Quizá sea muy simple la idea que quiero plantearles en este artículo, no lo sé, pero lo cierto es que se trata de un pensamiento recurrente en mi cabeza, como espectadora y participante de la realidad local en la que vivo: Lo público es de todos. Así, a simple vista, es una frase corta, de tan solo cinco palabras. Pero encierra, creo yo, varios grandes mensajes. Empecemos.
Para diseccionar el primero de ellos me gustaría detenerme en el verbo, que es ser, como sinónimo de provenir y de pertenecer. Es decir, lo público proviene de todos nosotros, parte de nuestro esfuerzo, pero también (y por tanto) nos pertenece a todos. Eso como mínimo. Que hay quién no puede aportar tanto como debe recibir. Y hay quien puede aportar más de lo que necesita recibir. Creo yo que en estos parámetros se basa el concepto de equidad.
El segundo es el de público. Público no significa gratuito. Gratuito sería si otro alguien que no somos nosotros nos pagara la actividad, el material o el servicio al que accedemos o que disfrutamos. Pero lo público lo estamos pagando todos. Yo diría más, es en gran medida nuestro. Pero nuestro en el sentido colectivo del término, no en el individual. Lo público como generador de beneficio común. Y el beneficio común, siempre, es mejor que el individual.
Los gestores de lo público, a saber, la administración y sus líderes políticos, no son más propietarios ni menos que cada uno de los ciudadanos de un país, una comunidad, una ciudad. La única diferencia entre ellos y nosotros es que ellos han sido designados (podríamos discutir los procedimientos, pero en este texto no nos ocupa) para hacer un buen uso de ese dinero. Entiéndase que ese buen uso debe ser sinónimo, en mi opinión, del bien común.
El último concepto es el de todos. Todos tenemos una responsabilidad en el uso de lo público, en el uso y no el abuso, porque lo público también es finito. Porque lo que uno gasta de más se lo quita a otro que puede que necesite más que tú. Todos somos todos, aunque pueda parecer una redundancia. Es el ciudadano de a pie, es el empresario privado, es el gestor que hemos mencionado. Cada uno de ellos debe ser responsable cuando lo que tiene entre manos es dinero público o de lo que se está beneficiando tiene un origen público.
Debe existir por tanto una preocupación común por la buena gestión del dinero común. Y esto significa cuidarnos de que el dinero de todos beneficie a todos de la manera más directa posible. Que el dinero público caiga en manos privadas siempre y cuando estas manos privadas tengan claro ese concepto. Y que los gestores tengan claro también que debe haber un proceso de participación y de decisión común sobre ese dinero. Simplemente porque el dinero no es suyo, la decisión no es exclusivamente suya.
No vale la excusa del olvido, de no entender los términos, no nos podemos esconder en el egoísmo social. Nunca fue el tiempo de eso. Pero menos lo es ahora. Durante muchos años nos hemos lavado unas manos pervertidas del mal uso, el despilfarro, la apropiación, el lucro. Ahora, hagámoslo distinto, ¿no?
Fotografía: Jesús Massó