Se abre el telón del Gran Teatro Falla y entre el elenco de componentes de una chirigota, se vislumbra un señor de metro ochenta con barba de dos días vestido de mujer. Su atuendo es bastante hortera. La pintura de labios le llega de oreja a oreja, como si lo hubiera maquillado el Joker borracho. La minifalda deja entrever pelos en las piernas de la longitud de la melena de Rapunzel, y simula que tiene dos grandes pechos con más relleno que un pavo en nochebuena. La peluca, rubia, por supuesto, se le mete constantemente en la boca porque masca chicle de manera compulsiva al mismo ritmo que mueve un bolso dorado con lentejuelas.
Esta es una forma de hacer comedia. Thomas Hobbes definía la risa ante lo cómico como una expresión de superioridad ante algo que vemos. Una desproporción que se produce por exceso o por defecto entre personas o situaciones.
Lo cómico puede ser burdo o puede ser todo un arte. Fingir que tropiezas y caes, puede ser una forma ingenua de hacer reír, o puede ser una maravilla del clown si lo hace Oleg Popov o Pepe Viyuela. Pero eso son palabras mayores, además de formar parte de un contexto socio cultural diferente al ámbito al que nos estamos refiriendo, Cádiz, concretamente el Carnaval de Cádiz y su particular forma de hacer reír a través de la música, las letras y la interpretación.
Por otro lado, el humor, a diferencia de lo cómico, permite la presencia de emociones. Consiste en darle un giro gracioso a un hecho de enorme seriedad que se oculta rebeldemente a modo de broma. Implica un acto de empatía, es decir, ponerse en el lugar de la otra persona a la hora de escribir e interpretar. Eso lo percibe el público como una vía de escape, como una alternativa a un problema que le está pasando, es una forma de buscar soluciones dándole otra dimensión a la realidad.
El humor suaviza y rebaja intensidad dramática. Nos hace reflexionar a través de sus principales herramientas: la paradoja, la metáfora, la ironía y el ingenio. A veces, autores y autoras nos sorprenden en sus comprometidas letras con una magistral relatividad ante determinadas problemáticas que acechan a nuestra ciudad, a nuestro país, a nuestro mundo. Es difícil tomar esa distancia para ver con objetividad la crisis, el paro, los desahucios, la precariedad, la infravivienda, la corrupción… pero darle la vuelta con sentido del humor sí que es todo un arte. Apreciarlo y aprovecharlo como catarsis es todo un placer para el bienestar personal. Digamos que la vehemencia visceral es más comparsista y la ironía con perspectiva suele ser más chirigotera.
Freud define el humor como un choque entre dos mundos representativos enteramente heterogéneos. Carnavaleramente hablando, diríamos que en Cádiz “le damos la vuelta a las cosas y a todo le sacamos punta”, y lo hacemos para reírnos buscando su contrario.
Hay quien puede entender que reírse de situaciones cruentas puede ser frívolo, también habrá quien piense que es una forma de pasar de puntillas ante las injusticias, pero no olvidemos que las situaciones más feroces se pueden afrontar de muchas maneras y en absoluto son incompatibles. Igual de importante es abanderar una manifestación, ser activista o participar en política (entendiendo la política como herramienta de transformación social y no la política de plástico que nos mercantiliza) que transformar en humor las dificultades de nuestro día a día. Reírse en la cara del fracaso lo hace pequeño, reírse de los miedos nos hace más valientes, reírse de la derrota nos humaniza, reírse de la opresión nos hace sentir que no van a poder someternos.
En definitiva, nos reímos de lo cómico porque lo vemos imperfecto y susceptible a corrección, encierra un componente de humillación para modificar la conducta del sujeto a través de la carcajada. Cuando nos reímos de un tropezón, es por la superioridad que nos provoca el torpe, nos reímos del que se viste de puta porque existe un desconocimiento absoluto de su dura realidad, nos reímos de la suegra porque quien lo escribe no es suegra obviamente.
La decisión de exigir un humor de calidad la tiene siempre el público.
Decidan pues.
Fotografía: Jesús Massó