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Sonia San Román Olmos (Logroño, 1976) es licenciada en Filología Hispánica. Desde que publicó en 2004 su primer libro de poemas, ha llevado a cabo una labor constante en torno a la Literatura: con publicaciones en revistas nacionales e internacionales; como profesora de Lengua, Literatura y Creación literaria; como editora y correctora; como narradora y como autora de siete poemarios en solitario. En el año 2015 quedó finalista del premio de relatos Cosecha Eñe y, en 2018, obtuvo el primer premio Ateneo Riojano de poesía.

Tiene publicados los siguientes libros: De tripas, corazón (2004); Planeta de poliuretano (2005); Punto de fuga (2008); Anillos de Saturno (2014); Nosotros, los pájaros (2015), La barrera del frío (2017) y Ser después de ser (2018).
Parte de su trayectoria poética ha sido recogida en la antología titulada De la palabra hacia atrás (2018).

Desde junio de 2019, es también Concejala de Cultura e Igualdad del Ayuntamiento de su pueblo, Villamediana de Iregua (La Rioja).

Tres poemas de juan antonio bermudez
Fotografía: Jesús Machuca
MATERNIDAD

Si has de masticar, que sea culpa.
Será la única forma de llegar al lugar que se te exige.
¿Perfecta?
Aún no es suficiente.
Más de ti, un poco más, otras llegaron al doble.
¿Quién te has creído?
Ni siquiera eres capaz de amamantar y te pintas los labios.
RETRATO DE MUJER CON PISTOLA

No te perdonarán que sueñes sola.
Te querrán, entonces, azul y melancólica, costurera y beata pero no sola y en pie.
Escucharás otros pasos en la soledad de tus pies nocturnos.
Quizá algún índice asomando tras las puertas u ojos entre las lamas de las persianas plegables.
Habrá nombres oscuros para tu exilio.
Habrá hombres oscuros para tu exilio.
Habrá hombros oscuros para tu exilio.
Habrá hambres oscuras para tu exilio.
Habrá hembras oscuras para tu exilio.
Pero habrá hebras y hermanas claras para remendar los jirones de tu destierro.
LA POESÍA ES UN DEPORTE EXTREMO

La poesía es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena.
En el centro de la cuerda deberá cruzarse con las siluetas negras que vienen a su encuentro para derribarla.
Tratará de mantener el equilibrio sin que los niños caigan, sin que el cabello la tape, sin que el pie resbale, sin mirar al suelo.
Y, cuando llegue, nadie apreciará su esfuerzo.
Solo le dirán que dónde estaba, que llega tarde y que lleva el pelo hecho un desastre.
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