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Pepe pettenghi
Fotografía: Jesús Massó

Sí, soy separatista. Sí que lo soy, un gran partidario de la separación Iglesia/Estado.

¿Y no están separados?, dices, mientras clavas en mí tu pupila azul. Pues no: aunque la Constitución, ese clásico del humor, afirme que España es un Estado aconfesional, las evidencias no indican tal cosa. Veamos: el Estado ejerce de recaudador de impuestos de la Iglesia, la financia con esos mismos impuestos -de todos, católicos o no- o la favorece con medidas fiscales  generosas y claramente arbitrarias, como la ‘Ley de Inmatriculación’. Separación de poderes. ¡Qué gracia!

Y se pisotea el principio de igualdad tributaria: los católicos dedican el 0,7% de su IRPF a financiar su religión, sin pagar un euro más que el resto de los contribuyentes que no financian a ninguna confesión. Quiere esto decir que si el Estado decide hacer una obra pública, la habrá ejecutado con el 100% de los impuestos de los que no ponen la cruz, y con el 99,3% de los que sí la ponen. ¡Vaya!

Las relaciones Iglesia/Estado se mueven hoy en un un terreno mercantil, algo así como un ‘Catolicismo de mercado’.

Pero no sólo se trata de esto, pues tampoco hay separación de poderes cuando, un poné, el Jefe del Estado nombra al arzobispo castrense con rango y sueldo de General de División, o cuando se condecora a imágenes sagradas con medallas civiles o militares.

¿País aconfesional? ¡Ja! He visto a la derecha confesional (perdón por la redundancia) ir por la calle del bracete de los obispos, alentando la desobediencia civil contra proyectos de leyes o de asignaturas escolares. Y  también he visto que cuando esa derecha confesional ha alcanzado el poder, ya no utiliza la calle sino el BOE, que cansa menos que una manifestación…

Aparte de los beneficios fiscales y económicos, los acuerdos entre Iglesia y Estado conservan un aroma feudal. ¿O no es feudal que al profesorado de Religión lo nombre el obispo pero lo pague el Estado? Y si el/la profesor/a se echa un/a novio/a inadecuado/a a los ojos del obispo, va a la puñetera calle. Un trabajador del siglo XXI pierde su puesto de trabajo por vivir en pecado mortal. Ole. ¡Ah, qué tiempos aquellos en los que pecado era lo mismo que delito!

La Iglesia, no hay que remontarse a tiempos (aún más) oscuros, ha obstaculizado el divorcio, la regulación del aborto, el matrimonio gay, el control de la natalidad, el preservativo, la ideología de género, la manipulación de embriones o la reproducción asistida. Influye en planes de estudio, bloquea asignaturas laicas o impone un modelo educativo…

Decía Nietzsche que Dios había muerto. No lo dudo, pero ha dejado a sus hijos muy bien colocados.

¡Vamos, como para no ser separatista!

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