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cansancio

El pecado original, lejos de corromper al hombre, lo hizo libre;

fue el comienzo de su historia.

Erich Fromm

Lo que ocurrió realmente fue poco a poco y minuciosamente atenuado por quienes temían; y temían porque debían.

Lo que ocurrió realmente aún late, aunque sin ritmo.

Lo que ocurrió realmente y siguió el camino inexorable de la política devino cansancio, frustración; llegó el día a día, y no pocas elecciones con sus nuevos partidos.

Pero había algo más. Era que lo que ocurrió realmente, de algún modo, seguía vivo, medio muerto, aletargado; pero vivo, así como un cormorán barnizado de chapapote.

Lo que ocurrió realmente fue que la gente en un único y ya mítico acto de verdadera rebeldía salió a la calle a cagarse -con buenos modos y costumbres- en los jachibibi de los mismos que han sido siempre los mismos y que nunca fue la gente. Cuando llegó la política lo que ocurrió realmente cobró el color del peligro y no pocos -porque son minoría pero no pocos- dijeron que hasta ahí podíamos llegar. Vaya hostia, decía Rita; a punto estuvo Esperanza de volver a lo de los calcetines, de hacerse un Fausto con tal de que aquellos que eran gente no llegasen donde sólo los de su rango arterial tenían un sitio. No se lo creían.

Lo que ocurrió realmente y que después se instaló en la política en forma de partido -cuyo rebufo quiso aprovechar el jovencito y falso Kennedy con esa especie de gin tonic a lo moenno de un color naranja Ikea-, se fue apagando y los que temían pusieron toda la carne en el asador. De algún modo lo consiguieron. Ya por último Mariano dijo aquello de virgencita del Carmen, Pedrito sacó pecho, Albert calculó con su corazón de izquierdas-neoliberal-católico-laborista-yloqueseasipillocacho a cuánto cabían entonces con lo del pechito de Pedrito -ahora sin corbata-, el socialista; y el coletas, deteriorado por la edad electoral, que ahora dirigía en lo político lo que ocurrió realmente, no supo o no quiso -sin saber si acertaba o erraba, que en el juego nadie parecía muy bien saber que si farol u órdago a la chica- seguir jugando. Y tiró la puta al río.

Pero lo que ocurrió realmente -que es lo que interesa-, y que sigue vivo, tenía más que ver con la ciudadanía que con la política. Claro. Era lo acojonante del asunto. Tan grande fue después la confusión. Tan desproporcionada la mala leche de esa cabrona minoría que son tantos y que son en Europa y en el mundo entero. Estábamos de crisis hasta las orejas cuando lo que ocurrió realmente se imprimió en las páginas de los periódicos, cada cual contando de la singularidad lo que les dio la real gana, como cuando lo de los cuerpos en los andenes y los trenes reventados. No sólo se llenaron las plazas de una piel de toro partida en dos y todavía con olor a moqueta de El Pardo y entrepierna de pantalón de pana de la Transición; aquello se reprodujo, como la mutación benévola de un virus a la contra. Ignoramos si fue una última oportunidad.

Lo que ocurrió realmente debió -debe- repetirse, al margen de la política o de los colores en ella. Tenía que ver con la sonrisa, y eso era bueno. Se había ganado una batalla. Se mantenía la guerra -porque es una guerra, sin armas al uso, pero con millones de muertos, muertos por dentro y por fuera, toda clase de muertos-. Fiel a su costumbre la gente pensó que después lo suyo era sentarse a esperar -somos criaturas de costumbres-, que es otro tipo de muerte. Que la gente se siente a esperar es lo que esperan esos muchos que son una minoría y que siempre estuvieron ahí enmendando y envenenando con la insidia de su oficio, que es el poder y el control y las cuentas en los paraísos artificiales, echando de vez en vez y para que la cosa no se vaya de las manos los perros contra los perros, cánidos instrumentalizados y cánidos amordazados, pero canes todos ellos, para quienes la sumisión y la obediencia son signos claros de armonía en la sociedad; canes, perros, que es el término empleado en el lenguaje para la intimidad de quienes habitan lo oscuro.

Sepan que lo que ocurrió realmente tenía que ver con la sonrisa; pero con una sonrisa futura, y no esa que nos quisieron imponer donde los fenicios, luego los romanos y después Teófila. Tiene que ver con la sonrisa del futuro, la de las generaciones venideras, una sonrisa utópica cuyo origen sólo puede darse como se dio cuando ocurrió lo que ocurrió realmente. Tampoco es una sonrisa de eslogan, no se confundan, porque escribo sobre una sonrisa de la gente (esto de gente que parece manido por el abuso no deja de ser una realidad, al igual que lo de casta, aquí no vamos a ser originales), y no una para dibujarla en la cara de fulano en un mitin. Que esto no va de política. Sepan que lo que ocurrió realmente es de lo poco que nos podemos sentir orgullosos y podemos enfrentar a la barbarie del terrorismo dirigido, los cuerpos cetrinos, hinchados y muertos sobre arena mediterránea de playa y las alambradas de tres cuartas partes del mundo.

De lo que hablo cuando escribo sobre lo que ocurrió realmente es de la gente echándose a la calle para decir somos muchos. Para decir, por ejemplo, os vigilamos. Para decir, qué cosas, que queremos y sabemos que casi todo se puede reinventar, hasta la forma de vivir, la forma de gobernarnos. Salir a la calle para decir que nos declaramos antisistema sin cresta de colores y cadenas porque el sistema no es que no nos guste, es que nos está jodiendo las costillas. Todos, ancianos y jóvenes, nuestros niños que serán nuestra gente del mañana, para que vean y sean mejores que nosotros, que dejamos la pelota caer. Salir a la calle, que es lo que ocurrió realmente y lo que deberíamos repetir. Para ocupar los espacios hasta el punto de que les sea inevitable, a ellos, tener que mirarnos a la cara y no puedan refugiarse en los oscuros salones. Salir a la calle. Que se muere en el Mediterráneo porque se huye de una guerra lejana y absurda, a la puta calle a gritar. Que se negocian terribles acuerdos comerciales entre las orillas a uno y otro lado del Atlántico, a la calle, a decir que ni mijita hasta que sea ni mijita sin condiciones. Que algún iluminado nos quiere mandar a Laponia o hacernos creer que debemos conformarnos con lo que éramos y hacíamos cuando el siglo del humo y la tuberculosis, insisto, a la calle. Ya gobiernen azules, rojos, naranjas o morados. Sin más amenaza que la que impone la determinación de desear con fuerza y por justicia. De lo que hablo cuando escribo sobre lo que ocurrió realmente es de parar la máquina el tiempo suficiente para pensar y creer, de un quince eme permanente, de una celebración de la libertad, la igualdad y la justicia. Ya nos sirvió de algo. Que no se quede en la política, que es necesaria, por supuesto, pero no suficiente. Vayan a su colegio electoral el veintiséis, pero antes vamos a recordar por qué lo hacemos.

Una aclaración al margen: No soy periodista. No me dedico a la opinión profesionalmente. No cobro por esto. No defiendo o escribo para ningún partido. Sí soy un particular que escribe dónde y cuándo le sale de los mitocondrios, por necesidad y responsabilidad y porque le da la real gana. Quien se sienta afectado por ello creo conveniente comunicarle que por lo que a mí respecta… vamos, que se joda; que si el cinismo va bien para la conciencia y la salud mental, también va muy mal para las tripas.

Fotografía: Jesús Massó

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