Ilustración: The Pilot Dog
Decía Paulo Freire, el pedagogo brasileño sembrador de la educación popular, que para transformar la realidad es necesario soñar primero la nueva, el otro mundo posible que queremos construir, porque solo entonces la voluntad dispone de una utopía que le sirve de referencia, de faro.
Quiero hoy soñar esta ciudad en la que he elegido vivir, quiero imaginar su futuro, nombrarle en voz alta para que pueda cumplirse algún día.
Sueño una ciudad de la convivencia y el encuentro, en la que existen mil espacios donde las personas pueden encontrarse, pensar, decir, crear, hacer con otras personas, llevar a cabo sus iniciativas, cultivar sus aficiones e intereses, hacer cultura, formarse….
Una ciudad del diálogo social y la inteligencia colectiva, en la que todos los actores y sectores se escuchan, comparten ideas y experiencias, buscan juntos nuevas soluciones y respuestas a los problemas y necesidades comunes.
Donde todas las personas hacen la política, y son consultadas, opinan y participan -de cien formas distintas- en la toma de decisiones importantes. Y donde son también actores, que gestionan y cogestionan con los poderes públicos, que llevan a cabo las decisiones colectivas.
Una ciudad de la economía social y solidaria, llena de cooperativas cooperando entre sí, construyendo en red nuevos productos y servicios, intercambiándolos con otras poblaciones y ciudades cercanas.
Una ciudad del reciclaje, de la recuperación y el reaprovechamiento, austera (que no quiere decir triste), en contra del derroche, el consumismo y el despilfarro.
En la que la igualdad va de la mano de la cooperación, en la que la colaboración y el apoyo mutuo son la norma. Una ciudad con mil colectivos y asociaciones diversas, trabajando juntos, articulando y tejiendo una trama de solidaridad.
Donde nunca más se habla del paro porque nadie deja de hacer y contribuir al bienestar colectivo, nadie está mano sobre mano, y las necesidades de todos están satisfechas.
Una ciudad de los cuidados, en la que los niños y niñas pueden jugar en la calle, y son educados por toda la comunidad, y no son interpretados y suplidos en sus sueños y deseos, sino que cuentan con voz propia y son protagonistas de procesos que les incluyen.
En la que las personas mayores encuentran el calor, el cariño y el respeto que merecen, y tienen voz y espacios propios, y otros donde se encuentran e intercambian experiencias y vivencias con otras generaciones.
Una ciudad reconciliada con su historia y su patrimonio, que no convierte la tradición en una trinchera nostálgica de resistencia a los cambios sino en un trampolín para inventar el futuro. Que recupera la innovación y el cambio como seña de su identidad trimilenaria.
Una ciudad sin burocracias ni burócratas, con estructuras administrativas mínimas, imprescindibles, ágiles, flexibles, en permanente innovación.
Una ciudad con pocos coches, buenos transportes públicos, con muchos lugares para caminar, y rincones para sentarse y contemplar la vida y el mundo.
Una ciudad abierta y proyectada al mar, en búsqueda constante de la armonía con el entorno. Una ciudad verde, llena de azoteas y balcones verdes, de parques y huertos comunitarios. Una ciudad limpia, cuidada por sus vecinos y vecinas, y por sus visitantes.
Una ciudad abierta al mundo, amante de lo propio pero curiosa de lo ajeno, una ciudad en aprendizaje permanente y replicante de las buenas ideas y experiencias, vengan de donde vengan.
Una ciudad multicultural, hospitalaria y acogedora de los otros, vengan de donde vengan. Mestiza (llena de gaditanos y gaditanas de todos los colores, razas y culturas) y mestizadora, constructora de síntesis para una nueva (y buena) vida.
Una ciudad de la alegría y la simpatía, del buen humor y el buen vivir, de la música en la calle que convive con el descanso del vecindario, con zonas y tiempos para la meditación y el silencio…
Una ciudad de la creatividad y el ingenio, que convierte su imaginación y su capacidad de disfrutar la vida en un motor de futuro.
También decía Paulo Freire que ese derecho de soñar que él reivindicaba no era nada sin el deber, sin el compromiso –individual y colectivo- de luchar para hacer realidad nuestros sueños. Porque los sueños no se cumplen por si solos, como por arte de magia, sino paso a paso como resultado de la acción personal y colectiva.
Y, a menudo, en el camino de hacerse realidad, los sueños van cambiando, adecuándose a los tiempos y a los medios, a las resistencias y las oportunidades que encuentran en el proceso. Pero siempre siguen cumpliendo su función de servirnos de guía.
Por eso, lectores y lectoras de El Tercer Puente, hoy os invito a soñar y soñar juntos, para anticipar la ciudad en la que queremos vivir y en la que vivan nuestros hijos y nuestros nietos.