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no son nadie portada

Resumiendo mucho y probablemente mal se podría decir que la derecha siempre controló el poder económico y la izquierda la intelectualidad y la cultura.

Ya advierto que, ni mi prosa es elegante, ni su contenido alberga la más mínima amabilidad.

Decía aquello de derechas e izquierdas. Vivimos en la era de la mentira. Ya no somos de tal o de cual. No se engañen, no sean ignorantes o lo que es peor, conformistas, vistoso eufemismo para cagón. Nos dividimos entre herederos y supervivientes. Circunstancia que hoy nos pone a un lado u otro del abismo oscuro de la indignación. Obviamente, ganan los de siempre. El superviviente está condenado -también su prole- a serlo a menos que sea un mangante, un mentiroso o padezca algún tipo de psicopatía, valgan las combinaciones, calidades éstas tan de político español. Bien. Derechas e izquierdas -la izquierda de solera, sí, como la de Felipe González; la derecha la asumimos como rancia por definición-, dejaron bien hechos sus deberes antes de los iPhone y Twitter y Facebook. Por ejemplo, el Partido Socialista Obrero Español se zampó vía Junta de Andalucía cuanto de identidad y de cultural había donde el Guadalquivir y la Sierra Morena para utilizarlo hoy como baza frente a los tiempos posmodernistas; un poeta por aquí, un cantaor para allá, maquíllate, maquíllate: perro no come perro, pero tampoco la mano que le da de comer. En esto han demostrado ser más que eficaces. Frente a ello el PP montó su garita atlántica y en ella colocó a un dragón y el dragón a una tribu de zombies palmeros, apostólicos y romanos, todos ellos; y juntos, dragón y zombies, nos llevaron de la manita por la senda gaditana (léase puente hiperbólico) del tres por cuatro hipotecado y del simpático gondolero por San Juan de Dios y la mantilla y el «alsieloconella». Aquí san Jorge era un muchacho socialista en cuyo currículum, en lo de la experiencia y todo ese rollo, pone que lo único que hizo en su vida fue… ser socialista (y de Carabanchel, que diría aquél, por referirnos a su autenticidad), y nada más; de matar dragones ni puñetera idea; y los ideales, se le presuponen, como al soldadito pelón el valor, algo de mala uva sí que se le ve.

No son nadie, y en pelota, menos. Esto es, por sí mismos.

Oh, sí, aquí viene la señora mamá del cordero: hablamos del cuarto poder.

Leo la jugada del señor Cebrián a escala nacional. Ya saben, ni uno de los suyos en un plató de La Sexta y derivados (vayan a Google, documéntense, no se lo vamos a dar todo hecho). Y recuerdo las críticas a Jordi Évole por su entrevista a Arnaldo Otegui. Pero también pienso en Venezuela, vete tú a saber por qué, o en los consulados alemanes, en trajes de chaqueta y en arriados dolorosísimos de bandera. Se me vienen a la cabeza las ratas de San Severiano, las agüitas reguleras de Loreto, en cómo ha endeudado el nuevo equipo de gobierno en el Ayuntamiento gaditano a los peatones de la avenida o la calle Ancha. Se me viene a la cabeza el despliegue de poca vergüenza de los dos medios escritos de esta ciudad que han colocado sobre quien estaba libre de toda sospecha -más que nada porque fue sin querer, ya saben, es caprichoso el azar, no te busqué, ni me viniste a buscar… con más voluntad, divino y necesario tesoro, que capacidad, pero voluntad, oño- el microscopio que jamás aplicaron -por miedo, por conveniencia, porque el tito Rafaé está bien colocao- la lupa y la pluma de la valentía periodística sobre la satrapía de recreo de cruceristas y señoritos de corbata y financiación ilegal.

No se engañen, dije. No lo hagan pues. Los combates entre la derecha con olor a sacristía (PP) y la izquierda de los pobres jartos de puchero (PSOE) nada tienen que ver con nuestra urgencia, con nuestra indignación. Es por eso que el Diario ya no habla de ti, ni de mí; tampoco lo hace La Voz; lo hacen «del Kichi», que es más mejón, pa que mamá y papá sigan soltando pal cine y pa putas. Y no vamos ahora romper una lanza por nadie. Ajos come quien se pica; también tienen que comé mis shiquillos, cohone.

Vivimos la era de la mentira. Y en esta era necesitamos profesionales que les sobren hígados y oficio para dejar libre por fin y por justicia el verdadero sentido de la tan discutida y maltratada libertad de expresión. Que no se pavoneen de dignos cuando saben lo que se cuece en las ollas de las redacciones tras el ring ring en el despacho del director, cuando las órdenes huelen a podrido, como en Dinamarca; o cuando se es un freelance tragasables y político frustrado; o cuando se es gargantúa columnista con ínfulas de escritor.

Si nos dividimos entre supervivientes y herederos, que tampoco ellos se confundan, si no heredaron, ya nunca lo harán; no se enojen, si por alguna razón tienen roña en la conciencia. Nos vemos en la calle.

Para los tiempos de la mentira entiendo yo este Tercer Puente. Ni mi prosa es elegante ni amable su contenido. Será verdad que lo es, este Tercer Puente, si vosotros, lectores, han llegado al punto final.

Fotografía: Jesús Massó

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