Ilustración: Pedripol
14 de julio de 2014, justo el día después de ser elegido Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez se reúne con Susana Díaz, Presidenta de la Junta de Andalucía y Secretaria General de la todopoderosa federación de socialistas andaluces. Él tiene 42 años y ella se encuentra a unos meses de cumplir los 40, lo que los hace miembros de una misma generación, la llamada Generación X del grunge y el sonido de Seattle, Tarantino y el boom del cine independiente norteamericano, el comienzo del movimiento antiglobalización y la pérdida de identidad socialdemócrata. Pero, sobre todo, son miembros de una generación de cargos socialistas que se han forjado en la cantera de las juventudes socialistas y que han dedicado la totalidad de una vida a la política, fuera de la cuál son personas prácticamente neófitas. Él ha sido concejal, diputado y creció políticamente en el periodo en el que José Blanco era Secretario de Organización. Ella lo ha sido todo en Andalucía, dónde creció bajo el amparo de las principales familias del socialismo andaluz de las que ahora marca una distancia aséptica, dejando un reguero de cadáveres políticos en el camino. Pedro ha alcanzado más de lo que él mismo podría esperar en el PSOE. Susana cree que está a un paso de conseguirlo, sólo es cuestión de tiempo y de que Pedro comprenda que su papel es secundario en la estrategia que ella tiene diseñada para tomar el poder del partido cuando sea oportuno. De hecho él no sería Secretario General si ella no le hubiera brindado todo su apoyo contra Edu Madina, el eterno mirlo blanco del socialismo español, al que sí considera un rival a tener en estima en su camino a la secretaría general. Termina la reunión y él se siente satisfecho. Agradece el apoyo de la sultana andaluza y le explica su proyecto para el PSOE. Ella lo mira con extrañeza. Este exjugador de baloncesto no ha entendido nada. No sabe cuál es su sitio real. Susana coge el AVE a Sevilla sin hacer declaraciones y sabe que, desde ese mismo momento, tiene un problema en su escalada hacia el control del poder del partido. Es hora de hacer unas llamadas…
Ese fue el comienzo del particular juego de tronos socialista que ha perdurado durante dos años en el seno del partido y que se ha resuelto de la bochornosa manera que hemos podido ver estos días. Sánchez sorteando todo tipo de inconvenientes en una huida hacia adelante para intentar conservar y reforzar el poder, utilizando todo tipo de estrategias como consultas a militantes, aplazando decisiones inaplazables y adelantando o retrasando acontecimientos a su antojo en función de sus intereses, como el Congreso del partido. Díaz, por su parte, ha estado poniendo constantes palos en las ruedas, utilizando su poder para marcar y maniatar la acción de su Secretario General e interpretando torticeramente unos estatutos con 17 dimisiones en la Ejecutiva Federal para forzar la salida de Pedro Sánchez. Fruto de esta lucha de poder los acontecimientos se han precipitado y tienen como consecuencia la victoria de Susana y sus barones y un PSOE descabezado que va a entregar el gobierno a la derecha de Mariano Rajoy.
En definitiva, lo que ha ocurrido es una mera pugna por el poder, por tener una mayor capacidad de influencia en el partido. Se trata de espurios intereses individuales revestidos de compromisos con una militancia y unos electores que contemplan estupefactos los acontecimientos. . El objetivo es alcanzar el poder a cualquier precio. La ambición personal por encima de todo, conseguir el trono de hierro, aunque para ello se coloque al PSOE en un callejón sin salida. Tanto Susana como Pedro son producto de un modelo de partido que se basa en el control clientelar, con estructuras burocráticas de poder, los apparatchiky y profesionales de la política, el vasallaje del pusilánime, donde se promociona la leal mediocridad y que hace suya aquella máxima de Guerra: “el que se mueva no aparece en la foto”. Un modelo antiguo que es defendido por las viejas glorias del partido y aquellos que se han servido de este sistema para desarrollar su carrera política. Un partido que desconfía de los militantes, que no quiere su actividad sino su control, que se distancia sin remisión de la sociedad, fomenta la desafección y usa a la militancia en función de sus intereses.
Asimismo, lo más importante que se ha escenificado estos días es la clara fragmentación entre una élite dirigente que actúa en función de sus intereses y al margen de los de los militantes, que utiliza el partido en su propio beneficio, y unas bases que reclaman que se las oiga y que exigen tener un papel de relevancia en la toma de decisiones del partido. La distancia que existe en estos momentos entre una parte y otra es sideral, porque la militancia reclama una democracia más directa, con unos mayores niveles de participación y una toma de decisiones consensuadas entre dirigentes y bases. Esta forma de entender el partido supone dar un paso de modernidad en el PSOE que estaría más en consonancia a las demandas políticas que aparecieron en España tras el 15M, acercándolo a la sociedad y haciéndolo permeable a los problemas de la ciudadanía, más ideologizado y con fuerte principios éticos.
Y la realidad es que ni Susana ni Pedro, que ahora hace suyas algunas de estas reivindicaciones pero que no es Corbyn (montó una gestora en el PSM con la misma facilidad que lo hacía Díaz en su época de Secretaria de Organización de las JSA), están por la labor de recoger estas demandas. Son dos caras de la misma moneda. No forma parte de su cultura de partido y sólo realizarán un cambio en esta dirección si su supervivencia política estuviera en juego u obtuvieran algún beneficio de ello. Ya se sabe que, como dijo el presidente de la gestora Javier Fernández, en su visión del PSOE deben huir de la podemización del partido.
Ante esta situación, en la que las consecuencias de esta guerra de poder conllevan entregar sin contraprestación alguna el gobierno a la derecha, faltar al compromiso adquirido con los electores y, dentro del sistema partidista, perder el liderazgo de la oposición al PP al escenificarse que el PSOE ya no representa una alternativa al mismo, la solución pasa por volver a plantear la enésima refundación de un partido de la que se desconoce el alcance de las posibles consecuencias. Si se hacen cambios en la dirección que indican sus militantes el PSOE tiene la suficiente base social e institucional para, tras un (¿largo?) periodo de tiempo, volver a configurarse como partido de gobierno. Enredarse en luchas palaciegas de poder, en el recién creado tablero multipartidista español, lo condena a la irrelevancia. El PASOK marcó el camino.
Esto es lo que está pasando en el partido y esos son los posibles caminos del PSOE. Aunque, como Groucho Marx, siempre podrían decir: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”