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Enrique alcina

Fotografía: Jesús Massó

El futuro ya está aquí. A la robótica gaditana le ha faltado tiempo. Ya tenemos los primeros prototipos. «Es una lata el trabajar», reza la canción de la redención de la fluorescencia programada. Conozco personas con más automatismos: esquiroles, arrastrados, asustaviejas, técnicos poco duchos en la materia, sumisos sacarinos, segundones. En breve, apenas notaremos la diferencia, recoja el catálogo de nuevos oficios, no será tan complicado adaptarse a las circunstancias. Algunos empleos no diferirán en exceso del esclavismo moderno. Otros, en cambio, envidiarán al pobre ser urbano, mayormente autónomo, entretenedor de amplias minorías, vulgo artistas de toda la vida, los especialistas en las bellas y en las malas artes. Chip prodigioso para los pintores de la luz, los juglares del silencio, los narradores del mañana y los animadores socioculturales. Los flamenquitos y los guitarristas de comparsas, los romanceros, los biomédicos, los cargadores de indios y los intérpretes del viento. A ver quién se atreve a manejar la barca de esta gente tan puntera e imprevisible. Así que en Cádiz, dios menguante, lo mismo salimos ganando y equilibramos lo que viene siendo este horror en el hipermercado, este robot a mano armada. Abstenerse banqueros de colmillo aflado, canallas del idealismo inmobiliario, trepas, virus que pierden el norton, proyectos submarinos sin aletas, tricuentenarios de la casa de descontratación, impunes e imitamonos.

No habrá color entre un oficinista perezoso y un representante de la tecnología del siglo XXI y la fe del siglo I. Los ministros del ramo preferirán un robot camarero, un robot industrial, un consejero delegado con la voz quebrada, un fraude fiscal de pitiminí, un siglo de estafados, qué sé yo, antes que un jardinero con ternura, un artesano de la mente humana, un corista sin gafas ahumadas, un perrito piloto, un pez sin adobo, una mujer valiente, un juez justo o el entrañable y malhumorado baranda de un ultramarinos enemigo íntimo del maldito amazon. ¡Amazon gratis ya, y al carajo los mandaos! No va a quedar ni el tato, me temo lo mejor. 

A continuación, por su interés informativo, revelamos la primera entrevista en exclusiva a un robot gaditano la mar de salado y poco común, un máquina retroalimentado por fogonazos de inspiración, cortes del fluido eléctrico, levanteras gordas, mala sombra y ángel incierto.

«No me gustan las banderas, ni las porfías estériles. No me gustan los intolerantes, ni los de ahora y ni los de antes. No me gusta la autocensura, el canto rodado, el humo y el funeralismo reinante. No me gustan las sectas venenosas, ni las diversas mafias locales que ocultan su verdadera faz bajo un manto de colores engañosos: la mafia del baile, la mafia cultural, la mafia periodística, la mafia política. Ni esta terrible  y caprichosa ola de infantilismo». 

«Me gusta el rock and roll y la inmunidad interplanetaria. Me gustan los intermediarios del vacío existencial, los que parten y reparten, los exiliados en su propia casa, los que no se empecinan en llevarse la razón a su terreno con tal de ganar una partida, con lo bonito que es empatar y perder la misma razón en un momento dado del día. Me gustan los que no confunden cultura con ocio, los ladrones honestos, los músicos que apenas conceden respiro a la tentación del ritmo sincopado, los que no se sienten dueños ni partícipes, ni cómplices, ni leches en vinagre». 

«No me gustan las listas de éxitos y fracasos, ni los superlativos, ni las ideas secas como torrijas caducadas. Oigo llover con arrepentimiento. Mienten luego existen los mismos de siempre. No me gustan los trabajos gratuitos, ni las horas extras, ni los pescados capitales. No me gusta la submención, palabro recién inventado que traducido resulta «hablar por bajini contra el adversario, y sin embargo amigo y así encender la mecha de la zona zafia del cerebro colectivo». 

«Me encanta la gente que no hace planes a los demás. Me gustan los carteles anunciadores de festivales por venir. Me gusta el sabor de la derrota que vendrá. Me gustan las tostás de la Venta El Pollo, que tienen delito: son como rotondas que no se untan, se dejan sobornar con manteca colorá. Si yo fuera rico no pediría un crédito ico. Por una letra. Gasten más bromas, vivan peligrosamente, muera la austeridad».

«No me gusta soñar con mis verdugos, que aparecen y se borran de la escena portando enormes espejos y sonrisas forzadas. No me gusta este cielo cuadrado y precario, ni la forma con que  algunos adornan sus ansias de justificar sus próximos pasos en falso. Odio los actos sociales, los conciertos a los que pocos vienen a escuchar, los insaciables. La procesión va por dentro. La música de hoy, heredera chunga del burbujazo triunfal, es puro concurso de karaoke. Me pregunto a santo de qué surgen tantos escritores editores si ya no quedan lectores en esta trepidante escena final de alegría y desempleo. Ya está aquí la Feria, la del vino y la del libro, ya sabemos los nombres y apellidos de los damnificados: los autores ¿De qué vive la cultura? Cuidado, que gripo «. 

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