Ahora que todos nos creemos muy intelectuales y muy modernos, y decimos cosas como que Berlanga se ha hecho carne y habita entre nosotros, y hablamos de “La escopeta nacional” como si fuera el libro de Isaías –no es muy intelectual ni muy moderno, pero seguro que más de uno se va a Google a buscar qué es el libro de Isaías-; ahora que veneramos “Amanece que no es poco” como una película de culto y no como el entretenimiento con que la concibió José Luis Cuerda; ahora es el momento de sacar la artillería pesada y volver a darle un repaso a “Viridiana”, y de llamar a las cosas por su verdadero nombre, sin prejuicios políticos ni tan siquiera sociales.
Siempre pensé y dije que la plaza de San Juan de Dios, mucho antes y mucho después de su desafortunada reforma, me parecía el escenario ideal para haber llevado a cabo el casting de “Viridiana”. La decadencia del entorno, del paisaje urbano y del paisaje humano siempre se me antojó digna de la corte de los milagros que la pavísima Silvia Pinal consiguió reunir en la casa de tu tito Fernando Rey. O, dicho de otra manera, digno de la crueldad con la Benito Pérez Galdós retrata la hipocresía humana en Halma. Claro que citar a Galdós y a Halma en estos tiempos no sé yo si tiene el mismo efecto que nombrar al cineasta más irreverente del siglo XX. En fin. Tanto la novela como la película hacen una crítica feroz, ferocísima de la caridad y del idealismo cristiano. Resulta que la pavísima Silvia Pinal es la que pone rostro en la pantalla a Viridiana, una novicia que no se ha enterado de la misa la mitad, que llega a casa de su tío –me ahorro y le ahorro la parte atormentada y sesuda de la película- y congrega allí a una banda de vagabundos a los que recoge con idea de practicar la redención cristiana con ellos –pedagogía, diríamos ahora, para no herir sensibilidades. Aquello termina, no cabía esperar otra cosa, como el rosario de la aurora, cuando la tribu de menesterosos toma el mando y se hace fuerte en los salones refinados de la casa señorial.
Mendigos como El Cojo, que al principio venera a su bienhechora como si de la mismísima virgen María se tratara pero que luego, cuando está en su salsa, se convierte en la mano armada de la banda. O como El Leproso, que acaricia suavemente a una paloma y en cuanto se da la vuelta su queridísima Viridiana se pone los vestidos de esta y despluma al pájaro tras ahogarlo. O como Enedina –muy grande Lola Gaos- que besaba la mano de su “señorita” y por detrás se levantaba las faldas y le hacía burlas. Y como usted ha visto la película, igual que yo, pues me ahorro los cometarios plásticos y estéticos con los que el cineasta ponía no sólo el dedo en la llaga, sino que metía hasta el fondo el puño en el estómago de la sociedad.
Vuelvo a la plaza de San Juan Dios y vuelvo al casting de Viridiana. Hay figurantes para todos los papeles, para los mendigos, para la pavísima Silvia Pinal y hasta para el siniestro sobrino de Fernando Rey. Nada ha cambiado con el cambio del Ayuntamiento. Bueno, sí, hay algo que ha cambiado. De un tiempo a esta parte, el casting podríamos hacerlo cada último viernes de mes en el propio Ayuntamiento. Porque al circo municipal le han crecido los enanos –no, no es incorrección, es un dicho popular, aunque sea incorrecto- y la participación ciudadana se ha convertido en uno de los momentos de máxima audiencia de la televisión local.
Lo que nació como un gesto de transparencia, de cercanía y de credibilidad –la retransmisión de los Plenos como un ejercicio más de responsabilidad ante la ciudadanía- va camino de convertirse en lo que nuestro alcalde calificó de “plató de Telecinco”, con toda la carga semántica –negativa, por supuesto- que sea usted capaz de imaginar. Son siempre los mismos intérpretes, aunque los papeles van cambiando según el capítulo. Hay quien toma la palabra porque a una muchacha de su barrio no la atienden las “asistentas” y al mes siguiente vuelve a tomar la palabra para desenmascarar la “trama” de alguna asociación de dudosa actividad, o para honrar –muy trágicamente- a otra muchacha a la que la parca llamó antes que Procasa, y todo así. Profesionales del “minuto de gloria” que suelen terminar su actuación con desmayos o jalones de pelo a los asistentes y que siempre abandonan la escena escoltados por las fuerzas de orden público.
Ya no tienen gracia, la verdad. Ni siquiera cuando ellos mismos califican su actuación de “veuensa” –vergüenza, por si usted no es de Cadi-Cadi y no lo entiende- y fingen escándalo de ellos mismos. Ya no tienen gracia. Y lo que hacen es enturbiar y empañar el ejercicio de la política municipal y dar justamente la imagen de la que tanto trabajo costó librarse. Los gritos, los insultos, las amenazas… es así de triste, pero a nuestro circo municipal le han crecido los enanos. Y aunque son pocos, hacen mucho ruido. Y el ruido, ya lo sabe, nos impide distinguir las voces de los ecos. Viridiana ya no está en San Juan de Dios, sino en el Ayuntamiento.
Franco mandó quemar todas las copias de la película de Buñuel y solo se salvó un negativo que el hijo de Buñuel logró pasar a París, escondido entre los capotes de un torero, donde pudo revelarla, pero la película se convirtió en una obra apátrida, a pesar de haber ganado la Palma de Oro en Cannes en 1961. No se estrenó en España hasta el sábado de Gloria de 1977, el mismo día que se legalizaba el partido comunista.
Todo tan rocambolesco como la vida misma. Ya están aquí, que diría la niña de Poltergeist.