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En plena virulencia del conflicto entre el taxi y las plataformas VTC (principalmente Uber y Cabify), hemos podido oír a un conductor de una de esas plataformas hacer esta declaración: “lo que tiene que hacer el taxi es modernizarse, adaptarse a los tiempos, y si no pueden tener un día libre pues que no lo tengan”.

Lo impactante de estas reveladoras palabras reside en que no proceden de los millonarios que están detrás de Uber y Cabify, sino que provienen de una diminuta y explotada piececita de ese engranaje general que reporta suculentos beneficios a quienes apenas tienen que mojarse ni aparecer en esos conflictos entre pobre gente en lucha desesperada por una precaria supervivencia. Es una muestra más de cómo “la nueva razón del mundo” (el neoliberalismo rampante de nuestros días) ha conseguido instalar en los cerebros la idea de que la alternativa a este mundo inhóspito es la lucha desesperada de todos contra todos… los desesperados, se entiende, que son la mayoría. Una guerra por la supervivencia entre gente previamente herida por los efectos de un sistema despiadado que sólo obedece a la lógica del abuso de poder.

No hacen falta muchas lecturas ni hacer un exhaustivo esfuerzo de observación para llegar a la constatación de que eso llamado “mercado laboral” (en aceptada pero engañosa terminología liberal), ha pasado de ser un sistema de reclutamiento disciplinador (en el sentido de Foucault), chantajista, e injusto por su nulo sentido democrático, a evolucionar hacia lo que hoy podríamos denominar “mercadeo laboral”: una auténtica picadora de derechos, una sibilina maquinaria destructora de la dignidad de la gente que depende de un empleo para vivir, una trampa cruelmente diseñada para despojar aún más a los ya despojados…

Se requiere gente 40
Ilustración: Pedripol

¿Y cómo hacen quienes pueden hacerlo para imprimir cada día una nueva vuelta de tuerca a este enloquecido panorama en el que todo parecido con un Estado de Derecho es sencillamente un sarcasmo? Pues aquí a mano, junto al teclado en el que escribo estas líneas, tengo dos ejemplos, dos maneras, de hacer ese sucio trabajo de “destrucción creativa” (otro constructo liberal engañoso) con el que se intenta que los atrapados canten alabanzas a la trampa.

Por una parte está el discurso que podríamos llamar del “solucionismo tecnológico”. Es un discurso plagado de expresiones que no resisten un “control de calidad” (por continuar con la jerga industrioliberal), digamos un análisis profundo, con referencia a la que debía ser finalidad última de todo ese entramado conceptual: las personas, las buenas personas, las personas corrientes, las personas más vulnerables, las personas que empeñan su trabajo por un salario justo, las personas que constituyen la mayoría…

Expresiones pretendidamente mágicas, prestigiadas por una peligrosa euforia tecnológica capaz de privar de sus aspectos positivos a cualquier tipo de tecnología, y, al mismo tiempo, banalizar y dar carta de naturaleza a los aspectos más negativos de las mismas. En un solo folio que recoge uno de esos tipos de discurso encuentro (y copio algunas), las siguientes expresiones: big data, predecir escenarios futuros mediante analytics, cloud on the edge, segunda generación de chatbots, realidad virtual, blockchain, necesidad de soluciones disruptivas, integración del mundo “core” con el mundo digital… Y así va edificándose un sofisticado edificio donde apenas aparecen quienes presumiblemente tendrían que habitarlo: las personas reales, corrientes… Sólo rara vez se habla de “el papel central que adquiere el desarrollo de talento con nuevas capacidades para afrontar los principales desafíos de la Industria 4.0 y de la digitalización”. ¿Se referirán al talento de las personas o al de la inteligencia artificial? Ya uno duda dónde se quiere hacer radicar ese talento necesario para llevar a cabo la denominada pomposamente “Revolución 4.0”. La pista nos la dan esos mismos impulsores de espacios habitacionales evanescentes, esos digito-arquitectos 4.0, cuando actúan en el mundo real del “mercadeo del trabajo”.

Aquí y ahora, y ya situados en el mundo real, se prescinde del utillaje terminológico futurista anterior y se apuesta por el pragmatismo de toda la vida, ese pragmatismo transversal que ha recorrido las Revoluciones 1.0, 2.0, 3.0, y que se quiere que continúe activo en la 4.0. Un pragmatismo de una brutalidad explícita y transparente, sin términos extraños que emborronan cosas tan claras y sencillas como son “las cosas de comer”. Los actores del aquí y ahora (que repito, son los mismos que se parapetan tras nombres espectrales como “Minsait”, “Waymo”, “Alphabet”…), lucen ya denominaciones más convencionales: por ejemplo, Confemetal, la patronal del metal que pide contratos “de inserción” para jóvenes, mediante el cual se permita pagar por debajo del convenio colectivo y abonar indemnizaciones “reducidas”. La inserción significa aquí trabajadores más baratos, tanto en sus sueldos como en la posibilidad de echarlos a la calle, tal como explica eldiario.es

En definitiva, lo que ambas formas del mismo discurso requieren es “gente 4.0”, que ya sabemos las “cualidades” —el talento— que deben tener y demostrar: fuerte resistencia a la precarización; una moral y una ética volátiles; orgullo de clase asépticamente amputado; buen talante y constante sonrisa a prueba de desalientos puntuales; alabar a tu empleador en tus conversaciones cotidianas; disponibilidad 24 horas 365 días en previsión de avisos “online”; talento para banalizar ocasionales humillaciones, necesarias para una mejora de la competitividad personal; capacidad emocional para practicar la indiferencia ante las llamadas “injusticias”; ni mú en asuntos de “ideología de género”, cuestiones LGTBI u otras cuestiones que excedan el interés de la parte contratante; libres de cargas u obligaciones familiares… etc.

En un libro publicado en España hace ahora diez años con el título de “Trabajo y sufrimiento: cuando la injusticia se hace banal”, y que pasó gloriosamente desapercibido, su autor, Christophe Dejours, se preguntaba: “¿Cómo aceptamos sin protestar unas exigencias laborales cada vez más duras, aun sabiendo que ponen en peligro nuestra integridad mental y psíquica? ¿Por qué miramos hacia otro lado ante la suerte de los parados y los “nuevos pobres”? ¿Cómo se tolera la humillación resignada que se presenta de forma cotidiana en tantos lugares de trabajo?”

¿Tendrá la Revolución 4.0 respuestas a tales preguntas?

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