En Cádiz, año tras año, cuando llega el carnaval, entre pasodobles, cuplés, tanguillos y popurrís, vuelven a sonar risas, lamentos, letanías, cantos elegíacos de un carnaval que ya no es el que fue, que desaparece y se desnaturaliza. Así, año tras año.
Según recoge Alberto Ramos Santana en “El carnaval secuestrado” (Cádiz, 2002), ya en los siglos XVIII y XIX se mantuvo una tensión constante entre la manifestación popular del carnaval y los esfuerzos de las autoridades, secundados a menudo por la prensa, bien por prohibirlo o en la mayoría de los casos, por controlarlo y aminorar su carga crítica con argumentos como éstos:
“Cada año, llegando estos días de Carnaval, se oyen las mismas exclamaciones: ¡Esto se va! El carnaval desaparece.”
En la prensa se criticaban la pérdida de las buenas maneras, el afeminamiento de los hombres, la vulgaridad de las mujeres, la falta de ingenio, el mal gusto, lo impropio de los disfraces… Todo centrado en el carnaval callejero, alborotador y subversivo, en el peor sentido de la palabra[1]. Estas publicaciones datan de 1889. Ya entonces, se escuchaban cantos de sirena por el carnaval, que ya no era “como tenía que ser”.
Ahora, aquellos lejanos lodos siguen dejando polvos. Para recabar una muestra plural, formulé una petición para recoger algunos de los tópicos que bien en el Concurso, bien en la calle, bien al ver televisión, bien en la barra de un bar o en un grupo de wasap, cualquiera podemos escuchar y en muchos casos sorprendernos mientras repetimos lo que siempre hemos oído en boca de otros. Ahí van algunos de ellos, juntos y bien revueltos:
El carnaval ya no es el que era. El de antes si que era carnaval y no lo de ahora. Este no es mi carnaval. “Se está perdiendo y es una pena” (aplicado a cualquier cosa buena carnavalera). El carnaval no es más que meaos y borracheras. Cuando llega la gente de fuera, yo ya me he ido. Al Falla va cualquier cosa. No tenéis ni puta idea de carnaval. Esto no tiene pellizco, Ahora el público se levanta con ná. En la final no hay ambiente, se nota que la gente es de fuera. Amo cuchá (“Vamos a escuchar”, para los de fuera). Ese popurrí es mu largo. Ojalá que llueva en carnavales. Hay que hacer selección de preliminares. El año que viene no salgo. Cada año tardan más entre agrupación y agrupación. ¡Forillos en negro ya! Cómo chillan los octavillas. Qué falseta más larga, por dioooo! Estos jóvenes ya ni escuchan ni ná, sólo salen a emborracharse. ¡Vaya pelotazo! ¿Eso qué es, chirigota o comparsa? Y en el teatro Falla: “Esto si que es una chirigota; ¡Qué bonito, hijo! ¡Cái! ¡Po-e-ta! ” El jurado está comprado, este año gana la comparsa del alcalde. “Veníamos a disfrutar y se ha conseguido. Estábamos en todas las quinielas” (Los concursantes del Coac, como algunos futbolistas tras un partido). Yo quiero disfraces de un día pa otro. ¿De qué iban el año pasao? (Y con la cadencia o la música correspondiente, dígase:) “Qué de tonterías pa salir en el carnaval. La gente no respeta ni que estamos en carnaval . Esto es Cai, y aquí hay que mamá”. Qué jartura del ruido de la carpa, así no hay quien duerma. Yo soy de Cádiz y hace veinticinco años que no piso el carnaval.
Paco Leal añade un par de reflexiones: “Los carnavaleros hemos de pisar tablas y adoquines, más que pensar en las cámaras. Habiendo intereses económicos por medio, habrá algún día en que no nos reconozcamos ni nosotros mismos.” Las Niñas de Cádiz, en los cuplés del pregón del sábado de este carnaval también echaban de menos las cervezas industriales de siempre, los hombres sin depilar y los insultos a Sevilla en las coplas de toda la vida, con el trasfondo de la corrección política contra la esencia del carnaval. Como parece, cada uno tiene algo que echar de menos, sea en serio o en broma, como una reformulación de que cualquier tiempo carnavalero fue mejor.
Afirmaciones más tópicos, con y sin autoría, el carrusel sigue dando vueltas. Y como dijo Antonio Martín en 1968, por boca de Los Mayordomos: “El tanguillo gaditano se está perdiendo y es una pena”. El Yuyu, hace unos días en un artículo del Diario de Cádiz admitía que esto sigue siendo carnaval, pero que echa de menos el carnaval de los 80 y 90, al que atribuía más autenticidad y sencillez.
Todos tienen y dejan de tener la razón en alguna medida. Se pierde lo que se tuvo. Este “O tempora, o mores” latino, refleja como la percepción del carnaval corresponde con la de la vida misma. El “auténtico carnaval” es el de nuestra juventud, el de los veinte y los treinta años, cuando uno venía a comerse el mundo. Años más tarde, cuando uno se da cuenta de que el mundo apenas se dejó comer, el carnaval, ya no reluce. La vida misma, tampoco es lo que fue o lo que prometía. Y de este reflejo vienen los lamentos, en muchos casos dando fe de verdades. Pero una vez más, no importa chillar, llorar, ni tener la razón, sino estar vivo y ser capaz de disfrutar al máximo de nuestra existencia. Si no, no existiría el carnaval, este que hoy mismo es auténtico y genuino para los niños y jóvenes que aún carecen de pasado.
[Por una vez, pues no es lo usual en una columna, quiero agradecer a los siguientes por haberse dejado caer con los tópicos carnavaleros a: Paco Leal, Iván Cano, Bea Aragón, Fernando Casas, José Manuel Serrano Cueto, Charo Barrios, Carmen Ramos Santana, Alicia Domínguez, Maite Roa, Montiel de Arnáiz, Acar Papanati, Carmen Ramos Posada, Pepi Valencia, Charo Bolaño, Manuela García, Lourdes Crespo, Quique Cabrera y Óscar Reales. ]
[1] Ramos Santana, Alberto: El carnaval secuestrado. Cádiz, 2002. Páginas 167-168.