RAYO 1 – 1 CÁDIZ
El fútbol es un veneno que se inocula en la infancia (al menos así me ocurrió a mí, no pretendo pontificar).
Sigo: sabido es que los colores vivos y los diseños atrevidos se imprimen con más fuerza en las mentes párvulas –en realidad, en cualquier mente- que las rutinarias camisetas lisas o blanquiazules: el arlequinado Sabadell, aquel Elche con su banda verde horizontal… y el Rayo. Pocas cosas más atractivas que aquella franja escarlata y oblicua, que convertía a los jugadores casi en miembros de una patrulla de súper héroes. Hasta el nombre (que evocaba velocidad y destrucción) acompañaba.
Por ello, mucho antes de hermanamientos, de cánticos o de pancartas prohibidas, uno ya era vagamente del Rayo. Pero eso sí, sin blandenguerías: en los enfrentamientos directos, jamás tuve dudas.
Y hoy se ha dado uno de esos duelos. Dos equipos de estirpe proletaria se enfrentaban en el viejo campo de Vallecas y, para empezar, Cervera sorprendía con la alineación: Carpio y Carrillo saltaban de inicio. El primero, como solución a los problemas de solidez de nuestro carril zurdo; el segundo, sustituyendo a Salvi en la banda derecha (spoiler: lo hicieron bien).
Tras los tontunos escarceos de rigor, los primeros acercamientos con planes de boda los protagonizó el Cádiz. Primero fue Barral el que desperdició un excelente pase de Alvarito, incisivo todo el partido; luego fue Garrido el que cabeceó un córner para que el balón saludara de cerca el palo derecho de Alberto. Dos vicegoles consecutivos, dos ocasiones marradas que me sirvieron para evocar aquel viejo aforismo: el que perdona, pierde.
Y a continuación, como invocado por mi pesimismo, marcó el Rayo.
La verdad es que el tanto vallecano fue un gol de bandera. No supo el Cádiz despejar con decisión un balón que merodeaba nuestra banda izquierda y el esférico le llegó, medio rebotado, a Trejo. Este, tras amagar un pase rutinario, decidió controlar con la cabeza, girar ciento ochenta grados y colocar la pelota en la escuadra con un toque sutil y potente a partes iguales.
Tocaba proponer, construir, crear, pero ¡ay!, este equipo no está diseñado para eso. A lo más, el Cádiz conservó el orden y la calma (lo que no era poco en esas circunstancias). Siguió barajando y repartiendo a la espera de que le saliera el As.
Y mira, salió.
Tuvo que ser a la cerveriana manera, desde luego. Un centro de Moreno rebotó en la defensa cadista y cayó a los pies de Carrillo. El gigantón –potente, decidido- protagonizó una carrera en diagonal aprovechando el espacio libre que tenía por delante. Aún conservó la lucidez necesaria para filtrar el balón entre los centrales del Rayo, justo por donde aparecería Alvarito. El extremo se plantó solo ante el portero pero no acertó a definir, probablemente porque fue objeto de penalti. El caso es que el balón le llegó franco –con perdón- a Barral que había seguido la jugada. Con su disparo lograba a la vez el gol y la redención de su error anterior.
Empate y a la caseta.
Al final, el Cádiz había dejado buenas sensaciones. Tan fiel a su estilo como Georgie Dann, demostró que la fe mueve montañas, que el que la sigue la consigue y que… (PONGA AQUÍ SU REFRÁN FAVORITO ALUSIVO AL TEMA).
La segunda mitad tuvo, a su vez, dos partes. Una primera de diez minutos en la que los amarillos, bien posicionados, robaban balones y rondaban el área local. Una segunda –coincidiendo con los cambios de ambos equipos- que se caracterizó por un creciente dominio rayista. En parte, porque la salida del lesionado Carrillo –pundonoroso y trabajador- le restó al equipo presencia en ataque. Y también, claro, porque el excelente equipo que es el Rayo dio un paso adelante: la salida de Javi Guerra y la colocación en la media punta del talentoso Trejo fueron determinantes para inclinar el campo a su favor. Del que no hubo noticias, por suerte para el Cádiz, fue de Raúl de Tomás, bien controlado toda la tarde por los centrales gaditanos.
Una vez que el sesgo del choque era evidente, solo tocaba esperar el final. Los de Cervera se han convertido en unos expertos en la suerte de matar los partidos: faltas tácticas, jugadores que se retuercen, pataditas al balón para retrasar los saques del rival… Triquiñuelas tácticas que ayudan a que ciertos encuentros mueran de inanición.
El caso es que el empate se consumó –lo propio de dos equipos hermanados, al fin y al cabo- y el Cádiz no ha perdido contra ninguno de los dos primeros clasificados en los últimos duelos. A falta de nueve jornadas, démosle una satisfacción al niño que llevamos dentro: ilusionémonos, que para la amargura siempre hay tiempo.