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Patriciaandres
Fotografía: autoría desconocida

Recuerdo la primera vez que escuché esa frase: el carnaval de las promesas.

Aquel hombre hacía referencia al carnaval del que disfrutan los niños en Uruguay, donde dedican unos días a los más pequeños, pintándolos de manera maravillosa. Nos encantó ese nombre para titular una de nuestras comparsas. Le dimos una forma especial dedicándolo a las comparsas antiguas

infantiles de la Peña Nuestra Andalucía, enfocándola como un pequeño homenaje a aquellos estupendos años en los que la cantera brillaba y en los que tantas promesas del carnaval se nutrieron de los mejores maestros y acabaron recalando en muchas de las agrupaciones adultas que ocupan la élite del COAC actual.

De todo eso prácticamente no queda nada más que promesas rotas y sueños que no van más allá de un concurso de poco más de diez agrupaciones por categoría. Un concurso que se resquebraja por sus cimientos, un carnaval del que durante los meses de ensayo nadie se acuerda, un carnaval donde muy poco de los grandes autores se dignan a colaborar más que para colgar algún estado en las redes como «yo fui cantera«.

Esta cantera no carece de talento, pero sí del interés que merecen estos

pequeños que juegan a ser carnavaleros desde la cuna porque es uno de los acontecimientos más destacados de la cultura de su ciudad. Lo viven en casa, lo sienten y en algunos casos lo traen, de alguna manera, en los genes.

Estos jóvenes merecen que se les facilite un local de ensayos, una de las mayores dificultades que se encuentran, algunos instrumentos e incluso un simple taller para una formación inicial. En definitiva, merecen que se apueste por ellos. Más allá de sus padres y madres y de los pocos que, de buena fé, forman la Asociación de la cantera, quienes este año no han podido evitar que se vuelva a cancelar la gala de lo mejó de lo mejón, ni que se ponga en duda si a los infantiles se les debe premiar económicamente, sin pararse a pensar en que ellos, para su puesta a punto, pagan sus disfraces y puestas en escena del bolsillo de cada casa, al igual que todos.

Además se cuenta con la absoluta discriminación de la prensa; la misma que se beneficiaría en el caso de que algunas de estas agrupaciones vieran sorprendentemente la luz en su etapa adulta es la que ahora apaga los focos y esconde la tinta cuando la cantera aparece en escena.

Tal vez sea absurdo escribir que todo jardín necesita ser regado para florecer y que es más fácil dejar el agua para aquellas flores que adornan y acaparan la atención de todos y no malgastarla en esas que a duras penas comienzan a germinar y, por lo tanto, necesitan más tiempo y dedicación. Pero por suerte, aun quedamos unos pocos jardineros dispuestos a hacer de ese jardín de la ilusión y la inocencia un divertido lugar en el que seguir creciendo. Y lo hacemos a cambio de muchos momentos maravillosos, a cambio de sentir cómo quince corazoncitos laten de emoción, a cambio tan solo de ver cómo les brillan los ojos a los que algún día serán sin duda alguna «El Gran Show» de nuestra fiesta.

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Xiomara
Fotografía: Jesús Massó

Toda buena siesa que se precie odia la TV, odia las pantallas y todo lo digital. No es una cuestión de conflicto tecnológico con todo lo que la nueva era nos presenta, tiene más que ver con esa rareza propia que la acompaña desde el primer momento en que rompió en siesa, y que coincidió con el visionado de un famoso concurso de televisión: Un, Dos, Tres.

Mayra Gomez Kemp daba paso a los sufridores en casa cuando aconteció de forma radical el siesismo. La TV pareció girarse sobre sí misma y las paredes se expandieron para luego contraerse hasta que nuestra siesa  perdió la noción del espacio y del tiempo. Desde aquel momento dejó de ver la TV, entre otras cosas porque aquella había quedado inutilizada. Y así había sido desde ese momento indeterminado en el tiempo.

Hasta hace un par de semanas, cuando Encarnita la del quinto, la única vecina con la que tenía trato, la llamó desesperada para pedirle que usara sus llaves para entrar en la casa y abrir la puerta de la terraza donde se había quedado encerrada. Eso hizo, cogió las llaves de la vecina, se puso la bata de casa y salió al descansillo sigilosa. Cuando abrió la puerta la golpeó una imagen. Desde la enorme pantalla plana situada justo frente a la puerta, una pareja extravagante vestida de rosa, cantaba. La imagen tiró de ella hacia delante, luego hacia atrás, la arrodilló y la enganchó con su música encajada en los oídos. Cómeme el donu.

Desde la puerta de la terraza Encarnita la del quinto golpeaba histérica diciendo que le abriese, que estaba lloviendo:

“Ábreme que está “lluviendo” decía, pero nuestra Siesa estaba petrificada.

La imagen seguía atrapando – cruel, con música y letras carceleras-  la mente de la Siesa, quien repetía incansable “Cómeme el donu, cómeme el donu”.

Las luces empezaron a parpadear, las paredes parecían alejarse y acercarse, el pelo de la Siesa se erizó hasta límites insospechados mientras su cuerpo temblaba, como poseída por el baile, la mirada fija en la pantalla.

Cuando todo parecía un frenético microondas de barrio con un producto alimentario a punto de explotar, la actuación terminó, y la Siesa cerró los ojos. Lloró un poco, porque llevaba unos cinco minutos sin pestañear. Abrió a la vecina Encarnita la del quinto, que estaba pipando y salió rápida de la casa sin atender a reclamos ni dar explicaciones. Bajó las escaleras al trote, cruzó el patio, salió a la calle y empezó a correr, a correr y a correr. Cuando iba por el Palillero grito Cómeme el donu Antonio McDonald, cómeme el donu Jimenez Losdiablos. Siguió corriendo Cuesta de las Calesas arriba berreando Cómeme el donu Hazte oír, cómeme el donu 1% de denuncias falsas, cómeme el donu Con la hernia, cómeme el donu trabajo invisible, cómeme el donu Freud, cómeme el donu Aristóteles, cómeme el donu Rousseau, cómeme el donu Schopenhauer. Cómeme el donuuuu, y la última u se convirtió en un aullido.

Cuando llegó a El Chato ya se había transformado en loba.

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A moran
Fotografía: Jesús Machuca

La verja verde de entrada resultaba imponente, parecía de otro tiempo, evocaba a ese siglo XVIII que la vio nacer. Allí estaba en uno de los lugares más hermosos de Cádiz, el Parque Genovés, ese jardín botánico que debe su nombre al jardinero valenciano que remodeló el por entonces llamado Paseo de las Delicias.

Esa puerta de entrada estaba flanqueada por dos puestecillos ambulantes, el de José y el de Alfonso, donde los chiquillos comprábamos chucherías ansiosos por disfrutar de una mañana o una tarde en su recinto.

Dentro nos esperaba un camino de tierra amarilla adornado por cipreses podados con diferentes formas, entre los que se encontraban las fuentes de piedra sobre el césped. En sus bancos se sentaban madres y abuelas con sus niños al sol, señores con transistor para escuchar el partido de fútbol, con el gigantesco Diario de Cádiz de la época o gente que leía cerca del monumento de mármol en forma de biblioteca llena de libros que desaparecerían con el tiempo.

Al final del paseo estaba el bar, con sus camareros ataviados de blanco, y sus mesas dispuestas en ángulo, justo al lado de la entrada lateral; y, al fondo, corríamos hasta llegar a los columpios por el umbrío camino de árboles que alojaban camadas de gatitos. Allí teníamos todo lo que un niño en esos años, deseaba para disfrutar, un castillo gigante de colores, balancines, una corona para escalar, un tobogán y un drago  vigilándonos.

Los más pequeños optaban por otro camino, a la derecha del bar giraban y corrían para ver los patos en la cascada coronada por un puente desde el que divisabas el inmenso mar de mi tierra. Antes de llegar a la cascada, estaba la jaula grande de palomas y pavos reales, justo detrás de la pequeña placita de Santa Rosa de Lima, patrona de los jardineros. Muchas veces, los pavos reales solían caminar entre los paseantes luciendo orgullosos sus maravillosas plumas, y, de repente oíamos  los gritos emitidos por los monos hambrientos que permanecieron encarcelados en jaulas durante años. Justo a su lado estaba la biblioteca infantil, donde tantas horas disfruté de la lectura, y encontré por primera vez una biografía de mi adorada Marie Curie. A la salida, estaba la señora con su platito para la propina si usabas el servicio.

He pasado muchas tardes jugando en ese parque, El Parque para los gaditanos, porque no había en la ciudad ninguno como él. He corrido y saltado en los columpios, he dado de comer a los patos, me he emocionado cada vez que me acercaba a la fuente de los niños llorones,  me he sentido triste por contemplar cómo se divertían al ver a los monos encerrados, me he muerto de miedo cuando tenía que pasar cerca del margen derecho de la entrada principal, ese sitio oscuro me desasosegaba, he subido al escenario abandonado de lo que un día fue el Cortijo de los Rosales para sentirme cantante por un momento, he seguido a Jesús Caído atravesar el parque para llegar a su templo, he disfrutado viendo salir a las cabalgatas y he notado una y mil veces el olor a humedad, orines o zotal del interior de la gruta de la cascada, otro lugar que me provocaba terror.

Las mañanas de domingo, el parque parecía una feria, todas las familias con niños acudían a ese mágico lugar y la visita acababa con el fantita en el bar.

He dejado gran parte de mi infancia y la de mi hija en tan bendito lugar, justo al lado de mi querido barrio del Mentidero. He vivido muchas noches bajo el cielo estrellado en su teatro de verano, cuya estructura metálica se atribuye a Eiffel (luego trasladada al Mercado de la Merced, hoy Centro de Arte Flamenco).

Mi parque, nuestro parque, ese lugar común para los gaditanos, ya no es el mismo, y mucho me temo que jamás lo será.

Ya no hay domingos de peregrinación infantil, ya no nos detenemos a los pies de Félix Rodríguez de la Fuente, ya ni siquiera los columpios son los mismos bajo la balconada del Hotel Atlántico.

El parque languidece con sus plantas y flores exóticas que adolecen de los cuidados de antaño. Sus jardines y lugares emblemáticos no evocan la majestuosidad del pasado, su cascada se ha quedado aislada como un decorado de parque temático. Ya no está la biblioteca, afortunadamente no hay monos encerrados y el teatro es un esqueleto, un amasijo de hierros con ansias de nuevo recinto veraniego que nunca se terminó.

Todo el muro del lateral derecho ha desaparecido para dejar sitio a una construcción megalómana, mastodóntica y terrible en lo que un día fue el Paseo de Santa Bárbara. Ese horror a la vista desde tierra y desde el mar, ha costado una cifra de dinero escandalosa, procedente de Europa, y, que se podía haber empleado en algo positivo, consultando con las personas de la ciudad, pero nuestra opinión no ha importado y han destruido hermosos recuerdos de mi infancia, de nuestras infancias.

Afortunadamente, ni José, ni Alfonso ni la señora de los baños podrán verlo porque ellos se fueron con la esencia de aquel espacio único e irrepetible.

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P andres
Fotografía: Jesús Massó

Me encanta ser mujer en un mundo donde el hombre se creé mejor.

El corazón a mil, los sueños siempre floreciendo y yo mujer.

Mujer por casualidad pero gracias a la vida, con el miedo en una mano y con toda mi fuerza en la otra, levantándola con coraje hacia el infinito y gritando ¡¡yo amo, yo vivo, yo siento, yo sueño, yo puedo!!

Tuve una infancia llena de tú no juegas porqué eres niña, tú al equipo de las niñas, has ganado porque yo te dejé ganar, eres una machorra todo el día entre los niños e infinidad de coletillas de ese tipo.

El tiempo me regaló un par de alas y alcé un vuelo libre, para que no se me durmiera la voz, para que no se me secaran los sueños y no se me amargaran los momentos. Aprendí a respirar, a tomar del aire la libertad que a él le sobra, del sol tomé el calor para mis noches a solas, del mar el frío para que no me tiemble el pulso cada vez que me toque defenderme, cada vez que nos toque defendernos.

La ansiosa maternidad me llamó temprano y di vida a otras mujeres a las que ahora llevo de la mano por esta vida confusa, las enseño a caminar descalzas por este mundo que arde contra nosotras, van pasito a pasito detrás de mí mientras yo, cual safir, intento queden asombradas y observen a la vez que todo el poder está en confiar en una misma para no quemarse en el intento. Las enseño a correr en contra de un minutero soldado al reloj de la desigualdad, aquel que permanece siempre atrasado, ese al que le chirrían las agujas. No quiero que tengan que quedarse sin querer quedarse, no quiero que beban sin sed ni que sean lo que otros quieran ver. Lucho para que puedan decidir qué quieren ser y qué serán. Que puedan ser la complicidad de una hermana, el cobijo de una amiga, los consejos de una tía, que puedan ser los susurros de una pareja o, si así lo deciden, el amor incondicional de una madre; que puedan ser tierra -la mujer y la tierra están unidas por el hermoso hilo de la vida- que puedan ser siempre auténticas, de las que huelen a playa y suenan a tarde de lluvia, de las que lloran cuando duele y se secan las lágrimas con la manga para volverse a levantar lo mas rápido posible, que puedan ser simplemente personas a las que nadie juzgue por el color del que pinten sus vidas. Que puedan levantantarse, mirar al compañero y pensar: no eres mejor que yo y lo más importante es que tú lo sabes.

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L mingorance
Fotografía: Jesús Massó

“Ni machismo ni feminismo, igualdad”, “es cuestión de personas”… Seguro que os suenan estas frases hechas. De alguna manera explican el eterno debate sobre la conveniencia de usar el término feminismo o sustituirlo por igualdad. Al inicio de Podemos algunas compañeras planteaban este cuestión donde, con sus matices, había dos posiciones iniciales .

La primera venía a plantear que el término feminismo genera rechazo entre muchas personas ya que con frecuencia se asocia a lo contrario de machismo. Que sugería algo así como esa frase que circula por redes y dice: “os da el miedo el feminismo porque creéis que vamos a hacer con vosotros lo que habéis hecho con nosotras”. Quienes estaban en esta posición pensaban que había que usar el término igualdad porque era el ampliamente aceptado aunque lo reivindicasen mujeres como Le Pen, Hillary Clinton o Cristina Cifuentes. Para ellas la tarea era dotarlo de contenido y disputarlo.

La otra posición con la cuál me identifico, planteaba que si bien el término feminismo podía combinarse con otros, incluido igualdad, no debíamos renunciar a él porque tenía una profundidad del que este último carecía. Cifuentes siempre se sentirá más cómoda hablando de igualdad aunque a veces use la palabra feminismo. De algún modo, feminismo expresa el conflicto porque es una lucha para conseguir los derechos de las mujeres y eso supone enfrentar a la estructura patriarcal y, por consiguiente, los privilegios de los hombres. Por supuesto, entendiendo que hombres y mujeres no son sujetos homogéneos y por lo tanto sufren privilegios en el caso de los primeros y opresiones en el caso de las segundas diferentes y en distinto grado en función de su clase, orientación e identidad sexual, raza, etc. De hecho, muchos hombres pueden y deben ser nuestros aliados porque no luchamos contra ellos sino contra un sistema, pero esto requiere una compresión por su parte de que tienen que renunciar a determinados privilegios, sean simbólicos, de cuidados o de otro tipo según el caso. Por eso de algún modo el feminismo está vinculado a la búsqueda de la raíz (o raíces) de la opresión y a las prácticas individuales y sobre todo colectivas y de lucha para enfrentar las mismas. Esto a pesar de que muchas mujeres feministas a lo largo de la historia no se autodenominasen como tal dado, por una parte, a que su uso es relativamente reciente y, por otra, a que buena parte de las mujeres socialistas y comunistas identificaban el feminismo como un movimiento burgués que no hablaba de sus problemas como mujeres trabajadoras.

Y en todo este debate de si feminismo o igualdad, apareció Dior con su camiseta “We all should be feminists” dejando bastante claro que el feminismo ya no asustaba ni generaba rechazo en gran parte de la población, sino que vendía y por eso cada día se multiplican las mercancías por parte de diferentes empresas y grandes marcas que usan al feminismo como gancho. Hay infinitos ejemplos de como el feminismo se ha “normalizado”, “se ha puesto de moda” y ha cobrado protagonismo en espacios tales como los Goya, Operación Triunfo, Certámenes de Belleza y un largo etcétera. ¿Qué está pasando? Mi objetivo no es hacer un análisis profundo ni completo porque para responder a esta pregunta haría falta una reflexión mucho más sosegada y un espacio mayor pero si me gustaría apuntar una reflexión en cuanto a nuestro país se refiere.

Hace algunos años en una charla de Justa Montero, referente feminista, anticapitalista y miembro de
la LCR, ella apuntaba como cuándo desde las izquierdas hablábamos de las luchas que se dan en el
15M y ciclo posterior enumerábamos las huelgas generales, estudiantiles o la lucha por los servicios
públicos pero raramente nos referíamos de manera explícita a la lucha del movimiento feminista
contra la Ley Gallardón. ¿Cómo es posible que una de las luchas con más fuerza, de las pocas que
consiguió una victoria tan contundente “se nos olvidase”?

Hay por supuesto muchos factores tanto objetivos como subjetivos que explican que el auge del feminismo se da en muchos países diferentes. Pero estoy segura que en el estado español la victoria del movimiento feminista paralizando la (contra)reforma del aborto y logrando la dimisión del ministro Gallardón allá por septiembre de 2014 tuvo mucho que ver. Primero, porque logró empoderar a muchas mujeres que de una u otra manera participaron o empatizaban con aquellas movilizaciones que se dieron a lo largo de muchos meses. Tuvimos la experiencia de que la lucha sí sirve y tomamos conciencia de nuestra fuerza. Y segundo, porque el movimiento logró poner sobre la mesa con mucha fuerza ideas clásicas del feminismo, destacando muy especialmente las relacionadas con el derecho al propio cuerpo y el derecho a decidir. Creo que la interacción entre ambos factores ha hecho que muchas de las ideas que el feminismo ha dicho históricamente encuentren a día de hoy una importante identificación en buena parte de la sociedad. Algo así como “lo logramos porque teníamos razón”.

Esto no significa que vivamos en una sociedad feminista ni mucho menos. Por desgracia, polémicas absurdas como el disfraz de María Romay, concejala de Fiestas de nuestra ciudad, demuestran que a algunos les escuece enormemente que una mujer vista como quiera, que nuestros cuerpos siguen siendo espacios de conflicto y de lucha. Si posase en una revista o saliese en un anuncio de televisión no les parecería tan escandaloso porque en este caso sería para ellos uno de los objetos que tanto acostumbran a consumir. Porque lo que ofende no es un desnudo que ni siquiera es tal, sino el hecho de que vistiese así por propia decisión, siendo sujeto y no objeto. Sin embargo, también han sido numerosas las personas que han mostrado su más absoluto apoyo a María y hemos puesto en práctica aquello de que “si nos tocan a una nos tocan a todas”. Por eso, más allá del caso particular y a pesar de la reacción del patriarcado a través de determinadas instituciones y de una parte de la sociedad ante el empoderamiento individual y colectivo de muchas mujeres, es una realidad que ideas y debates que antes se daban en círculos muy reducidos cada vez se vuelven más cotidianos.

Pero… ¿Qué implicaciones tiene “que el feminismo esté de moda”? Desde mi punto de vista constituye una oportunidad que hay que aprovechar porque nos ayuda a cuestionar el mundo en el que vivimos y porque ahora es mucho más sencillo acceder al feminismo y a la política al fin y al cabo (¿qué es si no el feminismo?). Pero también tiene otra negativa y es el peligro de descafeinarlo, de asociar el feminismo a la lucha individual de cada mujer por “llegar a lo más alto”. Aunque este riesgo está ahí creo que sin duda son muchas más las potencialidades y el movimiento está demostrando que está sabiendo utilizarlas de forma inteligente. La huelga del 8 de marzo es un claro ejemplo de ello porque pone en el centro a las mujeres trabajadoras, las que estudian, las que cuidan y a todas las que somos violentadas de una, otra o todas la formas a lo largo de nuestra vida, dotando la movilización de un contenido concreto que delimita “qué feminismo”. Porque la lucha es la que clarifica en que bando se encuentra cada cual y nosotras estamos en el de las que cuidan a las personas dependientes, las maestras, las que atienden al teléfono, las gitanas que se rebelan contra el patriarcado y el antigitanismo, las que crían a los hijos e hijas, las que limpian dentro y fuera de casa, las que estudian, las migrantes, las que gritan que su cuerpo es suyo, las dependientas… y muchas más. Este es el feminismo que se está construyendo en encuentros como el de Zaragoza del pasado mes de enero o asambleas como la que tuvo lugar en la Fundación de la Mujer en nuestra ciudad para preparar la huelga. Un feminismo que sabe combinar su diversidad con unas claras pretensiones de transformar y no de maquillar al mismo tiempo que saben conectar son sectores muy amplios de mujeres. Y por eso, a Dior no se le espera. Y a Inés Arrimadas tampoco.

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La siesa
Fotografía: Jesús Massó

Toda buena siesa que se precie está completamente al margen de cualquier tendencia ideológica que precise movimiento social y reivindicación. Por esta razón, podemos verla clavando la vista en la lejanía, como si viera a alguien conocido, o rebuscando atentamente en el bolso con la mirada fija en el movimiento de sus propias manos al cruzarse casualmente con las chicas de Intermon, Médicos Sin Fronteras o Greenpeace. Sus requiebros de cadera al paso de huchas del Domund o de REMAR, la hacen digna de una experta bailarina de break dance. Por suerte para ella, al ser la ciudad tan pequeña y su oído tan fino, es capaz de oír y calcular exactamente la distancia media de cualquier manifestación que esté entrando por las Puertas de tierra, y trazar rápidamente un camino alternativo.

Ella reniega de las consignas, gritos y manifiestos que las últimas oleadas de mareas han traído en distintos colores a la ciudad. No es que esté en contra, no, es que le da coraje. El coraje en sí no tiene razón concreta, no hay motivo desencadenante, solo nace de pronto en el interior de la Siesa, provocando que la pequeña hernia de hiato se vuelva volcán de eructos sucesivos muy vergonzosos para la susodicha. Por eso cuando tiene un ataque de coraje corre hacia su casa a tomarse una menta poleo doble.

Ya lo decía Mariví Farris, en su famoso texto utópico Coraje de vivir (Ed. Metocaelco 1979): Este coraje no viene de la nada, es fruto de la extrema sensibilidad que caracteriza a toda Siesa. Esa que se afecta por el cambio de luna, por el soplar de un levante o poniente, o por el descuadre horario del solsticio. El coraje aquel da dolor de mandíbulas, encajadas en un gruñido asfixiado en la garganta, y esto no es bueno para la humanidad.

Por esta razón nuestra Siesa lleva guantes negros de organdí. Este complemento textil poco tiene que ver con el frío o la estética y mucho con una protección sensitiva ante todo aquello que suponga contacto físico. Más allá de la manía ante los gérmenes, que también existe, ella se protege ante informaciones indeseadas. No podemos olvidar su capacidad innata para captar con minucioso detalle cualquier secreto que se respira en el aire. Podríamos decir que nuestra Siesa tiene el don de un tacto mágico capaz de captar cualquier pormenor, cualquier historia oculta en el pasado o incluso percibir con una serie de imágenes el futuro desgraciado.

Algo así le pasaba a Cassandra una de las primeras Siesas de la historia, profeta mitológica que solo predecía desgracias.

En más de una ocasión la Siesa se vió envuelta en situaciones táctiles comprometidas. Tocar la mano del pescadero que le da la compra y visualizarle de espaldas, con el pantalón resbalando mostrando parte del culo mientras limpia unas acedias, ajeno por completo a las miradas divertidas de una tienda llena de clientes. Alguna vez visualizó accidentes en escaleras, en curvas peligrosas o aguas alborotadas, facturas de Eléctrica de Cádiz desorbitadas,  pero nadie la creyó nunca. La gente desconfiaba y pisaba mojones de perro bien nutridos a pesar de que minutos antes la Siesa-Cassandra les había avisado. – Po te jode-, pensaba ella para sus adentros, y le daba mucho coraje todo.

Aquella tarde se soltó el pespunte que cosía delicadamente los guantes de organdí y la Siesa comenzó a tirar del hilito antiestético de manera que el frágil tejido se fue deshilachando poco a poco mientras caminaba por la calle. Quiso dar la vuelta y correr a su casa a por los guantes de recambio, pero al doblar la esquina se topo de bruces con una manifestación feminista.

A La Siesa nunca le ha gustado el feminismo, porque ella es femenina e igualitaria y le dan coraje tanto hombres como mujeres a la vez. No entendía ese afán que tenían ahora las hembras de querer estar por encima de los machos. Ni lo de la intersexualidad, lo queer (¿qué?) Empoderarse decían, y ella pensaba que lo que querían era tener poder y manejar al sexo contrario. En el universo siesil el mundo no tenía matices; había buenos y malos, penes y totos, Barcelona y Madrid, papas y bistec, cada uno en su función, con sus características propias. Tocaba asumir el papel adjudicado. Ella nunca había sentido el machismo. Quizás en su juventud tuvo que pararle los pies a alguno, pero ese no fue machista, no es que estuviera criado en un régimen patriarcal, ese tenía un par de copas de más y era simplemente carajote. Así que tenía claro que ni machismo ni feminismo, igualdad.

Sin quererlo la manifestación la envolvía sin dejarla avanzar ni salir. Se vió obligada a seguir el ritmo marcado por vitores y consignas. Alguien le puso un megáfono entre las manos y ella, por inercia, canto aquello de Un cura, un fraile, los muertos del que no baile y toda la manifestación respondió brincando IIIIIIIiiiin IIIIIIIiiiin IIIIIIIIiiiiin y el megáfono desapareció instantáneamente de sus manos. Entonces sucedió.

El pespunte suelto dió paso a un dedo y luego a otro y a otro,la mano derecha quedó desnuda justo cuando se apoyó en la mujer de pelo rojo que desfilaba delante. Y la Siesa sintió el amargo sabor del semen en aquel claro solitario. Como si fuera un sueño perverso, se trasladó al pasado viéndose a sí misma de rodillas, mirando al tipo con cuchillo mientras esté se corría en su boca. Dejó de tocar a esa mujer y, horrorizada, se dió cuenta de que su mano estaba desnuda. La metió en el bolsillo y trató de abrirse camino con la otra. Pero el guante de organdí de aquella también se deshizo. –Tenía que haberlos comprado en Alvarez-, se dijo. (Véase obsolescencia programada de los guantes de organdi Documentos T). Y sintió la piel del brazo de una chica joven que gritaba La talla 38 me aprieta el chocho. De nuevo su mente viajo en el espacio-tiempo, y llegó a una casa llena de imágenes de santos que la miraban fijamente a los ojos, mientras se subía un pantalón que no sabía si había querido bajarse, sintiendo una culpa antigua llena a su vez de culpas antiguas encaramadas las unas sobre las otras por los siglos de los siglos. Casi se desmayó. Unas mujeres la sostuvieron por los brazos y ella las miró con los ojos desorbitados aunque en realidad no las veía, su mente estaba colapsada de puestos de trabajo que no se dieron, de hogares que se comían a mujeres que estaban obligadas a cuidar, y de voces que no hablaron porque no se creían lo suficientemente importantes como las de ellos. Y así, sin freno, se fueron desencadenando las sucesivas imágenes como una catarata del Niágara en plena tormenta.

A medida que nuestra Siesa iba tocando sin querer los cuerpos de aquellas que se situaban a su alrededor, se iban agolpando a un ritmo frenético, unas detrás de otras, las sensaciones, frases, escenas, con sus olores, sus colores y sus bandas sonoras originales.

Provocadora, quieres que te mire a los ojos pero te pones escote; te has quedado embarazada para pillarle; calladita estás más guapa; si no te hubieras acostado con él la primera noche no habría perdido el interés; amor, los niños no han comido, como no dejaste preparado nada; con hijos y te separas, estás loca; normal que te pegase, si es que eres insoportable; a un hombre no le gustan las mujeres sin tetas; se me echó encima porque no fui clara; una cosa es maltrato y otra una bofetada cuando hace falta; estás muy subidita; calientapollas; si te pongo a cuatro patas ya verás como se te bajan los humos; no puedes abortar: no puedes quedarte embarazada; un buen polvo te hace falta; lesbiana, eso es que no has probado una buena polla; ¿a dónde vais solitas las cinco?; que buenas sois, ¿quien os escribe?.

 Por fin consiguió salir de la manifestación, y en su último impulso se apoyó en una niña que la miró con ojos transparentes. En sus pupilas vió un aula llena de chicos y chicas trabajando codo con codo, jugando a cocinitas o a coches, vestidos como seres libres, al margen por completo de  estereotipos.

Adiós Siesa- dijo la niña mientras levantaba el puño para gritar la siguiente consigna: Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar.

 Al llegar a su casa casi sin aliento, la Siesa se despojó de la ropa como quien se quita insectos de lo alto. Luego entró en la ducha y se frotó y se frotó y se frotó. Quería limpiarse de las sensaciones ajenas. Al mirar hacia abajo en su acto de aseo compulsivo, descubrió que el agua iba adquiriendo un color peculiar. Y es que, por el desagüe de la ducha, formando un remolino hermoso al rededor de sus pies, se perdía un riachuelo de agua violeta. Fue en ese preciso instante cuando lo supo: definitivamente había roto en feminista.