Tiene Fran González el gesto adusto de quien está siempre haciendo mentalmente una operación de división con decimales. Será por eso que hace tiempo que se olvidó de los números enteros para dedicarse, con equilibrio de funambulista, a calcular la exactitud milimétrica de quien pasa por entre una alambrada de espino sin despeinarse o sin creer que se despeina. Su cuidado aspecto le da un aire de oficinista de agencia de seguros, olor a colonia y camisa pulcramente planchada, y si a esto sumamos su taimada retórica de burócrata acostumbrado a hablar más con los micros que con la gente (la ajena y la propia), cualquiera al verlo u oírlo diría que es otro de esos escamondados (en todos los sentidos) jóvenes que brotan en las almácigas de Nuevas Generaciones. Y bien pudiera ser así, pues tiene en sus palabras a menudo el vacuo discurso de quien parece no poseer más ideología política que el pancismo.
A Fran González resulta más fácil imaginarlo paseando a un perro con chip que acariciando a un gato sin dueño y, por entre sus andares de garza real que pisa con altivez sobre el lodo, podemos intuir sin dificultad una carrera política taimada y narcisista y un historial de calculado medro, engrasado con el sudor de los cadáveres políticos que, imaginamos, ha debido de dejar por las cunetas de su propio partido. Pero esto solo podemos intuirlo, porque saberlo, francamente, no lo sabemos. Y es que poco puede asegurarse, en realidad, de cuanto ocurre o no ocurre tras ese hierático semblante que, más que seguridad, coherencia y firmeza, acaba transmitiendo autosuficiencia, vanidad y obcecación.
“…por eso los Socialistas de Cádiz vamos a posibilitar el cambio, un cambio que necesitaba esta ciudad, después de veinte años de gobierno del Partido Popular“, dijo literalmente Fran González un doce de junio. Y aquellas palabras muchos las celebramos con ingenuo entusiasmo sin imaginar que en ese mismo momento a Cádiz se le cerraba en torno la más terrible celada en la que puede caer el gobierno de una ciudad por más que aquellas posibilidades de transformación ilusionasen a sus vecinas y sus vecinos. Aquel domingo en San Juan de Dios, mientras un González levantaba con euforia su bastón de mando, otro González muy distinto, en algún rincón oscuro de la ciudad, engrasaba con sarna su cepo chino.
El otro día, en el Pleno sobre los presupuestos, Fran González volvió de nuevo a mostrarnos la terrible realidad que, en nuestro candor de buenas personas, no queremos terminar de creernos: el gobierno que venía a cambiar nuestra ciudad no es más que un ratoncillo entre las garras de este halcón de la sillonería bien tapizada y la coherencia mal entendida ¿Ustedes se acuerdan de cuando este señor era la oposición de Teófila? Sí, yo creo que lo recuerdan. Pues es la vieja cantinela de los sátrapas: ser débil ante los tiranos pero ser tirano ante los débiles.
Nos gustaría que, más temprano que tarde, esta ciudad acabara ajustándole las cuentas a Fran González y a su triste historial de felonías para hacerle pagar todo el irreparable daño que está haciendo en lo que llevamos de legislatura, pero nos tememos que eso no va ser así. Básicamente porque nos da la impresión de que antes se lo van a hacer pagar, en un acto de justicia poética (y con sobrados motivos), las bases de su propio partido. Y nosotros que lo veamos.
Ilustración: pedripol