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Pepe maestro completa

Fotografía: Jesús Massó

A mediados del siglo dieciocho, en Cádiz, asomaba de vez en cuando un gallo que vivía al margen de la ley y al que apodaban Robinjú.

Natural de Alcalá de los Gazules, era hijo de gallina Carablanca en pollada de nueve hermanos. Separado de ella en edad muy temprana y siendo aún polluelo, fue vendido a un cerrajero gaditano que ejercía su oficio en la calle Santa Inés, muy cerca del Oratorio.

Vivió suelto, en el propio taller de la cerrajería y que daba acceso a un patio asilvestrado donde reinaba una higuera, en cuyas ramas, además de perchas para el descanso, se hallaba el fruto del libre pensamiento.

La relación con su padre adoptivo fue tierna y jugosa pues, el cerrajero, si bien lo compró con fines de ganancia, después de enviudar y viéndose solo, lo quiso como a un hijo en el destiempo de la vida. Digamos que fue un padre justo, liberal y generoso, pues no receló en enseñar su oficio al gallo a base de suma paciencia y sacrificio.

El gallo, bien dispuesto al aprendizaje, no solo recibió los conocimientos de la profesión  sino también una cierta filosofía de la vida basada en la justicia universal y la adopción de los innumerables beneficios que conlleva el practicar el libre albedrío.

Tras la muerte del cerrajero y después de varias disputas con los innumerables e ilegítimos herederos que aparecieron por sorpresa, se vio solo, despojado de todos sus bienes y sin más grano que el que el azar dispone.

Dispuesto a no convertirse en caldo de puchero, deambuló por las callejuelas gaditanas escapando de cuanto hijo de madre le salía al paso. Sintiendo que la tierra no le protegía, pronto ascendió a los cielos de la ciudad de Cádiz y se zambulló en el Romanticismo. Comprendió que todos somos aves de paso y que no hay nada más doloroso que el cautiverio de quién ha nacido para el vuelo.

Siendo como era de naturaleza promiscua, comenzó a mostrar su afán por las azoteas gaditanas en busca de corrales que asaltar y divulgar su pensamiento.

Su pericia era tal ante las dificultades que no había tranca, postigo, pestillo ni candado que se le resistiese. Ya fuera por la fuerza de su pico largo y vigoroso o la desenvoltura de sus afiliadas uñas, lo cierto es que los cerrojos más impenetrables sucumbían a su paso.

Las atónitas gallinas veían reforzada su perplejidad cuando Robinjú les explicaba que si hacía tal cosa no era para su beneficio, aunque no desdeñase el otorgar algún consuelo siempre y cuando fuese ejecutado con la diligencia del que se siente proscrito y perseguido; si estaba allí, en ese preciso momento, era para anunciarles que debían tomar con rapidez una decisión que les afectaría para el resto de sus vidas:

– ¡No os prometo el sosiego del corral ni la sed saciada a su hora! Pero, escuchadme, ¡oh, cautivas! Tantos siglos de domesticación no significa que no seáis aptas para el vuelo. ¿Qué hacéis todo el día incubando? ¿No veis que esos huevos no os pertenecen? Ya es hora de que empolléis el huevo más preciado de todos: ¡el huevo de vuestra libertad! ¡Y que el Cielo nos acoja como corral!

Y la mayoría de las gallinas cedían ante el brío de su discurso, pero también, ante sus ovales ojos grandes, su plumaje negro y barnizado, y ante esas orejillas blancas que se extendían lisas por todo el rostro y morían redondas en su contorno a modo de antifaz.

Robinjú liberó diecisiete corrales de azotea, tres de patio interior y una docena de jaulas dispuestas para su embarque a las Américas. En continuo movimiento por las terrazas gaditanas era visible cada atardecer aquel río de plumas y cacareos que salvaba los pretiles con inusitada alegría llegando a contabilizarse más de doscientas gallinas libertarias. Instauró numerosas tertulias en torres y pretiles, dando cobijo y refugio a cuantas “aves de paso” surcaban Cádiz en busca de un invierno mejor.

Robinjú fue visto por última vez el 1 de noviembre de 1755, en soledad, encima de un catre a la deriva en dirección a Jerez de la Frontera. Si bien alguna crónica apunta que, aferrada con su mandíbula al catre, lo acompañaba una tortuga boba, especie muy común en los archipiélagos atlánticos.

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