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Jl jarilloIlustración: pedripol

Rata “urbana” (o de alcantarilla)
Rattus norvegicus.

Ser humano (en ocasiones también de alcantarilla)
Homo sapiens.

Dos especies a priori bastante dispares. Una es una plaga que florece a partir de la inmundicia ajena, propagadora sin igual de enfermedades y que muestra su cara más violenta y agresiva en cuanto se ve acorralada. La otra es un simple roedor. Pero ambas comparten entre sí casi el 90% de sus genes. Esto se podría interpretar erróneamente pensando que somos un 90% ratas, y digo que sería erróneo porque creo que ese porcentaje podría quedarse corto.

Durante estos últimos meses, en Cádiz se ha oído innumerables quejas entre vecinos y comerciantes sobre la presencia de estos comunes roedores en calles y plazas. Ha faltado colgar en las puertas de tierra un mural de nuestro alcalde tocando la flauta como si en Hamelin nos halláramos pero ¿no es cierto que no es la primera vez que pasa? ¿No es cierto que, en el fondo, Cádiz siempre ha estado minado de ratas?

¿No es cierto que siempre ha habido ratas en los colegios? Como aquella profesora que se tomaba demasiado en serio aquello de «la letra con sangre entra» y tenía la mano más larga de lo que debía. Como aquel maestro que presentaba una enorme y brillante sonrisa siempre que llegaba el calor y sus alumnas venían con un atuendo más veraniego. Como aquellos compañeros de clase que enterraban en vida a un niño por estar más gordo de “lo normal” o hacían un tormento de la existencia de una niña por tener gafas. Esas ratas siempre han estado ahí y seguirán estando.

¿No es cierto que siempre ha habido ratas en la universidad? Como ese investigador que invertía el dinero de su grupo en llenar el sofá de su casa un 5 de enero de iPhones e iPads. Como ese director de departamento que por llegar al tope presupuestario y poder pedir más dinero el año que viene solicitaba material innecesario que acabaría abandonado y oxidado, dentro de su caja, en medio de un pasillo. Como ese burócrata que dejó de ser docente hace años y que justo antes de las elecciones a Decano pide el voto a viva voz en la cafetería de la facultad porque, si sale elegido, organizará una capea para todos y agradará a sus votantes con una velada al más puro estilo Berlanga. Esas ratas siempre han estado ahí y seguirán estando.

¿No es cierto que siempre ha habido ratas en las iglesias? Como aquel sacerdote que hizo de su templo un mercado y de cada sacramento impartido un negocio. Como esa señora que siempre que había recogida de alimentos iba a colaborar como buena feligresa pero volvía con las manos llenas a casa. Como aquellos padres que siempre le traían alguna camiseta de marca a su hijo cuando se recogía ropa usada en la parroquia. Y todo porque se sentían con derecho a hacerlo; porque nunca entendieron lo que significa la palabra altruismo. Esas ratas siempre han estado ahí y seguirán estando.

¿No es cierto que siempre ha habido ratas en las empresas? Como ese hostelero que no daba de alta a nadie de su plantilla porque “así no rentaba el bar”. Como ese otro que nunca respetó el descanso del vecino porque “es mi negocio y tengo que defenderlo”. Ratas como esas que han llenado su madriguera, acumulando propiedades y riqueza y ahora imposibilitan que la gente de Cádiz tenga acceso a un alquiler coherente por culpa de su especulación. Esas ratas siempre han estado ahí y seguirán estando.

¿No es cierto que siempre ha habido ratas en el Ayuntamiento? Como ese concejal que enchufaba a sus conocidos para que le asesoraran sin tener ni idea del tema en cuestión. Como ese otro que daba preferencia a sus amistades a la hora de la contratación de un catering o un servicio de seguridad. Ratas como esas que llenaban los palcos de teatros y estadios con su círculo excusándose en que había que llevarse bien con el empresario (el mismo empresario que no daba de alta a sus empleados). Esas ratas siempre han estado ahí y seguirán estando.

Si tanto miedo os dan las ratas, mirad a vuestro alrededor. Como decía Hesse: “Cuanto más cerca estamos sentados unos de otros, más difícil nos resulta llegar a conocernos”. Para observar a estos roedores no hace falta que os asoméis a una obra abandonada desde hace un año ni que destapéis alcantarillas; las únicas cloacas que necesitáis abrir para ver verdaderas ratas son las del ser humano, que las tiene y están hasta arriba de oscuridad.

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