Por todas es de sobra conocido que aquella buena siesa que se precie es de carácter agrio, arisco, seco, duro, garbanzo antes de remojar. No en vano se denomina siesa a la persona antipática de trato desagradable. Pero no es este trato en concreto lo que define a nuestra Siesa, sino más bien la ausencia de humor común, de ese humor común que provoca sonrisas espontáneas al ver a una niña pequeña cantando un villancico, o a unos gatitos blancos bostezando. La Siesa es seca hasta en la sonrisa y, si bien alguna vez rodó por su mejilla alguna lágrima furtiva, de todas es bien sabido que jamás soltó una carcajada y mucho menos en público.
Se cuenta de boca a boca, de oído a oreja, que la carcajada siesil remueve la tierra, quiebra los huesos desde dentro y provoca el ocaso antes de tiempo, alterando el orden establecido y todo lo que, por ritmo, es conocido como cotidiano. Por lo tanto, podemos decir que la carcajada siesil es peligrosa.
La última vez que una siesa rio a carcajadas se alargó el verano hasta casi final de año.
Una vez explicado esto, podemos contar lo que ocurrió la noche del pasado viernes 14 de diciembre. Nuestra Siesa se encontraba subida al poyete más alto de la azotea, oteando el horizonte. Una profesora había desaparecido un par de días atrás y la Siesa sentía la sangre como si pudiera olerse desde lejos. En la soledad de la azotea la vecina coprolálica se cagaba en los muertos de todo hasta que le hiciera efecto el diazepam, las niñas se dormían con cuentos de final feliz y las amantes pelaban la pava por encima de la ropa en la intimidad de las casapuertas. No faltaba el que lloraba por la escasez del alumbrado navideño, ni el que llevaba horas dando vueltas para aparcar. Infinidad de murmullos varios que se extendían por el cielo nocturno gaditano.
Pero la Siesa no podía concentrarse en ninguno de esos estímulos, el olor a sangre era tal que bloqueaba sus antenas siesiles provocando un repunte de su hernia de hiato. Entonces la vio.
Apareció por detrás de una antena como si esta fuera un muro en lugar de un palo fino. La Siesa siquiera se asustó porque, de alguna manera, la estaba esperando. Mientras el espectro se acercaba a ella, desde una TV cercana se escuchaba “Creo que mi padre es un elfo”, hasta la Siesa se percató del surrealismo.
-Estoy muerta.– le dijo.
-No jodas.– respondió la Siesa.
–No es momento para sarcasmos. En un par de días el mundo sabrá lo que todas ya sospechan. Es tiempo de cambio, Urano va a entrar en tauro y el… –la Siesa tocó las palmas interrumpiendo.
-Creo en fantasmas pero no en Esperanza Gracia. Ve al grano que aquí hace mucha humedad -aclaró nuestra Siesa.
-Qué malaje eres,-protestó el espectro- pero tienes razón. Iré al grano. Cuando el mundo sepa de mi muerte se desencadenará la pena que ya estaba acumulada, la rabia campará a sus anchas, se crearán bandos con claridad de enemigos y esto no es bueno para la humanidad. Tienes que buscar un remedio. Eres la elegida.
-Puta mierda de elegida, cagoendiez. Yo tenía que haber sido contable, hostia. –protestó la Siesa.
-Es lo que hay –dijo el espectro, y desapareció dejando un destello rojo que permaneció unos segundos.
La Siesa sintió que en ese instante le embargaba el sentimiento. Notó que la emoción se acumulaba en la garganta y tuvo ganas de soltar todos los gritos que el espectro llevaba arrastrando detrás suya. Una lágrima hizo POP, como una palomita de maíz y rodó por su mejilla llevando consigo mil penas acumuladas. Así lloran las siesas.
Cuando la lágrima se secó, y ya la pena estaba aparcada, nuestra protagonista se escabulló por la ciudad, saltando de azotea en azotea hasta llegar al Anfiteatro Romano. Allí se coló por encima de la reja y caminó furtiva hasta perderse en los túneles secretos de las Cuevas de María Moco. Caminó por la red de túneles dejándose llevar por su instinto hasta que comenzó a escuchar un rumor como de risas y aplausos numerosos. Encontró la salida y una carpa de circo que albergaba un escenario, donde multitud de personas esperaban un espectáculo. La Siesa se hizo hueco entre la gente pisando alguna mano con maldad, no en vano era siesa, y sentándose delante por toda la cara, que para eso era la elegida.
El espectáculo comenzó. Llegó una mujer con corbata saludando a todas, todos y todes, y comenzó a hablar del coño, del universo femenino, de la diversidad, rompiendo esquemas y fue entonces cuando ocurrió. La Siesa empezó a reír a carcajadas. Alicia Murillo teorizaba sobre un coño de quita y pon mientras el suelo temblaba. Después Pamela Palenciano luchaba contra las etiquetas, colocándose en la piel de estereotipos masculinos y femeninos, explicando que todo es una cuestión de privilegios y poder. Silvia Albert recordaba que esos privilegios hacen que algunas mujeres estén doblemente invisibilizadas, y cantaba, y hacía soñar jugando con las luces y su propio cuerpo, en un alegato antirracista porque las que nacieron aquí son extrañas, porque No es país para negras.
La Siesa reía y el suelo seguía temblando, resquebrajándose en pequeñas grietas por todo el recinto. Cuando Las XL cantaban sobre el fin del amor romántico, la Siesa levantaba los dedos pulgar, índice y corazón formando un clítoris, totalmente desencajada de la risa, hasta que sonó el último acorde y las pequeñas grietas se hicieron una. Rugió el cielo. Las mujeres y los hombres y el binarismo, levantaron las manos gritando al unísono Ni una menos. El suelo se abrió tragándose a la Siesa que aún tenía el puño levantado. Y solo hubo oscuridad y silencio.
En la negrura la Siesa no tuvo miedo. Caminó palpando las paredes en pos de una salida. Tenía claro que todo estaba cambiando, que la incomodidad había anidado en los corazones de la gente y que eso era bueno. Pero sobre todo, estaba convencida de que el feminismo era el único camino para liberar al mundo y que sus formas de lucha tenían que ser distintas a las establecidas por los hombres. Mientras atisbaba la luz al final de aquel túnel, en aquella cueva mágica de María Moco, supo con total seguridad cuál era el remedio a todo aquello que le había contado el espectro: era tiempo de reivindicar el DERECHO A LA ALEGRÍA.
DEP Laura Luelmo, estoy segura de que también hubieras disfrutado infinito el COÑUMOR
NI UNA MENOS