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Iguna
Imagen: Pedripol

Cuando pensamos en ciencia, la palabra nos sugiere investigación, observación, objetividad, experimentación. Y realmente el método científico ofrece los instrumentos para que conozcamos mejor el mundo. En ocasiones, sin embargo, los científicos tropiezan con sus propios prejuicios. En los orígenes del saber científico, por ejemplo, Aristóteles (que valoraba la observación, la recogida de datos y su clasificación) afirmó que, entre las cabras, los cerdos y los humanos, los individuos de sexo femenino tenían menos dientes que los de sexo masculino (y se casó dos veces).

Algo así les ocurrió a los primeros primatólogos cuando observaban y analizaban el comportamiento de los babuinos. Los primatólogos se encontraron en primer plano con las peleas y fanfarronadas de los machos. Y en el mundo de la Guerra Fría, elaboraron una narrativa según la cual la vida de los babuinos dependía de la organización jerárquica de sus machos. De acuerdo con esta representación, los babuinos macho eran animales tremendamente agresivos, que competían entre ellos por las hembras y se convertían en una tropa disciplinada, en un ejército bien entrenado, cuando había que defender al grupo.

Pero lo que la primatóloga Thelma Rowell vio en la sabana no se parecía en nada a esta imagen: los machos no eran ni tan agresivos ni tan buenos soldados, y tampoco las hembras esperaban simplemente a que llegara su príncipe azul. En caso de ataque, la estrategia era la de “sálvese quien pueda” y eran las relaciones entre las hembras, más bien, las que daban estructura al grupo. Se ocupaban de conseguir más comida para el clan y cultivaban las amistades que más les interesaban para el futuro de sus retoños.

Así, el modelo militar de los babuinos se fue desmoronando. Jean Altmann, Barbara Smuts y Shirley Strum desmontaron también otras creencias arraigadas, como la de que los machos dominantes tenían prioridad en el acceso a las hembras y, por tanto, más descendencia. Realmente, el más bravucón no era precisamente el que más ligaba. La discreción, por el  contrario, parecía ser una cualidad apreciada por las babuinas a la hora de elegir con quien aparearse. Descubrir este nuevo mundo babuino requería observar lo que estaba sucediendo en un segundo plano, más allá de las ruidosas reyertas de los machos. Para ello, Jean Altmann introdujo protocolos de observación sistemáticos que garantizaran que todos los miembros del grupo, y no solo los que llamaban más la atención, fueran observados.

Las transformaciones que las primatólogas introdujeron en los métodos y los marcos teóricos nos muestran que el punto de vista, la perspectiva, importa. Como mujeres, fueron capaces de identificar el sesgo que había estado condicionando observaciones y teorías previas, según el cual los machos de las especies son los individuos interesantes, y las hembras tienen simplemente un papel reproductivo. Al visibilizar a las hembras, iluminaron un enorme punto ciego en la primatología. Su perspectiva parcial desveló la parcialidad de la perspectiva dominante, y el resultado fue una ciencia más objetiva.

http://blogs.20minutos.es/ciencia-para-llevar-csic/2015/01/30/los-orgasmos-de-las-primates-y-los-prejuicios-de-la-ciencia/

http://diegoiguna.blogspot.com/2017/01/aristoteles-y-platon-y-los-dientes.html

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