A lo largo de estos días he sentido muchas cosas. Y he tenido rondándome una canción.
El primer sentimiento fue de lejanía. Era como siempre. Las enfermedades, las guerras y las carencias nunca pasan en estas latitudes. No hizo falta que lo dijera, pero actué como un “bah, es lo de siempre, aquí no llega”. Me parecía un nuevo ébola, una nueva hambruna. Otra desgracia ajena. Otra circunstancia por la que sentiría rabia y que me vendría a revelar la mala organización del mundo. Que todo quedaría en una nueva colección de fotos de anuncios de navidad para futuros apadrinamientos. Pero sobre todo era un desastre que no nos tocaría.
Luego se fue acercando. Casi de sopetón. Asistimos al escándalo de perder vidas europeas. Se me confirmó que el tratamiento que hacíamos a las muertes de aquí no es el mismo que hacemos a los muertos (diarios, perennes, eternos) de otros lares. Se me confirmó que hay pandemias y pandemias. Que la muerte de los nuestros no es igual que la muerte de los otros aun siendo lo mismo. Seguí sintiendo y pensé en que la aparición de esa nueva coyuntura de desastre en occidente quizás nos bajara los humos. Pero aun así, aun estando cerca, no estaba aquí. Fue por poco tiempo. El desastre siguió hasta que llegó a mi casa, a la más cercana. Apareció el colmo de la revelación por estar yo misma (y todos y todas) sujeta a esta coyuntura de muerte incontrolable.
Nos llegó de lleno. Y empecé a ver y sentir más cosas. Junto con el virus entró el reproche del siempre in-oportuno refranero español. “Más vale prevenir que curar” convertido en el machacón “telodije”. Una de las prácticas más humanas que nos sale para manifestar nuestra preocupación, pero que finalmente resulta en castigo y pellizco en la herida nueva y desconocida de quien no escuchó a quien avisaba. Aquí empecé a pensar que alguien debería darle una vuelta al refranero y que es oportuno que interioricemos “Más vale prevenir, pero si no se previno, hay que curar”. En este sentido creo que a veces perdemos el tiempo con esos “telodije”, que son legítimos y humanos como apuntaba antes, pero ese derroche de tiempo me parece innecesario y contraproducente. El saber cuál es nuestra realidad para superarla se hace más necesario aun en época de desastre. Por eso he defendido el “salgamos de esta” antes que el “nuestros responsables son unos chuflas y fallan y se equivocan y mienten”. No porque no crea que no es así (tengo opiniones disímiles al respecto), sino porque el regodeo en el pasado, en esta situación, me enerva. Tengo prioridades para el ahora y estas buscan el bien común. Ahora quiero que Abascal se cure, que Aguirre use la sanidad pública para que no contagie a nadie más y que Díaz Ayuso se esconda en su casa para que se mejore. Y también quiero que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias manden el ejército a las calles para que la gente se guarde de una vez. Y a la vez que esto pasa, ya estoy pensando en lo que quiero para después de esto. Que no guarda ningún respeto ni coincidencia con las convicciones de Abascal, Díaz Ayuso, Aguirre o el Gobierno. Porque si sigo pensando en lo que quería para antes, voy a perder el tiempo sin poder realizar nunca el cambio del pasado. Lo que pasó antes se escribirá y volveremos a leerlo. Pero el pasado no se cambia. Lo que pasa ahora y lo que nos pase después es en lo que quiero gastar mi tiempo de pensamiento.
Yo siempre he dicho que prefiero la esperanza a la ilusión. Esta segunda siempre me pareció un falso espejismo. No me gusta hacerme ilusiones, estas se suelen quebrar. Me gusta tener esperanza para que la existencia se me haga soportable. Y ahora la siento con más intensidad que nunca. Vaclav Havel dijo: La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte.
Ahora más que nunca hay que construir la historia presente y la futura. Tenemos nuevas claves para ello. Tenemos experiencia y hasta sufrimiento vividos en primera persona. Ha quedado patente que hay formas que no nos sirven. Debemos cambiar el orden de nuestras prioridades.
Tengo esperanza con respecto a la humanidad. Creo que hemos de intentar resistir a esta situación porque hay prácticas humanas que me merecen la pena y porque tiene sentido que sigamos viviendo de la mejor forma posible. Pero estoy convencida de que la forma en que hemos vivido hasta ahora no nos sirve para la mejor realización de la vida.
En cuanto a la canción, le he robado el título y la canto más abajo. Silvio Rodríguez viene a decir que sin esperanza no vamos a ningún sitio. Yo no sé si se me hará realidad. Pero ahora sé que seguiré sintiendo que merece la pena.