Fotografía: Jesús Massó
Pocas ciudades tienen en este país un Plan Director de Cultura. Esta afirmación la hacía hace unos días Saul Esclarín, Director de Cultura del ayuntamiento de Zaragoza invitado a las II Jornadas de Culturas Comunes en las que se presentaba el mencionado Plan. Lo que no sabe Saúl es que en esta ciudad parte de los medios han pasado de largo por este hecho, quizás porque prefieren abundar en los errores y esconder los aciertos o, lo que es más simple, porque más allá del producto, para el conservadurismo la política en cultura no tiene razón de ser, o aun peor, es peligrosa. Pero la cultura es mucho más que el talento de unos pocos que consiguen estar en lo más alto y el privilegio de quienes pueden pagar por acceder a ellos. Y es mucho más que una expresión estética que los creadores ofrecen al resto de la humanidad en un acto pasivo donde unos dan y otros reciben. O mucho más que un mercado o un atractivo turístico. En el Plan se habla de interacción y reflexión o, lo que es lo mismo, crecimiento y cambio, y hablamos de conocimiento y disfrute en igualdad, para lo cual tiene un papel básico la política. Pero no la política vieja del ordeno y mando, y clientelismo, sino la política contemporánea, la que descarta la unidireccionalidad de los procesos y apuesta por la construcción y la inteligencia colectiva, por la responsabilidad y por la búsqueda en común del beneficio común.
Hace menos de un año se celebraban en esta ciudad las I Jornadas de Culturas Comunes con una asistencia inusual para un evento de este tipo, con más de 200 participantes, entre artistas, gente del sector y ciudadanía en general. Junto a otras experiencias de participación, como el Plan de Salud que cuenta con más de 50 personas trabajando en ello desde hace un año, la Comisión de Movilidad o el Edusi, las citadas jornadas acapararon un interés revelador y marcaron el inicio de la participación en lo municipal. De aquellos días salieron más de cien propuestas que luego técnicos y colaboradores entre voluntarios y personal de otras instituciones, como la Universidad -mención especial a Antonio Javier González-, analizaron y priorizaron a lo largo de varios meses hasta dar forma definitiva al texto.
Pero lo interesante o lo sorprendente de este proceso, y de la generosa dedicación de tantas personas, es la sed que teníamos como ciudad de hablar de cultura, de contar lo vivido, de narrar los obstáculos, la necesidad de abrir cauces de comunicación entre los propios artistas y de los artistas con las administración local, las ganas de contribuir a lo común. En definitiva, descubrimos al unísono que buena parte de esta ciudad ansía ser otra ciudad.
La construcción de un fuerte tejido cultural que busque alianzas dentro, la labor de lo público como facilitador de recursos y nexo entre los agentes, y el contagio esperanzador al sector privado para que apueste seguro por la cultura, serán herramientas útiles para el desarrollo cultural y haremos industria y empleo, lo que está muy bien y es muy necesario, pero sobre todo renovaremos pensamiento, valores e identidad con una nueva forma de relacionarnos con nuestro arte, nuestros artistas y nuestro patrimonio.
Recuerdo ahora a un escritor anónimo que decía: “Todos debemos mucho a nuestra época y, dentro de ella, a las huellas que nos imprimen la sociedad, el país, la ciudad. Hasta un rincón muy específico puede habernos moldeado con su cultura. Así mismo, nuestro ámbito familiar marca mucho nuestro tejido espiritual. Todo esto debe ser sometido a un riguroso análisis para saber por qué soy así y no de otra manera”
El Plan de Cultura no es más que un inicio, abierto y moldeable, para eso, para saber cómo hemos llegado a ser la ciudad que somos y si hay otra ciudad paralela, subterránea, con ganas de emerger.