Sunshine pop: la imparable fábrica de etiquetas aplicó otra vuelta de tuerca a su vasto catálogo a la hora de encontrar una explícita denominación a un pop lírico y elegante surgido en la Costa Oeste norteamericana durante la segunda mitad de los años sesenta del pasado siglo. Reivindicado luego aunque depreciado durante décadas, la colectividad californiana reinterpretó algunos de los postulados del soft pop, reforzando su conexión con la psicodelia más algodonosa y menos onírica. Desde la base de los seminales The Ballroom, Curt Boettcher lideró en Los Angeles a un grupo de corto recorrido – apenas un año de vida –, convertido en eje de aquellos fundamentos…
THE MILLENNIUM
BEGIN
COLUMBIA, 1968
El sunshine pop fue una historia de vidas breves pero de monumentales consecuencias. Una gran parte de sus portavoces, de The Ballroom a Saggitarius, concentraron sus esfuerzos e inspiración en una reducida crónica que deparó notorios resultados, emanados de un núcleo de nombres – Lee Mallory, Joey Stec, Sandy Salisbury,… – entre los que brillaba con luz propia el de Curt Boettcher (1944-1987). Compositor, arreglista y productor, había curtido su talento en grupos como The Goldebrians para explayarse a partir de 1964 en un rosario de colaboraciones que lo ligó a nombres como The Beach Boys o The Association. Pero su auténtica explosión no llegaría hasta la creación de The Millennium en 1967, un proyecto donde hizo coincidir a Mallory, Stec y Salisbury a la vez que activaba otra aventura llamada Saggitarius junto a Gary Usher.
Sobre las cenizas de The Ballroom, The Millennium casó con criterio y medida la herencia del soft pop con los brotes psicodélicos, volcando sus resultados en un pop radiante y matizado, distante de las densidades y asperezas del coetáneo acid rock de San Francisco. Su manifiesto se tituló “Begin” y fue producido por el propio Boettcher y por el ingeniero Keith Olsen, cuyo papel técnico fue crucial a la hora de dar sonoridad global a un disco registrado en dieciséis pistas a lo largo de un dilatado y renovador proceso que vio la luz en 1968. Un cruce de innovadores arreglos, versátiles armonías y rutilantes efectos vocales dieron cuerpo a un lote de composiciones conectadas por plurales fuentes – de Burt Bacharach a Love pasando por A.C. Jobim – y donde el trabajo del segundo plano – Mike Fennelly y Dough Rhodes – disfrutó de una necesaria responsabilidad. Liderado por el brillo de canciones como “I Just Want To Be Your Friend” o “The Island”, la secuenciación de sus catorce cortes invitaba a un acercamiento grupal donde sus cotizados valores resultaban más apreciables. El álbum no fue plenamente entendido en su momento, situado en tierra de nadie: demasiado sutil para algunos, escasamente gregario para otros. Salvo contadas excepciones, los pesos pesados de la crítica se limitaron a realizar una trivial lectura del mismo ante la incomprensión de un mercado que también le volvió la espalda. El excesivo coste de su grabación y producción – 100.000 dólares de la época – terminó de pasar factura a un proyecto finiquitado tras su publicación pero cuya figura se han encargado de redimensionar tanto el paso del tiempo como otras maquetas y tomas publicadas con posterioridad y recogidas en “Again” (2001). La música de Millennium se contempla hoy engrandecida, como una obra categórica y seductora, punto de engarce entre la estética más distinguida y un fino sentido introspectivo. Su conexión con el no menos fantástico “Present Tense” (1968) de Saggitarius garantizó a Curt Boettcher un asiento reservado en el teatro de los sueños de aquella prolífica década.
. Saggitarius: “Present Tense” (Columbia; 1968)
. Etternity’s Children: “Etternity’s Children” (Rev-Ola, 2000)
. Curt Boettcher: “Misty Mirage” (Poptones; 2000)
. The Millennium + The Ballroom: “Magic Time” (Sundazed; 2001)