La nueva política, si es que algún día tiene a bien habitar entre nosotros, va a requerir una especial sensibilidad cívica hacia los matices. Sin poder entrar en detalles sobre la pertinencia de distinguir, hoy, entre derechas e izquierdas, sí que me parece relevante subrayar las connotaciones diferenciales entre las visiones compleja y simplista de la realidad y del mundo. Tomar partido por la complejidad frente a la simplificación es un reto al que más pronto que tarde tendremos que responder como sociedad y como ciudadanos y ciudadanas individuales. Es preocupante, en este sentido, no ya la simplificación, sino la simpleza, en la que hemos chapoteado estos días con motivo de una campaña electoral vergonzante y que nos degrada como comunidad política democrática.
Pero no es de las campañas electorales de lo que quería escribir ahora. Vienen a cuento estas consideraciones a raíz de las actitudes y declaraciones que hemos tenido ocasión de ver y oír últimamente acerca de los contratos para la construcción en los astilleros españoles de unos barcos de guerra para Arabia Saudí, un país al que creo innecesario calificar a estas alturas. Como en otras ocasiones y asuntos, la escasa familiarización con la complejidad a la hora de considerar determinadas cuestiones intrínsecamente complejas como es la contratación con Arabia Saudí, ha puesto de relieve que la nueva política va a encontrar serios obstáculos para su necesaria implantación entre nosotros.
En mi artículo anterior, donde abordaba el espinoso asunto de los contratos firmados por NAVANTIA para la construcción de petroleros para una firma coreana, ponía yo el énfasis en las “trampas” que encerraban dichos contratos que, como regalos envenenados, venían a significar las condiciones recogidas en los mismos, y que eran vilmente silenciadas, omitidas, por quienes se postulaban como eficaces conseguidores. Una de esas condiciones, debidamente camuflada y disfrazada como exigencia de modernidad 4.0, es la claudicación de los trabajadores respecto a la pérdida o rebaja de los derechos laborales y salariales contemplados en los convenios colectivos del metal, que sufren un acoso a la baja difícil de resistir en las actuales circunstancias.
En el caso de los buques de guerra que se construirían para Arabia Saudí concurre, además, otro elemento (o condición-trampa) importante: la dejación de las consideraciones éticas y de los escrúpulos de tipo moral que inevitablemente se plantean a la hora de colaborar con un país como Arabia Saudí. Se podrá, y es comprensible, apelar a la angustiosa situación laboral de nuestro entorno; se podrá, y es justificable, hacer acopio de argumentos y pretextos que minimicen las aristas éticas y morales del asunto; se podrá, y es entendible, transigir ante el brutal desequilibrio de fuerzas…
Pero lo que no se puede es simplificar este feo asunto e ignorar los matices. Nos va en ello nuestra propia dignidad personal y cívica. De ahí que me parezca más en consonancia con una deseable nueva actitud política la postura de quienes aceptan los contratos por imperiosa necesidad vital PERO (y aquí viene el matiz que ennoblece las decisiones) haciendo constar “que duelen” (Noelia Vera, de Unidos Podemos) o que “crean problemas de conciencia” (Jorge Suárez, alcalde de El Ferrol, de IU). Y de ahí que me hayan parecido desafortunadas las simplistas declaraciones de nuestra presidenta Susana Díaz: “corbetas, patrulleras y lo que haga falta”.
Hay quienes pensarán que son matices sin relevancia alguna dada la perentoriedad de las necesidades que padece el mundo laboral de la bahía. Pero ya decía al principio que la nueva política, la nueva ética ciudadana, la nueva moral que exigen los tiempos, el nuevo mundo que es urgente construir, todo ello, no puede ser ajeno a la complejidad, es decir, a los matices. Nos va en ello la dignidad como personas. Hasta la dignidad puede perderse conservando un mínimo de dignidad. Por lo menos, y matizando eufóricas y simplistas declaraciones, hacer constar que transigimos… aunque nos duela.
Fotografía: Jose Montero