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Duelos y quebrantos (ediciones asociación cultural clave 53, 2020). En este libro se contemplan muchas heridas comunes. Amada Blasco da voz en este poemario a muchas de las personas que se ha ido encontrando a lo largo de su vida. Pone de manifiesto el sufrimiento, nos acerca a él para mostrar que es desde ese acercamiento donde podemos transformarnos. 

Ver y hablar de lo que nos duele y rompe nos devuelve a la humanidad compartida, y nos permite reparar el daño.

Amada post
Fotografía: Anja????#helpinghands en Pixabay
LA HIGUERA 
El olor de la higuera
y sus hojas que raspan
me aquietan, me incitan,
me llevan a mi infancia,
la que sí quiero recordar,
no la que me exhalan papá y mamá 
cada vez que de sus bocas,
sale un ave muerta. 

El olor a higuera,
sus hojas que raspan
y sus ramas, que ocultan
mis dedos de azúcar,
mi profundidad de jilguero,
la convicción de que comer higos es pecado. 

Pero a mí me gustan 
y me los como lascivamente 
imaginándome su bigotito torcido 
y su mirada rabiosa 
decíclope extinguido,
cuando lo intente de nuevo
y se encuentre mi vagina dentada. 

Como higos.
Me limpio en mis muslos. 
Como higos cada verano. 
Y cada verano le maldigo.
AMO TU SOMBRA 
No tengo más que decir, 
que recojo tu incapacidad 
de seducir más alládel mochuelo 
que se asoma por las noches 
sobre tu almohada.

Que te amo
a pesar de la ignominia que 
resulta tu ignorancia,
que un día creí
ver verdes tus
ojos y que también
me gustan marrones. 

Que en tus juegos de secano me 
humedezco de vez en cuando
y que me gusta tu risa
de gato panza arriba. 

Por eso te como
cada día, a bocados,
por eso honro ese universo
de desconchones bellos
que me regalas en cada excursión 
al paraíso.
DIGO 
No digo que ya nunca le maldiga.
No digo que mi cicatriz sea bella
y la tatúe para mostrárosla como si nada.
No digo que no me inquiete
el crujir de la madera.
No digo que ya pueda dormir sin lexatín.
No digo haber sublimado mi linaje materno,
aún no.
No digo te perdono,
aún no sé si lo diré,
ni si lo haré
debajo de una higuera.
No digo que me guste cocinar 
las recetas de mi madre. 
Aún me cuesta cantarle y bailarle
a mi útero y más, rodeada de lobos. 
Lo que sí digo es:
Que soy viento que ya no choca
con afán de erosionar.
Que soy marea en calma
y consigo soñar y dormir (casi) cada día. 
Que soy húmeda y fértil, 
tierra roja, enraizada, 
amo y me aman. 
Me he ido dejando ser
como el trigo, cada año, en cada siembra, 
como la garza sobre su pata,
como el musgo en la piedra,
como la cigarra bajo la tierra,
como la conciencia de quien la toma.
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