Ilustración: pedripol
Si me
besas yo abriré la boca para clavarme
después tu espada en el cuello
Pronto celebraremos el cuarenta aniversario de la primera representación de El Público, de Federico García Lorca, ‘teatro irrepresentable’ que tardó cerca de medio siglo en verse publicado y representado. La escritora francesa Marcel Auclair, amiga de Lorca, el escritor chileno Carlos Morla Linch y su mujer y el crítico literario Rafael Martínez Nadal, atestigua (M. Adams: García Lorca: Playwright and Poet, 1977) el desconcierto del círculo íntimo del poeta aquel día en que les fue leído el texto por primera vez, ante la violencia y la abierta homosexualidad de los primeros actos de la obra. Según este testimonio, Bebe, la mujer de Morla Linch, habría espetado: “Federico, me imagino que no pensarás representar esta obra. No se puede. Aparte del escándalo, no es representable”. A lo que Lorca contestó: “Esta obra es para el teatro pero para dentro de muchos años”.
Y así fue. El texto fue publicado en 1977, cuarenta y siete años después de ser terminado por Lorca, gracias a los esfuerzos de Martínez Nadal. Las primeras representaciones corren a cargo de grupos de teatro universitarios. Algunas fuentes citan ese mismo año de publicación como la fecha de su primera representación en la Universidad de Murcia. Sin embargo, Gwynne Edwards (El teatro de Federico García Lorca, 1983), uno de los mejores investigadores de la dramaturgia lorquiana, nos remite a la primavera de 1978 para fechar su primer estreno dentro del programa de actos conmemorativos del 75 aniversario de la fundación de la Universidad de Puerto Rico. Las primeras representaciones a cargo de grupos profesionales de teatro habrían de esperar un década más.
En 1933, durante su visita a Buenos Aires, Lorca había declarado a un periodista de La Nación que ninguna compañía del momento se atrevería a representar esa obra y que el público podría reaccionar violentamente ante ella, “porque es el espejo del público. Es decir, haciendo desfilar en escena los dramas propios que cada uno de los espectadores está pensando, mientras está mirando, muchas veces sin fijarse, la representación”. Por eso pensaba que su pieza no era una obra para representarse. Era un “poema para silbarlo”.
Como apunta Edwards, el título de la obra es un enigma que nos obliga a pensar y reflexionar. Por una parte, en cuanto espectáculo, el público es algo separado del escenario; son los observadores de la acción que tiene lugar en la escena. Por otra, y en la medida en que el teatro pueda ser imagen de la vida, metáfora de la experiencia humana, es también espejo en que nos contemplamos a nosotros mismos, por lo que los actores en escena son a la vez una expresión de los observadores de la acción, ya que en El Público se experimenta con la técnica dramática del teatro dentro del teatro. “En la medida en que nosotros, en relación con nuestros semejantes, asumimos apariencias y máscaras con las que ocultamos nuestro verdadero ser, somos tan actores de nuestras propias vidas como lo puedan ser los actores en escena. En El Público, Lorca nos sitúa ante una obra en la que se nos hace ver que no hay separación entre la acción y el público”, argumenta el crítico literario.
Lo cierto es que El Público es una de las grandes piezas de la dramaturgia surrealista en castellano, asumiendo siempre el carácter ‘sui generis’ que el surrealismo adquirió en los poetas de nuestro país, emoción desligada de todo control lógico pero con una tremenda lógica poética. Porque, además, el vanguardismo de la obra tampoco la desvincula de la tradición cultural española, caso de las ‘pinturas negras’ de Goya, que Lorca debió contemplar largamente en el Museo del Prado. En Los desastres de la guerra y Los caprichos hallamos escenas implacables de inhumanidad y en ellos se nos muestra al descubierto la realidad que se esconde bajo la máscara humana. Y tampoco se puede obviar la influencia del cine: “En España esa pasión fue tan honda que solo después de admitir que las películas condicionaron el carácter y las técnicas de las obras literarias de entonces y que influyeron en la mentalidad de los hombres que las escribieron, puede hacerse la auténtica crónica de la historia cultural de la época” ( C.B. Morris, The Dream-House (Silent Films and Spanish Poets, 1977).
De hecho, en la descripción del extraño decorado del Cuadro I ya encontramos implícito este tema principal de la obra:
(Cuarto del Director. El Director sentado. Viste de chaqué. Decorado azul. Una gran mano impresa en la pared. Las ventanas son radiografías)
Una yuxtaposición de la mano cubierta de carne y las placas de radiografía dejando al trasluz los huesos debajo de la carne, sugestiva exposición de la intención de la obra de descubrir la verdad soterrada bajo las apariencias y fachadas.
Porque además, el protagonista de El Público, ‘el Director’, no solo se debate entre un deseo que no puede ser obviado y las convenciones sociales, también lo hace entre distintas visiones del género dramático, entre el ‘teatro al aire libre’ que en un principio defiende y que trata que llevar a término con su representación de Romeo y Julieta, y el ‘teatro bajo la arena’ que es en sí mismo esta obra magna del poeta granadino. En otra escena de la obra, el Caballo Blanco 1º comenta:
…Ahora hemos inaugurado el verdadero teatro, el teatro bajo la arena
Y el Caballo Negro añade:
…Para que se sepa la verdad de las sepulturas
Y el Hombre 1º, a su vez, replica al Director:
Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo.
Este verano celebraremos en Cádiz la ‘representabilidad’ definitiva de El Público, de Lorca, con una lectura colectiva de la obra. Te esperamos.