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Articulo cadiz

Alegrías de Alicante, turrón del duro. Blues con aires de superioridad, exceso de confianza. Oh, Cádiz, ya somos de Segunda, ruge la marabunta, un jerezano anota el gol de la Ascensión, inmaculada contradicción. Mientras tanto por ciento, la extinta Expaña pierde, empata o gana, qué más da, y el tiempo nos dimite. Lo suyo sería autoinculparse.

En Depende de la Frontera, allá donde el doble rasero carece de escrúpulos, todo pende de un hilo. En la tierra del «conmigo o contra mí», del «todos contra todos» y del «dame veneno que quiero vivir», la crítica penaliza, la rima apenas cotiza, los héroes intercambian estampitas con los villanos, hay hambre de gol, rumores malignos, anestesia por un tubo, minorías absolutas y pensamientos demoscópicos. Oh, Cádiz, siempre en contramano, ya somos de Segunda.

En busca del enemigo perdido, anda la gente decente sin respetar que estamos en Carnaval. El fútbol no tiene la culpa de que el espectáculo de la política se haya futbolizado. El fútbol politizado se ha transformado en una experiencia religiosa nacionalista, con permiso del resto de artes marciales, abandonadas al saqueo de ideas, anhelos y corrientes cuentas. «Yo creo», «Nunca dejes de creer», vamos todos a rezar el himno nacional, firmes y formales como una comparsa de los años setenta, emocionados como pepinillos en vinagre, la vista al cielo, la mano en el pecho. ¿Has visto la Eurocopa? Defensas como trinquetes gimiendo por la globalización, mascando letras, cogiendo tono, en perfecta comunión con la grada, una sola voz, un color chillón, una bandera evasora fiscal; ¡sí se puede!, exclaman los fieles, acojonados pero orgullosos, y la música recuerda a popurrit de coro. En Cádiz mostramos más arte con los himnos, qué alegría de irnos. La música no miente. El fútbol no tiene la culpa, bastante tiene con la suya. Minutos antes de arrancarse por la plegaria local, los futbolistas desfilan solemnemente por el túnel de vestuarios, llevan un niño chico de la mano, otro símbolo de no sé qué, y el niño suele portar una arenga ajena enorme y una sonrisa de felicidad propia y exclusiva que jamás olvidará. El ritual se colma de premios y castigos. El chaval sabrá desaprender lo caminado. Los niños de hoy no se saben la lección de carrerilla. La desmemoria ha llegado a la escuela, el circo ha llegado a la ciudad, somos de Segunda, carne de mascota.

Una cosa no quita la otra. Cuarenta por ciento de paro, treinta por ciento de amnesia, moscas, tres tristes trepas, exilio interior de larga duración, todos éramos astilleros, tabacalera, general motors, hoy somos de segunda, y pronto todos seremos camareros, ¿sabes cómo te digo? Arrastrarte, el arte de arrastrarse.

En el fútbol, en la política, en la lotería clandestina y en el campeonato mundial de envidia cochina, hay que saber perder, hay que saber ganar, hay que jorobarse. Resiliencia, amigo. Desconfía de los llorones, de los nuevos ricos, de los nuevos pobres, y de los caídos en desgracia que se comportan estos días como reyes destronados, azorados, insatisfechos, gibias, agonías, veleidosos, y se acomodan de nuevo en sus sillones cromados a esperar que arreglen el entuerto en el país de los ciegos. Esto tiene arreglo, siempre podemos llegar a un arreglo. Se está llenando todo de ganadores y perdedores que se enojan como niñatos consentidos si les cogen la vez y sale todo torcido. Presos del déficit de imaginación, no son capaces siquiera de autosugestionarse, de autogestionar la derrota en condiciones, y mucho menos la presunta victoria, cuidado con la cartera, de sus condiciones creen que son todos los drones. Pájaros morsegones ideales para fabricar pruebas y eliminar al adversario, buscadores de ruinas, gente impertinente que quiere imponer el camino recto, con lo lindo que parece el tema mayormente sinuoso, la duda es bella, vienen curvas, se está llenando todo de perdedores y ganadores, la élite de los jugadores que ni sufren ni padecen, cínicos, grises, atontados suicidas agarrados a una insoportable estela de consignas. Miedo y asco en la gran casa de apuestas. Cariño, el mundo está equivocado. Un abrazo, pero sin apretar.

Gafas de cerca, gafas de lejos. Todo a un euro. Plástico certificado. Agua fría. Trasvase de pesadillas. Un carajote en chanclas echa la bronca a su hijo Nicolás en la cola del supermercado cultural, centro de reunión de la gente. El chaval no está haciendo nada malo. Es el padre, Franquicio, que tiene mucho miedo, no se vaya a caer, no vaya a comerse un bollicao en mal estado, no vaya a pensar por sí mismo.

Este verano se producirán dos eclipses, de sol y sombra, y tendremos la consiguiente, tradicional y sintomática lluvia de estrellas, y cinco planetas, cinco, se pondrán a tiro: Urano, Marte, Júpiter, Saturno y Venus. ¡A por ellos! Cádiz, oh, Cádiz, se prepara ya para tan magnos eventos gastronómicos.

Pongo la radio y sale Bob Dylan cantando: «Mi amor habla como el silencio, sin ideales ni violencia; ella no tiene que decir que es fiel, pero es sincera como el hielo, como el fuego». «La gente lleva rosas, hacen promesas cada hora, y mi amor ríe como las flores, San Valentín no puede comprarla». «En los mercadillos, en las paradas de bus, la gente habla sobre la situación, leen libros y repiten citas, dibujan conclusiones en la pared. Algunos hablan del futuro, y mi amor sabe que no hay mayor éxito que el fracaso y que el fracaso no es ningún éxito».

 

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