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En las últimas elecciones generales nos dieron un buen puñetazo en toda la boca, y con todos los avíos, de esos que te dejan el cráneo resonando durante un tiempo considerable mientras te preguntas de dónde ha venido el golpe. Me refiero, por supuesto, al aumento de escaños para el innombrable y vergonzoso partido de ultraderecha que, además, y en una tradición muy española y mucho española, usa las mismas reglas de la democracia para cachondearse de nosotros un día sí y otro también. Es lo malo (y lo bueno) de aceptar las reglas de la re publica: que tienes que apretar los dientes y saborear la hiel con tal de no ser como ellos, ellas y elles (cagüenla, tíos… Lo siento, Santi, pero también hay fachas entre los homosexuales, estaría bueno).

Aunque comparto en líneas generales todo lo que se ha escrito y dicho sobre el fenómeno, sobre todo el hecho del que parece ser un movimiento global muy bien orquestado por los mismos poderes de siempre, a mí lo que me preocupa en realidad es la edad de los que han depositado su voto en la urna de la misma forma que el idiota de turno se pone a jugar a la ruleta rusa por un puro acto de machirulería mal entendida: no, so pedazo de gilipollas, no eres más hombre por apoyarte un cañón contra la sien y apretar el gatillo. Aunque, visto lo visto, tal práctica parece estar mucho más extendida que lo que cabría pensar.

Hay tres millones de ciudadanos que han apoyado la democrática anti-democracia que se han inventado estos pájaros de mal agüero. En nuestro país ni siquiera los populismos son coherentes: estox en concretox ni siquiera vienen a defender sus ideas filonazis, sino a trincar (esto es España) y a desestabilizar todo lo que huela a rojox (y que no tiene por qué serlo), sin dar explicaciones y sin programa más allá de mentiras, fake news y estadísticas sesgadas según sus gustos. Si no me creen, sólo tienen que tirar de hemeroteca o de web-oteca y comprobar que todas sus grandes ideas e insoportables amenazas ante la unidad de Ejpaña son papel mojado y se basan en datos interpretados al libre albedrío del interpretador. Decía un gran profesor de Económicas que la Estadística es la más mentirosa de las ciencias, puesto que viene a decir que si tú te comes dos pollos y yo ninguno, el resultado del estudio es que nos hemos comido uno cada uno.

¿Ven dónde está la trampa?

No, no podrían, porque está en todas partes. Han necesitado años para este reboot siniestro del fascismo en Europa (en el mundo, si me apuran), y se han encargado de estudiar bien al enemigo (nosotros, los que no pensamos como ellos ni vemos el mundo como un lugar hostil que quiere acabar con las ideas apolilladas del siglo XIX que ellos sostienen en la mano alzada como si fueran nuevas): conocen los fallos y los recovecos de las leyes democráticas, las grietas por las que tienen que meter sus afilados mensajes para destripar la carne de nuestros huesos. Pero lo han conseguido, y utilizan su verborrea de trileros para arrastrar a su ruedo a muchas personas buenas y honradas que no debieran estar allí. El titiritero global que mueve los hilos de estos guiñoles de tres al cuarto (no crean ni por un momento que estos tipos siguen las directrices de ningún iluminado nacional: esto viene del exterior, y es un plan global que se ha repetido, se repite y se repetirá en todos los países de nuestro entorno) sabe que la ciudadanía está harta de crisis, de trabajar día tras día para no tener nunca nada, de tener miedo y angustia (provocada por el mismo amo de títeres), de que los políticos se pasen la ley por el forro y esta misma caiga sobre ellos porque deben un plazo de una hipoteca o de cualquier otra cosa.

¿Quién no lo estaría? Llevamos décadas arrastrados por ciclos económicos que sólo favorecen a los ricos, viendo cómo se nos escapa la juventud en oleadas migratorias perfectamente dirigidas por el capital. Ya está bien, esto tiene que acabar.

Y ese es precisamente su mensaje, aunque sepan que nunca van a a conseguirlo: nosotros vamos a acabar con ellos.

¿Hemos de creerles? Está claro que sus ideas y propuestas no aguantan ni un solo visionado. Basta con contrastar, con ir a las fuentes y simplemente cruzar los datos que rebuznan ellox con los verdaderos. El castillo cae inmediatamente y sus vergüenzas quedan expuestas ante la sociedad.

Lo malo es que esa sociedad quizá no está tan preparada para realizar esa acción, o sencillamente no tiene ganas de hacerlo. Llevamos años creando ninis por culpa de leyes educativas que han intentado ser buenistas hasta decir basta y que contagian la idea de que el esfuerzo es malo y que todos los seres humanos tienen las mismas capacidades. La vara de medir se coloca en el punto más bajo y, de resultas, tenemos muchas generaciones que son prácticamente analfabetos funcionales. Lo peor de todo esto, porque la culpa no es suya, es que somos nosotros, todos, los que lo hemos permitido y le hemos reído las gracias a todos los gilipollas que han hecho tantas leyes educativas en tan pocos años, sin memoria económica y dándose golpes en el pecho. Ahora tenemos millones de ciudadanos que se creen a pies juntillas lo que les cuentan, que carecen de criterio o herramientas para comprobar la veracidad de las ideas y que están convencidos de que la culpa de todos sus males proviene de los inmigrantes, de las mujeres, y de unos locos que intentan escindirse de Ejpaña. En filosofía y matemáticas esto se llama reducción al absurdo, eliminar la complejidad para ir al núcleo de la cuestión; pero la política y las leyes, las relaciones humanas, no son mensurables para algoritmos lógicos o matemáticos: hay demasiadas variables que se relacionan de forma caótica e impredecible entre sí.

Como ser humano me da terror y angustia ver las caras de esos jóvenes que ahora mismo confían en que los muchachox del brazo extendido van a liberarles de todo lo que les hace infelices, que están seguros de que las mujeres y los inmigrantes van a dejar de quitarles los empleos (esos para los que ni siquiera están preparados por nuestra culpa). He visto fotos de caras sonrientes (los chavales) y sonrisas de lobo (ellox), de brazos en alto con los dedos de la mano formando una uve…

Seguramente ellos lo hacen por su partidox, los más ingenuos creyendo que es una V de Victoria, los más siniestros deseando que sea una V de Venganza. Yo creo que, mal que nos pese y nos duela, es una V de Vergüenza.

Fotografía de portada: Pixabay

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