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Bea aragonFotografía: Jesús Massó

Alá y su pasaporte de pájaros muertos de nuevo nos tienden la mano del desastre. Nos ofrecen el oscurísimo veneno de la manzana, nos regalan el holocausto de todas nuestras banderas inocentes e impecables, todas muertas hoy por su lanza.

Nuestras fronteras, todas, que por lo visto son de algodones han sido masacradas por los hijos inmisericordes de Alá.  Alá de nuevo encharcando nuestra propia tierra con nuestra propia sangre. Alá y sus hijos, todos sus hijos. Alá y sus concertinas, Alá y sus inmigrantes. Alá robándonos el trabajo. Alá ladrón de nuestra historia. Alá  y su olor a jazmines. Alá y sus costumbres. Alá con su hierbabuena. Alá con todo su ejército de caminantes barbudos cagándose de nuevo en nuestra casapuerta. Alá viene con su guadaña a clavarnos el puñal violeta del miedo. Alá y sus hijos, todos sus hijos arderán en la hoguera de nuestros infiernos (pa eso tenemos infiernos).

Alá que une de nuevo nuestras manos blancas contra la barbarie de sus barbas negras.

Todos sus hijos…

En esta ciudad penitente y de cuchillos también nos hemos unido con nuestros vecinos catalanes. En esta ciudad de castillos de agua hemos hecho un nido de redes de pescar para ver si podíamos atrapar a todos los hijos de Alá pero a todos, todos. Hemos querido ser gente justa y denunciar la  espada ciega que nos han clavado los hijos de Alá en las entrañas. Aquí en mi ciudad hemos sido humanos y hemos querido vengar la sangre derramada por los ruiseñores. Hemos soltado las casposas águilas de nuestros escudos para que los maten, hemos limpiado el polvo a nuestra historia y nos hemos quedado con lo que no somos para combatir los atentados, para combatir las bombas, para combatir a los hijos de Alá, a todos los hijos de Alá.

En Cádiz, ciudad de coplas y niñas descalzas, hemos crucificado a todos los hijos de Alá. En Cádiz, ciudad de mojarritas y de gargajillos, hemos torturado a todos los hijos de la barbarie. En Cádiz, en mi Facebook, en mi patio de vecinos, en la barra del bar del barrio, en la panadería de la esquina, todos teníamos la misma tos mezquina.

En Cádiz, ciudad de luces y de sombras, en aquellos días de barbarie mora y de ojos cristianos y de miedo y de tormenta y que hoy parecen olvido, yo paseaba con mi sobrina por el muelle felizmente y mi niña descalza quiso hacerse una foto delante de un barco de un poderoso hijo de Alá  que teníamos aparcado enfrente. Tata hay mucha gente, otro día me dijo.

Mire  a mi alrededor y me compadecí de todos nosotros. Los hijos de Alá se me aparecieron brillando en la sombra de aquella tarde que lloraba fuego y no pude más que arrodillarme y contarle a mi niña descalza que los malos siempre somos los pobres.

Ella se quedó pensando.

Mejor me hago una foto contigo,

dijo la criatura.

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