Tiempo de lectura ⏰ 4 minutitos de ná
Img 0982
Imagen: Pedripol

No son manada, son escoria. Cinco hombres perpetuadores de la cultura de la violación, fagocitando la  pornografía consumida para cometer un acto cruel, aberrante  y execrable,  mofándose de un mujer de dieciocho años, despreciándola y obligándola a someterse a una tortura que grabaron para compartir como un trofeo de caza.

Ellos son cinco, pero hay otros tantos, y una polémica sentencia deja la puerta abierta para que campen a sus anchas por todo el territorio.

Fue agresión sexual, pero dos magistrados no vieron intimidación y aunque la respuesta natural y biológica ante el miedo sea el bloqueo para ellos no fue suficiente.

Nos bombardean constantemente -a nosotras las mujeres- con la importancia de las denuncias (una cada ocho horas en España), pero parecen ignorar que esas denuncias conllevan un proceso de humillación, de señalamiento, de incredulidad, de vejaciones verbales con preguntas sobre su comportamiento, de juicios de valor, de tener que demostrar qué sucedió, de aprender a olvidar lo ocurrido, recomponerse… de volver a vivir. Me pregunto si han sido conscientes del dolor desgarrador de la víctima y la respuesta es NO, porque para demostrar esa violencia te invitan a acreditarla con un parte de lesiones, a realizar un curso de defensa personal, a llevar un spray de pimienta en el bolso, a forcejear, a tratar de huir aunque acabes brutalmente herida o te arrebaten la  vida.

No les ha bastado con la superioridad numérica, física y en edad; porque eso es prevalimiento. No entienden que para sentirte intimidada sólo una mirada de una de esas bestias nos bastaría a cualquiera de nosotras para someternos. Porque eso es la violencia, ejercer el poder, tener el control y buscar la absoluta sumisión. Dos de esos magistrados reconocen que la confinaron en un lugar estrecho y la tenían bloqueada, pero condenan a cada uno de los acusados a una pena de nueve años por abuso sexual. Reconociendo el aprovechamiento de esas fieras desbocadas, existiendo informes de la policía, del servicio de salud, y del padecimiento de trastorno de estrés postraumático, no los condenan por agresión sexual. ¿Qué más necesitan?

Se me encoge el alma y se me revuelven las entrañas al pensar en su sufrimiento, en su dolor, su humillación, su angustia, su impotencia, su desolación…

Esta sentencia nos está avisando de que no salgamos de noche, no nos emborrachemos, no acudamos a fiestas, no volvamos al amanecer, no nos vistamos como queramos, no viajemos solas, no regresemos a casa sin compañía o sin un taxista vigilando nuestros pasos hasta el portal, que miremos siempre hacia atrás y que llevemos en una mano el móvil y en otra las llaves, a no frecuentar según que sitios, a soportar el acoso, a dejarnos sobar, a callar, a mirar para otro lado; en definitiva, a tener miedo, a doblegarnos y someternos, porque de eso se trata, el mensaje que lanza es que somos ciudadanas de segunda y estamos subordinadas.

Y si incumplimos todo ese protocolo diseñado para las mujeres en nuestra sociedad patriarcal, lo máximo que podrás obtener es que la justicia, esa que presume de garantista, te lance un órdago reconociendo lo ocurrido y te regale una sentencia en la que un magistrado considere que unos videos grabados por una de esas cinco bestias , con olor a sudor y alcohol, eyaculando sin usar preservativos, fotografiando el culo de otro de ellos pegado a la cara de una joven de dieciocho años, era una orgía. Sí, porque mientras dos magistrados oyeron gritos de dolor, el señor Ricardo González dedujo excitación sexual y, para él, no fueron gritos de dolor, fueron gemidos de satisfacción. Personas así no son aptas para interpretar la ley, de manera tan subjetiva, tan impropia como para que haya miles de personas que estén pidiendo su inhabilitación. El sistema judicial debe contener una perspectiva de género que nos proteja cuando nos agreden, nos violan, nos maltratan y nos matan, que transforme la mirada de profesionales de la justicia con visión patriarcal. No lo digo yo, lo dice el Convenio de Estambul, y debería decirlo el famoso Pacto de Estado, que aún no está desarrollado.

Cuántos miembros de la sociedad son consentidores de esta tremenda violencia, cuántos la aplauden, y cuántos la han naturalizado. Quiero pensar que pocas personas, pero las cifras van en aumento. Porque asistimos atónitos, llenos de rabia y de dolor a la impunidad de foros de machos que no dudan en publicar su identidad; páginas neonazis que vomitan su misoginia ofreciendo datos personales, fotografías, insultándola, tratando de vejarla, vengándose y defendiendo a esa escoria;  justicieros desde las redes pidiendo la absolución de los acusados, y, condenándola mediante comentarios aberrantes y amenazadores; medios audiovisuales que bajan a los infiernos del morbo, y, un abogado mediático, provocando con su bajeza moral,  y campando a sus anchas por las cloacas televisivas.

Seguirá el proceso, con los consabidos recursos, y mientras se vaya alargando en el tiempo, ella continuará sufriendo, siendo juzgada continuamente, porque el sistema parece conminarla a un aislamiento perpetuo, a la pena, a la discreción absoluta, porque sus mentes podridas y alienadas, no pueden comprender que siga con su joven y preciosa vida.

Hermana, te creemos, y reventaremos las calles, y,  haremos temblar los cimientos del sistema hasta que se haga verdaderamente justicia.

 

 

Tiempo de lectura ⏰ 5 minutitos de ná
Natalia robles
Fotografía: Jesús Massó

Mientras yo escribo y tú lees, 720 menores en España son vigiladas por la Policía por alto riesgo de ser maltratadas por sus novios o ex novios, 200 millones de niñas y mujeres en el mundo han sufrido mutilación genital femenina y sus terribles consecuencias, 1245 mujeres son víctimas de violación cada año en nuestro país, y, se denuncia una violación cada ocho horas, aunque se estima que sólo lo hace una de cada siete víctimas; 120 millones de niñas de todo el mundo han sufrido violencia sexual en algún momento de sus vidas; según la ONU el 71% de víctimas de trata son mujeres y niñas; la OMS señala que 47.000 mujeres mueren al año por abortos inseguros; 225 millones de mujeres de todo el mundo carecen de acceso a una adecuada salud sexual y reproductiva, y a medidas de planificación familiar según la OMS… Sabes que en muchos países la menstruación es un tabú, que se ven aisladas en chozas, en una habitación de la casa, que no tienen acceso a paños higiénicos y usan papel de periódico, hojas o fundas de cojines; te han contado que las vírgenes son cotizadas en algunos países por la falsa creencia de curar el SIDA y eso tiene su precio; que el 35% de las mujeres en el mundo han experimentado violencia física o sexual; y, casi 750 millones de niñas son obligadas a contraer matrimonio antes de los 18 años…

Pues podría seguir proporcionándote datos y más datos, sobre la pornografía, la prostitución, esa forma de explotación con riesgo alto de agresiones, enfermedades y violación que ahora se hace llamar trabajo; de la explotación de las mujeres como vientres de alquiler para satisfacer deseos que no derechos, de la venta de óvulos y las consecuencias de la hormonación previa; y de la nueva moda: la venta de leche materna; de la brecha salarial que roza el 24%;  de la precariedad del trabajo femenino basado en la temporalidad y la parcialidad, y con unas tasas de paro elevadas, del famoso techo de cristal que verás pero no alcanzarás porque tirará de ti el suelo pegajoso en el que nos han instalado; si, una sociedad construida para que cuidemos primero de hermanos, luego de la descendencia y el hogar y posteriormente de nuestros mayores. Te hablaré de la jornada interminable que afrontan la mayoría de mujeres porque hemos ocupado el espacio público, pero vosotros, no habéis entrado de lleno en la esfera privada; y no me digas que ayudas en casa, ni que colaboras, se llama corresponsabilidad y se reparten las tareas.

Me gustaría preguntarte si adivinarías quién sufre más en las guerras siendo víctimas de violaciones y embarazos, y, si conoces los crueles asesinatos de Ciudad Juárez, o la barbaridad de Boko Haram. Seguro que sabes que las niñas y mujeres refugiadas también son violadas y acosadas. Claro que sí. Pero quiero que te informes bien, porque es importante que conozcas la realidad de pertenecer a una etnia, sufrir una enfermedad que te incapacite, ser migrante y además mujer: pues eso tiene un nombre “discriminación múltiple”

La publicidad te habrá llamado la atención, habrás visto a adolescentes hipersexualizadas, habrás asistido a la cosificación de nuestros cuerpos, esos que os atraen y obligados a que lo sepamos nos decís como tenemos los pechos o qué haríais con nosotras y nuestros atributos. Te imaginas que hubieras sido tú con quince años quien recibiera esa sarta de lindezas. Si me apuras te ofrezco datos sobre trastornos alimenticios en adolescentes y mujeres, también puedo contarte lo que la publicidad hace con las mentes de esas jovencitas cuyo modelo a imitar pesa 45 kilos.

Me pregunto si has comprobado en tus carnes que te traten como tonta en el trabajo, que repitan lo mismo que has dicho, pero un hombre lo dice mejor, si has sido víctima de bromas groseras, de chistes fáciles, si sabes lo que es que te miren los pechos mientras hablas. Deberías probar volver a casa de noche solo y que un hombre te llame, y te asustes, o que intenten ligar contigo en cualquier sitio y tras tu negativa venga una respuesta insultante. Y te aseguro que no exagero. Pregunta a tu alrededor

Te confieso que estremece conocer a una mujer maltratada, que se te encoge el alma  por su sufrimiento, por el miedo atroz que la oprime, que se me revuelven las entrañas comprobar que la han anulado con falsas promesas de amor romántico, que la han envuelto en culpabilidad, y, que es sumamente difícil mostrarle el futuro como una página en blanco y no como el inmenso y oscuro pozo en el que se ve sumergida. No me digas que podía ser tu madre, tu hermana o tu hija… es una persona como tú y como yo que una diferencia de cromosomas la condenó desde la concepción a un sistema de opresión donde ella no tiene privilegios, donde nosotras tenemos que demostrar, siempre esforzarnos, que somos buenas madres, parejas, hijas, compañeras, trabajadoras, unas superwomans, y, que por muy fuerte que creas ser, tienes las mismas posibilidades que cualquier mujer de padecer una espiral de maltrato, verbal, físico, sexual, psicológico y te pueden matar en el nombre del amor, del desamor, de la obsesión o simplemente del poder. En 2017, fueron asesinadas 99 mujeres en España según Feminicidio.net  , entre las cuales se incluyen las víctimas oficiales (49), feminicidios familiares, los casos en investigación, los feminicidios no íntimos, los familiares por conexión, los infantiles, los de prostitución …

Y no me digas que estamos mejor que antes, faltaría más, pero queda mucho trabajo por hacer, y, no está entre nuestros objetivos criminalizar al varón ni la supremacía de la mujer, porque si piensas eso, no has entendido nada. Esto no es una provocación ni un brindis al sol.

Necesitamos un lenguaje que nos incluya, unas instituciones públicas donde estemos representadas, queremos mujeres investigando sobre nuestras enfermedades, algunas tienen un alto porcentaje femenino (lupus, fibromialgia…) y otras son exclusivas de nuestro sexo como la endometriosis que podrían haber evitado muchos de sus terribles efectos si no la hubieran confundido con un terrible dolor de regla, porque claro nosotras estamos hechas para soportar el dolor, y, para no protestar, para no quejarnos y convertirnos en histéricas, sí si , nosotras las débiles que no callamos ni bajo el agua, las que ya no somos sumisas, que no toleramos las miradas lascivas, los gestos de desaprobación, las palabras condescendientes, que vestimos como queremos, nos maquillamos si lo elegimos, y no somos testigos, queremos participar de todo, tener las mismas oportunidades.

Y tú, sólo tienes que abrir los ojos y oídos de par en par, despojarte de estereotipos, liberarte del machismo que  nos rodea, caminar juntos y en la misma dirección, y, no preguntar por qué el día 8 de marzo voy a hacer huelga, estoy convocada porque el feminismo es para mí una obligación, y acompañaré a mis hermanas del mundo que en 177 países saldrán a la calle, dejarán de trabajar, de cuidar, de estudiar y de consumir. Tú estarás al lado, colaborarás y contemplarás la enorme marea violeta convertirse en una pleamar de sororidad. Y tú, y ella, él, nosotras, vosotros y todas las personas de este planeta vamos a asistir a un momento histórico, ese que tantos siglos hemos estado esperando.

Tiempo de lectura ⏰ 4 minutitos de ná
A moran
Fotografía: Jesús Machuca

La verja verde de entrada resultaba imponente, parecía de otro tiempo, evocaba a ese siglo XVIII que la vio nacer. Allí estaba en uno de los lugares más hermosos de Cádiz, el Parque Genovés, ese jardín botánico que debe su nombre al jardinero valenciano que remodeló el por entonces llamado Paseo de las Delicias.

Esa puerta de entrada estaba flanqueada por dos puestecillos ambulantes, el de José y el de Alfonso, donde los chiquillos comprábamos chucherías ansiosos por disfrutar de una mañana o una tarde en su recinto.

Dentro nos esperaba un camino de tierra amarilla adornado por cipreses podados con diferentes formas, entre los que se encontraban las fuentes de piedra sobre el césped. En sus bancos se sentaban madres y abuelas con sus niños al sol, señores con transistor para escuchar el partido de fútbol, con el gigantesco Diario de Cádiz de la época o gente que leía cerca del monumento de mármol en forma de biblioteca llena de libros que desaparecerían con el tiempo.

Al final del paseo estaba el bar, con sus camareros ataviados de blanco, y sus mesas dispuestas en ángulo, justo al lado de la entrada lateral; y, al fondo, corríamos hasta llegar a los columpios por el umbrío camino de árboles que alojaban camadas de gatitos. Allí teníamos todo lo que un niño en esos años, deseaba para disfrutar, un castillo gigante de colores, balancines, una corona para escalar, un tobogán y un drago  vigilándonos.

Los más pequeños optaban por otro camino, a la derecha del bar giraban y corrían para ver los patos en la cascada coronada por un puente desde el que divisabas el inmenso mar de mi tierra. Antes de llegar a la cascada, estaba la jaula grande de palomas y pavos reales, justo detrás de la pequeña placita de Santa Rosa de Lima, patrona de los jardineros. Muchas veces, los pavos reales solían caminar entre los paseantes luciendo orgullosos sus maravillosas plumas, y, de repente oíamos  los gritos emitidos por los monos hambrientos que permanecieron encarcelados en jaulas durante años. Justo a su lado estaba la biblioteca infantil, donde tantas horas disfruté de la lectura, y encontré por primera vez una biografía de mi adorada Marie Curie. A la salida, estaba la señora con su platito para la propina si usabas el servicio.

He pasado muchas tardes jugando en ese parque, El Parque para los gaditanos, porque no había en la ciudad ninguno como él. He corrido y saltado en los columpios, he dado de comer a los patos, me he emocionado cada vez que me acercaba a la fuente de los niños llorones,  me he sentido triste por contemplar cómo se divertían al ver a los monos encerrados, me he muerto de miedo cuando tenía que pasar cerca del margen derecho de la entrada principal, ese sitio oscuro me desasosegaba, he subido al escenario abandonado de lo que un día fue el Cortijo de los Rosales para sentirme cantante por un momento, he seguido a Jesús Caído atravesar el parque para llegar a su templo, he disfrutado viendo salir a las cabalgatas y he notado una y mil veces el olor a humedad, orines o zotal del interior de la gruta de la cascada, otro lugar que me provocaba terror.

Las mañanas de domingo, el parque parecía una feria, todas las familias con niños acudían a ese mágico lugar y la visita acababa con el fantita en el bar.

He dejado gran parte de mi infancia y la de mi hija en tan bendito lugar, justo al lado de mi querido barrio del Mentidero. He vivido muchas noches bajo el cielo estrellado en su teatro de verano, cuya estructura metálica se atribuye a Eiffel (luego trasladada al Mercado de la Merced, hoy Centro de Arte Flamenco).

Mi parque, nuestro parque, ese lugar común para los gaditanos, ya no es el mismo, y mucho me temo que jamás lo será.

Ya no hay domingos de peregrinación infantil, ya no nos detenemos a los pies de Félix Rodríguez de la Fuente, ya ni siquiera los columpios son los mismos bajo la balconada del Hotel Atlántico.

El parque languidece con sus plantas y flores exóticas que adolecen de los cuidados de antaño. Sus jardines y lugares emblemáticos no evocan la majestuosidad del pasado, su cascada se ha quedado aislada como un decorado de parque temático. Ya no está la biblioteca, afortunadamente no hay monos encerrados y el teatro es un esqueleto, un amasijo de hierros con ansias de nuevo recinto veraniego que nunca se terminó.

Todo el muro del lateral derecho ha desaparecido para dejar sitio a una construcción megalómana, mastodóntica y terrible en lo que un día fue el Paseo de Santa Bárbara. Ese horror a la vista desde tierra y desde el mar, ha costado una cifra de dinero escandalosa, procedente de Europa, y, que se podía haber empleado en algo positivo, consultando con las personas de la ciudad, pero nuestra opinión no ha importado y han destruido hermosos recuerdos de mi infancia, de nuestras infancias.

Afortunadamente, ni José, ni Alfonso ni la señora de los baños podrán verlo porque ellos se fueron con la esencia de aquel espacio único e irrepetible.

Tiempo de lectura ⏰ 3 minutitos de ná
Ana moran
Fotografía: José Montero

A veces cierro los ojos, y me veo en un lugar y en un tiempo irrepetibles.

Siento las caricias de las sábanas blancas mecidas por el viento. Corro y me detengo a contemplar al gato negro mientras Teresa, con sus manos como cuencos, vierte agua a su ropa al soleo. Me subo a los pretiles y veo a mi madre, incansable, lavando en el lebrillo.

Es sábado, el aroma del puchero inunda todas las casas y el sonido de las voces de las vecinas se entremezcla con la radio a todo volumen de Juan, el de la masetilla del segundo.

Son las tres. A comer, que al caldo, la pringá y las acedías le seguirá la peli de “comboys”. Conchita y María no ven la tele, se sientan al divino sol de invierno en la azotea, cosiendo, haciendo punto, charlando con su transistor de piel marrón al fondo, aunque hoy no radian la novela.

Yo bajo a la casapuerta con Inmita a ver quién gana más cromos. Dibujamos con tiza justo en la entrada y saltamos a la china, o, bajamos los relucientes y pesados patines de los reyes y me caigo.

Más tarde seremos más niñas para jugar al elástico y a la cuerda y volveré a besar el suelo.

Los niños han terminado con los tapones y  las bolas y ya tienen dispuesto su balón de reglamento para jugar al fútbol. Mi hermano, rubio como las candelas, lleva puesta la camiseta del Cádiz, también de los reyes y acaba embarcando la pelota.

Luego, todos juntos, corremos y nos sorteamos unos a otros: es la hora del contra y, como siempre, soy la primera en caer.

Correr y caer, ganar y perder… y crecer.

La adolescencia me conduce a la azotea alta que hay que pisar con cuidado cuando mis vecinos dan la “lechá” tras las primeras aguas del otoño. Subo lentamente, disfrutando de un mar de antenas entre torres miradores y majestuosos campanarios. Al fondo, la catedral. Allí me tumbo a oír música, a estudiar, a disfrutar de la lectura como nunca lo he vuelto a hacer en mi vida, a imaginar cómo seré cuando me haga  mayor, a averiguar cómo escapar si Agustina la del primero vuelve a prender fuego a su habitación en alguna noche oscura o a contemplar a lo  lejos al Elcano partiendo…

Las noches de verano, tumbada sobre mi cama, escucho la voz imponente de Rocío Jurado cantándome al oído porque el Teatro Pemán me la regala.

Las tardes de diciembre, en la cocina de María, enharino mis manos y aprendemos, entre todas, a hacer pestiños y roscos. En Semana Santa, cuando el patio huele a alcauciles con chícharos y habas, volvemos a su casa a hacer torrijas.

Echo de menos las peleas del Valiente, el olor a altramuces recién cocidos del José el cochero, el regreso veraniego de María la Casera desde Alemania, los ojos azules de las niñas de la Pura, diligente y generosa, la ropa moderna que me traía Antonio de Holanda, la voz impetuosa de Matilde, la ternura de Francisca, a Enrique el pintor y sus pajaritos al sol, las quejas de Rosario, los gritos, las risas, las cañas del país colocadas en fila desde el primero hasta la azotea, las lozas húmedas del patio, el miedo que me producía adentrarme en el patinillo, los escobazos y la gracia eterna  de María Medina, los aljibes con leyendas de galápagos en su interior, los zócalos verdes, las mañanas de encalado, y tantas y tantas cosas, y,  a tantas y tantas personas… Muchos ya no están, otros se mudaron. Ellos y ellas me enseñaron a compartir, a disfrutar de las cosas sencillas, a respetar, a defender y a defenderme…Tenían historias a sus espaldas con las que lidiaron para sobrevivir, y nosotros, los más jóvenes, empezábamos a vivir.

Mi casa de vecinos ya no existe, la derrumbaron hace 27 años, pero aún me quedan las anécdotas que me cuenta mi madre, y, mis benditos recuerdos.