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Eva tubío

Fotografía por Jaime Mdc

No voy a hablar del Psoe. Tampoco es que lo dé por muerto. Llevaba años despeñándose por la derecha de una montaña abrupta hasta que el dúo de escaladores González-Diaz le dio el empujón final y lo estampó de bruces.  Pero puede que resista y lo aupen de nuevo entre aquellos que siguen poniendo el alma en reconstruirlo y aquellos que lo tienen como sustento. Mitad y mitad.

Pero no voy a hablar del Psoe. Me entretiene mucho más el último debate interno de Podemos, el rifirrafe Errejón-Iglesias y la batalla ideológica que sugieren: transversalidad-radicalidad, tibieza-aspereza, institución-calle. Reconozco que al principio creí que aquello era una cruzada de los medios para situar los conflictos de Podemos a la altura de los del Psoe (como si fuera posible comparar las tensiones propias de los comienzos con las de los divorcios), pero parece que no. A la vista de los twitter de uno y otro, las trincheras están activas. Tampoco digo que esta pugna virtual no sea una estrategia más -algunos ya no creemos en nada- para recuperar protagonismo mediático y sacarnos de este tedio insoportable al que nos ha llevado la casi victoria del PP y un año de desgobierno repleto de tarjetas black y juicios a la Gürtel.

Solo digo que de ser un debate real a mí me ha convencido y he recuperado de paso la ilusión postergada del 15 M; un regusto a nuevo y a posible tras el manoseo al que habían sometido a este movimiento.

La tensión de Podemos es en realidad la tensión de Unidos Podemos y así Iglesias empieza a recuperar los postulados de la izquierda (ya se sabe, de esa vieja izquierda que, menos en las formas, siempre va por delante). La radicalidad no es más que la coherencia. Ni dar miedo ni engañar a nadie, sostiene Iglesias. Y lo creo. Miedo producen los hechos probados: la corrupción, los privilegios de una minoría, la tradición por norma. Lo contrario son los presuntos: la honradez, la mayoría social y el avance.  Cuando los objetivos son nobles, por qué esconderlos. La gente no es ni más ni menos conservadora ni más ni menos ignorante. Quizás la izquierda no ha sabido contarse, no ha sabido ofrecerse como una alternativa estable, serena y compacta.

Y en esto acierta Errejón, las formas importan. Se puede defender lo mismo, con la misma vehemencia, sin arrojar cal viva en la cara de nadie. Las formas importan no solo porque habrá quienes se queden en eso, sino porque ellas nos conducen al cuidado, al respeto, a una mayor atención a los procesos frente a las metas. Lo que nos lleva al tercer punto de fricción: las instituciones o la calle.

No sé cuántas horas asamblearias desgastamos, o aprovechamos, en este asunto pero es probable que aquí nadie dé con la verdad absoluta. Quizás la calle tendría que seguir yendo por delante de las instituciones, debería marcar la pauta y prevenir del mayor riesgo que se tiene  en el gobierno, despeñarse por la derecha. Y si esto no ocurre, tendría que preservar los intereses colectivos y lucharlos con todo el vigor posible, pero también resistirse a las tiranías y comprender los tiempos de acompasamiento que requieren las instituciones. Unos y otros harían bien en entenderse, no vaya a ser que volvamos a liarnos, que nos confundamos hasta terminar exhaustos, divididos, regalándoles de nuevo el poder a los corruptos, a los que no nos representan, para mayor desesperación del común de los votantes y la nuestra propia.

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