Fotografía: Jesús Massó
Ciudadanas y ciudadanos que nos cuidamos mutuamente, que protegemos la vida de cada persona y de toda la tribu, que cuidamos lo que nos es común -lo “comun-itario”-, cuidamos el entorno, las relaciones, los vínculos, las conexiones, las redes interpersonales que tejen el entramado de la convivencia.
La cuidadanía es la ciudadanía que reivindica y hace suya la cultura del cuidado, esa que las mujeres han practicado desde hace milenios y que estamos empezando a aprender con dificultad (y con muchas resistencias) los varones.
La cuidadanía afirma el valor de la diversidad y se sostiene en la empatía y la solidaridad. Su fundamento, su raíz, es la conciencia de la interdependencia, de que las personas nos necesitamos unas a otras, de que no es posible sobrevivir sin interactuar con las demás, sin aprovechar sus conocimientos y experiencias, sin apoyarnos mutuamente.
La cuidadanía es una apuesta por la sostenibilidad de la vida frente a la perspectiva de extinción a la que nos abocan el productivismo y el consumismo (“consume hasta morir”, se llama un colectivo ecologista).
El capitalismo hetero-patriarcal, violento y machista, racista y xenófobo, excluyente siempre, se sostiene necesariamente sobre el sometimiento y la explotación de las personas y los grupos sociales más vulnerables, por eso no da valor alguno a la cultura del cuidado que nunca contabiliza en sus estadísticas.
El cuidado mutuo ha sido despreciado, relegado al universo de las mujeres como una (otra más) señal de debilidad. Si eres un macho y eres fuerte, no debes mostrar tus emociones, no debes ser compasivo, para no parecer frágil, para no ser débil y vulnerable. ¡Nada de mariconadas!
La cuidadanía es la ciudadanía del futuro, sin la cual no es posible o al menos no deseable. Porque un futuro del “sálvese quien pueda”, de la “ley del más fuerte” será necesariamente un infierno para la mayoría, especialmente para los más débiles.
Pero, además, tampoco es posible un futuro para la humanidad si no se revierte el proceso actual de destrucción y degradación del medio natural. El futuro ha de construirse en base al cuidado de la naturaleza, de nuestra casa común, el sostén de la vida, porque formamos parte indisoluble del ecosistema. No hay otra alternativa, para otro mundo y otro futuro posible, que no sea la del cuidado.
La cuidadanía es cooperativa y compartidora, frente a la competencia y la acumulación. En esta sociedad global, y a cuenta de la revolución tecnológica, hemos descubierto que no es más sabia la persona que más conocimientos acumula, sino la que más comparte, la que es capaz de establecer más conexiones y relaciones, más intercambios de saberes.
Y lo mismo ocurre con el poder, con esa ideología que (más allá de las etiquetas partidarias de izquierda o derecha) lo concibe como algo que se acumula y se impone. Por el contrario, para la cuidadanía, el poder es la suma de las capacidades individuales y diversas, que aumenta cuanto más se comparte, cuanto más repartido está, cuanta más gente participa en él. La cuidadanía es antiautoritaria y radicalmente democrática.
Evidentemente, la construcción de la cuidadanía supone una revolución cultural profunda, en los valores y actitudes, en las conductas y las prácticas sociales de las personas y las comunidades, que no será fácil. Una revolución que ha de empezar en cada una de las personas, en las mujeres sí, pero muy especialmente (por nuestras particulares y ancestrales resistencias) en los varones.
Y no se trata solo de un cambio en los conceptos y valores, implica una transformación práctica, concreta, en la cotidianidad, de los hábitos y costumbres, de las actitudes y comportamientos individuales, familiares, comunitarios, sociales: entenderse y ejercitarse como sujetos (y no solo objeto) de los cuidados, convertirnos en cuidadores de los otros y de nuestro entorno común.
E implica, particularmente en el caso de los varones, atrevernos a descubrir en la práctica que esos cuidados (convertidos injustamente en una losa cargada exclusivamente a la espalda de las mujeres) están llenos de sentido y significado, porque nos conectan con la vida y con sus claves esenciales.