Dio un salto y cogió el palo de la bandera. Al mismo tiempo su amigo lo cogió por el otro lado. Ambos tiraron de él, fuerte y furiosamente, pero el sargento abanderado había muerto y el cadáver no quería abandonar su posesión. Hubo por un momento una especie de lucha de carácter macabro. El hombre muerto, balanceándose con la espalda curvada, parecía estar luchando obstinadamente, de manera absurda y horrible, por la posesión de la bandera.
-Stephen Crane. El rojo emblema del valor-
¿Qué tienen que ver una canción boricua y la cita de una novela sobre la guerra civil norteamericana? Poco, pero importante. Para el que no haya escuchado la copla ya le aclaro que es una palabra, bandera; aunque tratada de maneras muy diferentes en ambos ejemplos. La canción, al son de un ritmo frenético, repite más de veinte veces la exclamación de ¡qué bonita bandera!, una reiteración de amor a la bandera patria de Puerto Rico que puede resultar incluso cansina para quienes no compartimos la pasión de los músicos portorriqueños por sus colores patrios. Cada lugar tiene sus ritmos y sus maneras de echar piropos, pero si acá fuésemos tan reiterativos en las muestras vocales de cariño nos tomarían por locos, o por fanáticos quizás. Y el tipo de fanatismo lo pondrían los colores y emblemas de la bandera alabada, no les quepa duda. La novela es bastante más descarnada, un retrato genial de un joven en una guerra de la que entiende de poco a nada y cómo pasa de cobarde a héroe sin saber muy bien cómo ni por qué.
Todo este rollo de canciones y novelas es para introducirles a uno de los últimos hitos de la política local gaditana, la guerra de las banderas. Puede que opinen que exagero con lo de guerra pero tenían que haber visto, y leído en lo poco que se argumentaba con racionalidad, lo que pasaba en las redes sociales. Hubo momentos en los que el ardor ideológico y la defensa de lo propio llegó a niveles que recordaban Belchite en el 37, todo ello aderezado con menciones diversas a los muertos ajenos, unas más cautas y otras más dirigidas a dar en el cielo de la boca del adversario. Es lo que tiene la España actual, que en la política ha adquirido un gran valor la que podríamos denominar como cultura del zasca, una palabra horrible derivada de la onomatopeya original y académicamente aceptada. Lo que nos merecemos sin duda, zas va, zas viene y el personal a aplaudir y celebrar el zascandileo nacional.
En mi humilde entender, que reconozco va en retroceso por aquello de la edad, la cosa ha sido una tontería. Porque en definitiva el tema de las banderas va por colores, y según colores tales ideas o adhesiones. Pongamos un ejemplo. Todos hemos oído, creo, esa canción de ¡Banderita, tú eres roja…! se trata de una copla de una zarzuela cómica, Las Corsarias, que hizo fortuna como canción patriotera durante el mandato del gallego bajito, ¿recuerdan?. A lo que voy es que si la cantamos y nos paramos en roja, pues que la cosa da para comunista que son los que tienen, al menos tenían ese valor antes, bandera de color rojo toda ella. Si continuamos con el gualda, unido al rojo nos puede situar desde el más añejo franquismo a la Marina de Carlos III, pasando por la monarquía parlamentaria actual e incluso en la primera República, tan olvidada ella. Pero si en un ejercicio de habilidad canora añadimos “y morada” ya nos vamos de cabeza a la II República y sus circunstancias, las esperanzadoras y las trágicas. ¿Ven cuánto da de si una copla? porque ya puestos podemos añadir tantos colores y combinaciones de los mismos como nos apetezca.
Me da a mi, es un pálpito, que las banderas es que están sobrevaloradas. Es izarse una bandera y a muchos se les pone un puchero en la cara que da pena, eso a algunos que a los de al lado se les pone cara de asquito por la misma bandera. Y viceversa, que se dice en estos casos. Porque visto el lío de las banderas de Cádiz ya va entendiendo uno por qué no hay gobierno en nuestro país. Ya se sabe que los símbolos son muy importantes y que las personas necesitan de ellos para ciertas cosas como son las identidades y eso. Pero la verdad es que se podían de vez en cuando dejar estas cosas a un lado y pactar un poquito. Me explico, donde dice bandera de tal o cual color pongan izquierda y derecha, o sea que o todos de izquierdas o todos de derechas para formar un gobierno, las fórmulas mixtas no se las cree más que el candidato Sánchez. Y así le fue. Los demás fabrican sus banderas de palabras grandilocuentes, gran palabra, y no se bajan del burro. Yo creo que la guerra fue artificial, la de las banderas no la otra, y que hubo mucho de ¡que comience el espectáculo! Porque allí estaban todas las banderas, las suficientes como para que todos estuvieran contentos. En sus mástiles oficiales las tres de rigor, la constitucional, la de Andalucía y el pendón de la ciudad. En un mástil más chiquitito y en otro balcón la de la II República que si hubiesen sido guasones ponen la de la primera y la gente a preguntarse que para qué dos banderas iguales.
La verdad es que a todos les gusta un jaleo y un sarao de agravios y ofensas. Servidor cree que los de IU, que antes eran el partido Comunista y ahora son Ganemos no sé qué, tienen todo el derecho del mundo a hacerle un homenaje a la bandera republicana. Los de Podemos, que antes en Cádiz eran trotskistas y ahora no se sabe muy bien qué cosa pero seguro que gente, ídem de lo mismo. Los del PP, antes teofilinos y ahora indignados de no tener el poder, pues que también tienen derecho a su bandera con su coplas y sus desfiles incluidos. Y los socialistas pues que en estos momentos de sandwich político que viven, las criaturas también deberían poder sobrellevar tranquilos su esquizofrenia de lealtad a los símbolos constitucionales y su nostalgia republicana. De Ciudadanos la verdad es que no se me ocurre nada, supongo que mientras no haya cuatribarradas o esteladas les da como igual.
Así que tengamos la fiesta en paz. La fiesta del 14 de abril es una fecha digna de recordarse por parte de los demócratas españoles. El 14, porque a partir del 15 ya podemos empezar a discutir de lo que fue bien o mal y de quien fue la culpa; sin ponernos de acuerdo les advierto. Porque las banderas, en tanto símbolos que son, deben interpretarse. Si son símbolos incluyentes bienvenidos sean, si son excluyentes mejor dejarlos de lado y no menearlos mucho. Si veo una bandera franquista me siento excluido de una forma de entender mi patria que no me gusta, que salió de una guerra durísima y que pensó sólo en la mitad, como mucho, de los españoles. Por ello hay que suprimir la simbología franquista, por excluyente y por expulsar a mucha gente de la convivencia y de los derechos. Por ello me siento cómodo con la actual bandera, sin histerismos ni aspavientos, con todos sus defectos y carencias creo que los últimos treinta y tantos años ha funcionado como integradora, con voluntad de unión. A mi me ha servido y creo que a la gran mayoría. Quienes ondeen la bandera de la segunda república tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, eso sí deberían hacer un esfuerzo para convencer a la gente de que su proyecto es integrador. Ese es su reto político. Desdramaticemos un poco si no queremos acabar como el protagonista de la cita que encabeza estas líneas, peleando con un muerto por una bandera.
Por lo demás, qué quieren que les diga, la guerra de las banderas de Cádiz fue una guerra de opereta. Sobreactuación por parte de muchos, de los nostálgicos republicanos, de los ofendidos conservadores y una ausencia imperdonable. Banderita tú eres amarilla, banderita tú eres azul. Esa, la del Cádiz C.F. y la opereta hubiera sido antológica.
Fotografía: Jesús Massó