Fotografía: Jose Montero
Una es aficionada a navegar por las redes y trastear por pensamientos ajenos. Pese a quien pese es una nueva forma de aprendizaje y de adquisición de conocimientos, sobre todo los sociales. «Nada mejor que escuchar a la gente» se ha dicho siempre, ahora hay que leerles, faltas ortográficas, errores y equivocaciones incluidas. Un paseíto por la mente del siglo XXI que ya va para adolescente.
Quizás es que, son cosas de la edad, este siglo nuestro emplea los ya no tan nuevos medios de comunicación social para compartir memes y sobre todo noticias de alarma. Entre éstas, hay una que se repite en las publicaciones de nuestros amigos y vecinos y es que se espera, sin fecha, la inminente llegada de un tsunami a nuestras costas. Hasta han hecho una peli que, en modo demo, nos vaticina cómo no se salva de la ola ni los que estén de visita en la Torre Tavira. La noticia corre como la abundante espuma de la gigantesca ola; es tan repetitiva y recurrente que más que un temor parece un deseo; y es que en nuestro Cádiz todo lo pasado siempre nos parece mejor y hay cierta añoranza de tsunami, o como se llama por aquí, ganas de maremoto.
Por lo pronto, y como la naturaleza es sabia, nos está mandando avisos; así, cuando llegue la hecatombe, estaremos preparados. Es algo parecido a las señales del Apocalipsis y que, poco a poco, vemos que se va cumpliendo. No voy enumerar los siete sellos porque cada uno tiene los suyos propios: sus miedos, temores y señales de incertidumbre. Lo que sí voy es a dar norte de quienes ven sellos por todos lados; y no hablo de los funcionarios de Correos sino de aquellos que con clarividencia institucional intuyen que poco a poco el mundo se derrumba, bueno, más bien su mundo,. Estas pobres criaturas temerosas acuden en tropel a pedir ayuda y acorralan a quienes le ofrecen la seguridad de lo malo conocido. Es tal el pánico generado por los avisos de siniestros que la prensa se hace eco de este caso. Cuentan que a los emisarios divinos les paran por la calle, los acosan en los bares y les confiesan que el castigo divino que se avecina es todo por su culpa, por haberse equivocado de camino. La expiación puede tener arreglo, pero hay que pagar los errores un par de añitos más, les responden.
Qué maravilloso debe ser sentirse protegido por quienes tienen la potestad de cerrar la puerta a los que con martillos quieren abrir los sellos. Llegado el momento de impedir el advenimiento del caos, aproximadamente en veinte meses, aquellos que cayeron en el pecado de la aspiración a una vida diferente deben hacer acto de contrición y depositar por escrito el nombre de todos los ángeles que impedirán la destrucción. Ellos y ellas tienen en su mano la posible salvación.
Así, para disminuir la incidencia de víctimas ante el fatal evento, trabajarán para que fracase cualquier deseo de reactivar la industria naval, fundamental en nuestra economía local, mandando emisarios a la capital para que tumben las propuestas de reactivación. Los trabajadores, debido a su situación de inactividad, emigrarán junto a sus familias en búsqueda activa de futuro, con lo que ya de golpe se eliminan unos cuantos miles de ciudadanos de la lista de ahogados por agua de mar, aunque lo estarán de otra manera.
Del mismo modo, se promoverá la circulación continua de vecinos en el casco antiguo. Poco a poco, las fincas tomadas por numerosos vecinos de residencia fija se irán convirtiendo en lugares de paso más tranquilos. La gentrificación como herramienta de desalojo; expulsión del poco glamouroso habitante de clase obrera desde entornos urbanos a zonas periféricas, por ejemplo a localidades vecinas, en beneficio de nuevos inquilinos de tránsito con un aspecto y categoría más cercana a seres celestiales. Las víctimas serán menos, y lo serán por pura eventualidad y coincidencia de espacio y tiempo; mala suerte, no se puede tener todo. Eso sí, mientras tanto estarán en la gloria en unos alojamientos de ensueño. Aunque, como a veces la vida regalada no lo es tanto, estos buenos vecinos se encontrarán a la hora de escapar con calles sembradas de mesas, sillas y sombrillas de diseño que le impedirán el paso. Mirando el lado positivo, cuando las aguas tomen las calles, tendrán donde agarrarse si éstas flotan.
No sabemos cuándo vendrá el maremoto, ni siquiera sabemos si vendrá. Existe la posibilidad; una remota posibilidad, minúscula. Lo que sí sabemos es que los gaditanos en un número considerable y real viven con el agua al cuello, todos los días y sin necesidad de olas gigantes ni eventuales movimientos telúricos que las propicien. Es una realidad. Y no lo dicen seres divinos ni iluminados, lo dicen las estadísticas. Y aunque no lo dijeran éstas; lo dicen los comercios, las tiendas de barrio. Dudo mucho que estas personas ahogadas por esos planes de salvación de la ciudad le digan a los ángeles que se han equivocado, pidiendo ayuda o responsabilidad a otros. Hay que probar soluciones diferentes a las que nos tienen acostumbrados. Y aunque se yerre, se continúa probando y no se insiste en privar de oportunidades a los vecinos menos afortunados, ni se tira la toalla para volver a lo de siempre.
Lo que está claro es que durante veinte años de mandato azul celeste, las carencias de la gente no disminuyeron; todo lo contrario. Muchos fueron expulsados de nuestro paraíso y otros muchos quedaron a la espera de que se calmaran las aguas. Muchos ni siquiera tenían la oportunidad de huir. La culpa ni por asomo venía de su vigilancia y exquisita ejecución sino por deriva de los acontecimientos globales y por supuesto por la dejadez de los recién llegados.
Ahora, quienes no tuvieron tiempo de achicar el agua en dos décadas, cuatro lustros, exigen a los nuevos un salvamento express. Tiempo al tiempo y prudencia porque, a lo mejor y aunque puede haber errores, otorgar oportunidad de vida a los vecinos menos afortunados puede ser tan beneficioso como un muro de contención de aguas. La gente que vive con la tranquilidad de tener los recursos vitales cubiertos tiene la mente más despejada y mayor capacidad para buscarse un porvenir digno y dignificante, lo cual revierte en la riqueza local. Lo más bonito de una ciudad es tener a gente contenta con su vida y no gente sin expectativas de futuro.
Es muy fácil achacar los males a los que les sustituyen, a quienes todavía no han podido arreglar las goteras de tanto tiempo. Efectivamente, cuando llegue el maremoto nos va a coger a todos los ciudadanos, a los del centro y a los de Puerta Tierra, a todos. Pero no hay que olvidar que estos años hemos tenido muchos ensayos generales, o simulacros que se llaman ahora, de tragedias; y ya hemos comprobado que en estas maniobras orquestadas siempre se ahogan los mismos. Ese es el gran fracaso: enfocar a las víctimas más vulnerables, protegiendo a quienes nunca les han faltado recursos de salvación como agarrarse fuertemente a un corcho apoyándose sobre los hombros de quienes se tragaban todo el agua; aunque hubiera flotadores para todos.
Evidentemente, los responsables de repartir salvación y evitar la tragedia no lo hacían al azar, ni siquiera lo hacían por selección de competencia; lo hacían por afinidad. Y allá iban felices todos los allegados agarrados a los cuellos de sus patitos de goma, viéndolas venir y esperando a que pasen las malas aguas.
No sé si después de los maremotos vienen los arcoiris, desconozco las señales que indican que las aguas se retiran. El ensayo está siendo largo y tedioso y aunque dicen que ya no se tiene programadas nuevas actuaciones, hay quienes todavía necesitan de oxígeno y de un descansito para reponerse.
Hemos tragado muchísima agua, tanta que tenemos los miembros entumecidos e hinchados. Lo único bueno es que hemos aprendido mucho y sabemos cómo va esto del agua tapá en las poblaciones. Pero no queremos repetir experiencias y es por eso que, para evitarlo, cambiamos y pensamos nuestros votos buscando soluciones y de paso sacamos a todas nuestras Vírgenes en magnas procesiones por si acaso el mar se cabrea.