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Pepe pettenghi

Fotografía: Jesús Massó

En plena fiesta de la banderita, me sorprendo mirando una colocada en la ventana pobre de una casa pobre en una calle pobre de un barrio pobre. Una bandera española, igual que en el balcón de una casa rica en una calle rica de un barrio rico. De los que llevan siglos dando lecciones de cómo ser español.

¿Qué hay detrás de esa bandera pobre?, me pregunto. Pues seguramente pensiones bajas, desempleo, precariedad y, quién sabe, tal vez imposibilidad para pagar los suministros básicos. Y, claro, me acordé del revolucionario mexicano Ricardo Flores Magón: “No hay nada más desalentador que un esclavo satisfecho”, decía.

Ahí, en la ventanita pobre -no es un balcón, no- está la bandera del país que, un poné, en 2017 ocupa el puesto 115º en el indicador de regulación en materia de contratación y despidos…

Es la bandera que tapa el tufazo que desprende la corrupción, la injusticia y la desigualdad. Es la bandera que envuelve el relato idílico del llamado ‘Régimen del 78’, que se resiste a morir aplastado por sus chanchullos, sus servidumbres a los privilegios y sus adherencias al franquismo. Es la bandera de los hipócritas: quienes más la deshonran, más la defienden.

Y allí está, roja, amarilla y roja, con su escudo. La bandera en la ventana pobre de una casa pobre en una calle pobre de un barrio pobre…

¡Es genial! ¡Es perfecto! Es el producto más acabado de la hipnosis política: el oprimido celebrando el motivo de su opresión. Es perversamente genial.

Objetivo conseguido: que la vida se vea igual desde un coche de alta gama con chófer (pagado por todos, tuviera que ver) que desde la plataforma de un bus de la línea 3 con un bonobús a punto de caducar. ¡Lo han conseguido! Han conseguido que cuando se pida sacrificio sea a costa de la sangre de otros, el sudor del de enfrente y las lágrimas del prójimo. Lo han conseguido, es su bandera. La bandera tras la que se escuda la pandilla de siempre, eterna a lo largo de la Historia, de esos que llaman débiles a los humanitarios o traidores a los partidarios de la paz. Es la bandera de los que amasan la palabra libertad con el estiércol del miedo, para hacer legítimos la rapiña y el expolio públicos.

Es la bandera de la Constitución, ese clásico del humor, que asegura que todos los españoles somos iguales.

Es este país que no debería llamarse España sino “Qué-más-tiene-que-pasar”, un país que causará asombro a la posteridad. Mientras tanto, nosotros seguimos en nuestro conformismo cagueta creyendo que todo es cuestión de banderitas.

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