinado (visible y oculto) y la publicación de un aluvión diario de piezas ridículas y títulos ‘catchy’.
Sin duda, el tardofranquismo se nos está haciendo larguísimo. Pero el regreso al búnker no puede durar mucho. Como les pasa al PP, al PSOE y a sus otros compañeros de viaje, muy poca gente menor de 40 años apoya ya a esos medios y periodistas viejunos y resabiados que intentan frenar con tiritas y embustes la hemorragia de votantes y lectores. Su poder, que puede parecer muy aparatoso en el panorama local, es en realidad una farsa, porque ya no se basa en la seducción, la empatía, la calidad y la inteligencia, sino en la marca, la insistencia, la cantidad, el ruido, el sobrecogimiento, el miedo (al terrorismo, a lo nuevo, al otro).
El modelo de negocio de la vieja prensa de referencia se apoya en pilares insostenibles, suicidas: un endeudamiento impagable, salarios de oro a unos directivos incapaces, la explotación salvaje de los nativos digitales, el intercambio de favores y prebendas con políticos y banqueros, el saqueo de lo público y del cártel publicitario; pero, en el camino, nuestras entrañables cabeceras se han olvidado por completo del deseo, los problemas y las necesidades del público, sobre todo del joven.
¿Se imaginan que una mercería decidiera dejar de vender botones y se pusiera a despachar hamburguesas patrocinadas por un banco?
Pues eso han hecho nuestros periódicos con el periodismo.
Larga vida a los geniales editores del Movimiento Setentayochista, pues.
Mucha suerte en los juzgados a Inda y demás presuntos.
Y viva la prensa pobre pero libre, Albert Camus, Chaves Nogales, Cádiz, El Tercer Puente y La voz del sur, por ofrecer un poco de decencia entre tanta basura y por ayudarnos a seguir creyendo que el periodismo sigue siendo, pese a la que está cayendo, el mejor oficio del mundo.
¡Salud y libertad!