Áticos y Viento. José Rasero Balón. Ediciones Mayi. 2015. 239 p. ISBN: 978-84-940430-8-6. PVP: 17 euros
Es cierto que Áticos y viento, la última novela publicada del gaditano José Rasero Balón, cumple sobradamente con los rigores del género negro, tal como se reinventó tras la gran crisis económica del primer tercio del siglo XX. Es decir, un afilado estilete para hacer crónica social de supervivientes, casi un manual de bien entendida autodefensa. Con esos mismos mimbres el autor podía haberse alzado un manifiesto maniqueo, juguetear con la literatura puramente evasiva, abrir la espita y tirar por la calle de en medio o, como es el caso, darle un voto justito de confianza al rescate del muestrario de personajes molidos que presenta. Tiene Rasero, además, el enorme acierto de incorporar sin complejos la moral de resistencia y el humor de los antihéroes de la literatura picaresca, nuestro mejor género negro en el estricto sentido de sálvese quien pueda.
La novela no sólo sucede en Cádiz, sino que la ciudad adquiere un protagonismo que para nada es gratuito. La acción arranca en el entrecielo gaditano de azoteas y tendederos, que muestra el paisaje más parecido a un campo abierto en una ciudad que necesitó acorazarse. Y en ese paisaje reincide cuando la acción se vuelve reflexión y urge ventilarse. Las antiguas torres miradores desde las que se atisbaba la riqueza que llegaba de ultramar, o los viejos lavaderos donde se criaban palomas y conejos para alimentarse, se han reconvertido en lugares donde vivir. En una engañosa apariencia de intimidad, ahora que la fortuna no tiene fecha de llegada y la supervivencia es ya otro nombre de la rebeldía. Cierto que en la novela también hay guiños a los escenarios oscuros y laberínticos de la novela negra más conocida, la norteamericana, como ese espléndido descenso a los infiernos buscando el bar Oratorio o los encuentros bajo el humo denso del Cambalache. Cierto también que algo trae de la fría sordidez violenta de la novela negra escandinava cuando, en ese peregrinar por la ciudad, llega a los pulcros chalets cristalinos de Bahía Blanca. Pero, incluso en esos parajes mundanos, la ciudad nunca deja de tener su retranca, ese aire peculiar de estar aún a medio hacer, quizás también a medio desguazar.
Es bien revelador que el robo que desencadena la trama de esta novela sea una sustracción tan importante para quien lo padece, más por su valor emocional que por el buen precio que el objeto tiene en el mercado. No le roban sólo un saxo soprano sino la historia de ese saxo, lo que su búsqueda le supuso, lo que incluye de reafirmación propia, lo que le procuraba de simbólica dignidad personal. A partir de aquí buscarlo se convierte en rastrear en su propia desorientación, en su particular y, a la vez, reivindicativa ruina personal. Pero, como buena novela social, no puede entenderse una degradación individual si no se amplia la mirada a los estragos colectivos. Rasero quiere que el protagonismo de esa búsqueda, que lo será sin contención posible, se comparta. La novela se ensancha así poblándose de semejantes. A veces tan iguales que pasarían por dobles. Plantea el que creo es el gran asunto de esta novela que, como ya en sus primeros párrafos se descubre, trata sobre la identidad. Si la suplantación de alguien suele presentarse como un peligro para identificarlo como un ser singular, Rasero consigue con brillantez lo contrario, convertirla en una estupenda oportunidad para que quienes están en esas pesquisas, que a ratos es trepidante acción y a ratos introspección necesaria, hallen resquicios y quizás se entiendan a sí mismos.
Coetánea a esta búsqueda sucede otra donde otros semejantes forman grupo común para destapar el robo colectivo de la última crisis. Es la creciente agitación de una protesta popular que a la vez se extiende por la misma ciudad, en una reclamación reparadora. Nadie de quienes protagonizan esta novela, al cabo la resolución de un robo dentro de otro robo absoluto, lo tiene fácil porque el poder de los ladrones de expectativas es omnívoro, depredador.
Áticos y viento, derrochando la amenidad y el ingenio que se espera del género negro, cruzará tanto ese enmarañado plano de la ciudad como el no menos revuelto pasado personal y social que los empuja. Paisajes azotados por el viento. Ese belicoso levante metafórico que trastorna conciencias, irrita el genio y agota hasta medir los límites pero que, también protagonista importante de esta novela, seca, purifica y fertiliza los escombros.