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Hace unos años, los amigos de la desaparecida revista Freek! (ahora organizadores del festival Monkey Week) contactaron conmigo para proponerme una colaboración destinada a sus recién estrenadas páginas. Se trataba de realizar una selección discográfica mensual que arrojara luz sobre una serie de álbumes que yo considerara valiosos en el devenir de la música popular contemporánea, en su más amplia acepción.

La selección empezó a publicarse en su número 1 (mayo 2004) con el manifiesto título de CLÁSICOS BÁSICOS y acabó convertida en una relación de discos que, por una u otra razón, habían contribuido a ajustar mi criterio musical. Folk, jazz, techno, rock, soul, pop o música africana desfilaron por una página donde la selección y comentario de cada disco llegaba apoyada por la evocación de otros cuatro álbumes marcados, de una forma o de otra, por su pasado o herencia.

Hace unos meses, el carácter atemporal de dicha relación me animó a recuperarla (contando con el lógico permiso de los editores de Freek!) para incluirla en mi colaboración con la ahora estancada CaoCultura. Como quiera que la serie quedó incompleta, los responsables de El Tercer Puente se mostraron interesados en darle continuidad. Y aquí reaparece la serie, una vez revisados los textos originales e incluidas actualizaciones que no alteran un ápice su sentido original.

En Clásicos Básicos podrán toparse con pioneros, malditos, clásicos, francotiradores y, claro, también friáis; todos conectados por su singularidad. Su imperecedera música bien justifica un rescate que la historia siempre les deberá.  

Clásicos básicos

Su valiosa discografía argumenta con creces aquella afirmación que la señala como una de las autoras ineludibles de la música popular del pasado siglo. A partir de esa categoría, nadie puede negar que el estatus se sustenta, además de en sus claves creativas, en un compromiso con la evolución que ha permitido que sus álbumes rayen a alto nivel durante décadas, desplegándose entre su debut en 1968 y un decoroso declive solo interrumpido por la enfermedad que la posterga ahora a una silla de ruedas. En este apreciable panorama discográfico despunta una obra íntima e insólita, que por sí sola ya habría bastado para que nuestra protagonista se ganara su lugar en la historia…

Joni Mitchell – Blue reprise, 1971

https://www.youtube.com/watch?v=WehhEw3w31w

Aunque sus pasos formativos e influencias estilísticas procedían de los ortodoxos contornos del folk de mediados de los sesenta, la joven Joni Mitchell (de nombre real, Roberta Joan Anderson) quiso dejar claro desde sus inicios la importancia de una visión inteligente y emocional marcada por una sensibilidad única y por una voz excepcional, cristalina y matizada. A la vez que su talento compositor llamaba la atención de nombres que no dudaron en adaptar sus canciones como Judy Collins, Tom Rush o Fairport Convention, la canadiense exhibía un vertiginoso proceso de maduración. Un trayecto delineado sobre una discografía cuya tercera entrega – “Ladies of The Canyon” (1970) – la mostraba a sus 26 años interesada en distanciarse tanto del formalismo folk como del hippismo en el que algunos críticos y públicos querían encasillarla. Su contrastado lirismo no tardaría en encontrar un poderoso aliado en una reflexiva perspectiva que quedó certeramente escenificada en portada – hermosa pero sombría – título y contenido de su siguiente álbum: “Blue”.

Registrado tras un periodo de viajes y meditación donde se replanteó logros y pérdidas de su pasado, el pulso introspectivo y melancólico de las diez canciones de “Blue” revelaban a una autora abierta y prolífica, interesada en activar los resortes de una renovación que ella mismo se exigía. Escuetamente secundada por un formato acústico donde no faltó el apoyo de los amigos Stephen Stills y James Taylor, Joni arrancaba con la espléndida “All I Want” a modo de abierto manifiesto de su necesidad de búsqueda y comunicación. Se desplegaba a continuación un impresionante catálogo convertido en cohesionado desnudo emocional en el que se retrataban amores, fidelidades, alegrías, inseguridades y derrotas. Mientras “My Old Man” jugaba con los contrastados efectos de felicidad y dolor ante la presencia o pérdida del amor, “River” tomaba como motivo inicial los acordes de “Jingle Bells” para exponer la necesidad de libertad en un forzado contexto festivo-navideño. “Little Green”, por su parte, ahondaba en lo más recóndito de sus sentimientos y destapaba pretéritas heridas, acentuando el tono autobiográfico del álbum al hablar veladamente de la hija que Mitchell había dado en adopción cuando tenía 21 años y con la que se reencontraría en 1994.

Su radiante voz se desenvolvió con soltura y sin cortapisas a la vez que hacía gala de su capacidad para conmover. Mitchell se sirvió de ese cuadro de elementos y factores emocionales para exteriorizar la esencia de su música a través de una admirable exposición de su potencial creativo. Una obra perturbadora en extremo sobre la que la publicación Rolling Stone afirmó: “Con “Blue”, Mitchell fue más allá de la nostalgia y comenzó a dramatizar su propia vida como artista consagrada que luchaba por un equilibrio entre las ambiciones, el amor y una feroz necesidad de independencia”.            

 

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