“Quienes no se mueven no sienten las cadenas”
Rosa Luxemburgo
Nuestras vidas están marcadas por acontecimientos, por decisiones y por el contexto. No es lo mismo nacer en una aldea de África central que en una ciudad moderna y cosmopolita, ni crecer bajo el yugo de una dictadura que en una sociedad que respete los derechos sociales.
Mucha mujeres hemos crecido en un estado de bienestar. No hemos conocido en primera persona las calamidades que nuestras familias padecieron aunque la memoria de nuestras madres, impregnada tanto de nostalgia como de repulsa hacia un pasado de penurias durante la terrible posguerra, nos traslada a tiempos de esfuerzo continuo para resistir la hambruna, la pobreza, la falta de libertades y la absoluta desigualdad en la que desarrollaron su infancia y adolescencia millones de mujeres en este país.
La extensa lista de discriminaciones que sufrieron nuestras madres y abuelas pasa por obtener permiso primero de su padre y luego de su marido para cualquier trámite como sacar un pasaporte, abrir una cuenta corriente o incluso ir a la escuela.
Aunque fueron condenadas a la sumisión, a no mostrar un ápice de rebeldía, tenemos muchos ejemplos de superación personal. Así sabemos de Conchi, cuyo único hermano acudía con normalidad al colegio aunque ella nunca pudo escribir una sola letra ni leer una sola sílaba hasta que armada de valor le dijo a su madre que iría la Escuelita de la Merced y con catorce años cumplió su sueño de abandonar ese analfabetismo que le indignaba, y eso que la mitad del tiempo de clases consistía en aprendizaje religioso. Ella misma sacó su carné de conducir con cuarenta y cinco años ya que su marido no lo hacía y no quería depender de los demás para trasladarse a ningún sitio. Hace años que no se pone al volante, pero cada día disfruta de su periódico en la mañana tras el desayuno. Hoy tiene 83 años.
Pepa ha pasado toda la vida trabajando y, siendo gran aficionada al deporte, acude al Carranza con su abono de Tribuna. Todos la conocen, todos la saludan. Ella anima a su equipo con una gran sonrisa y la fuerza de mujer brava que mantiene con más de 70 años
La Rubia es amor a la vida, ojos brillantes, rostro que te invita a pasar un rato con ella, a disfrutar de su voz fuerte y su risa contagiosa. Con más de ochenta años a sus espaldas mantiene ese carácter optimista y esa belleza que acompaña siempre por mucho que el tiempo se empeñe en atenuarla. Enviudó joven y con cuatro hijos y una pequeña pensión, ayudó a mantener su casa yendo y viniendo de Portugal para vender toallas y sabanas.
La viudez también sorprendió a Pili en su juventud y trabajó como una mula para sacar a su numerosa familia adelante. Nunca dudó en arrojar macetas -y lo que tocara- a aquella policía que en los ochenta perseguía y cargaba contra los trabajadores de Astilleros en huelga. Su pelo negro luce canas y no tiene ganas de “pintárselo”, tampoco los ojos ni los labios, dice que con ochenta y cuatro años se le acabó ser presumida.
María comenzó a trabajar a los siete años, “sirviendo a una señorita” que le daba de merendar. Tras pasar por diversas casas, encontró una oportunidad marchando a Alemania, emigrando sin saber leer ni escribir y aprendiendo un idioma de oídas, por eso acudió con su hermana a fingir que su padre no podía autorizarla porque estaba muy enfermo, sabiendo que nunca firmaría el consentimiento en el contrato de trabajo. Como muchas mujeres, enviaba dinero a su familia que pudo comprar un frigorífico y un televisor. Me preguntó hace unos años si ella era feminista y le dije “claro y muy valiente”. En junio entrara en la octava década de su vida.
Todas estas mujeres -y muchas otras- lucharon para que nosotras tuviéramos una vida “sin pasar necesidad”, todas coincidían en animar a sus hijas a estudiar, a tener un futuro y que nadie las mantuviera, a disfrutar, a ser independientes, y hoy se sienten orgullosas. No fueron a la manifestación del 8M pasado ni irán a la de este año porque físicamente no pueden, pero tienen la ilusión puesta en sus hijas, en sus nietas. Lo han dado todo y nosotras somos afortunadas de tenerlas en nuestras vidas.
Ni un paso atrás; por ellas, por nuestras hijas, amigas, compañeras, por todas las mujeres y niñas del mundo, porque la revolución será feminista o no será.